Ken Wilber se remonta a Juan de Fidanza, conocido como San Buenaventura, nacido en Magnoregio (Toscana, Italia) en 1217, muerto en 1274 en Lyon, quien escribió sobre tres modos de conocer de la mente humana: con los ojos de la carne, podemos conocer las cosas materiales; con los ojos interiores conocemos las cosas de la filosofía por la razón; y con los ojos de la contemplación conocemos las cosas superiores del espíritu.
Inspirándose y profundizando con los recursos de la epistemología, la psicología y otras ciencias, Wilber resume sus investigaciones en su libro “Los tres ojos del conocimiento” (1991): el ojo de la carne o de los sentidos, el ojo sutil o de la razón y el ojo de la contemplación o del espíritu.
El ojo de la carne es el ojo que nos da acceso al mundo externo, al espacio, al tiempo y a los objetos. Es el mundo compartido de la experiencia. Es el ojo que capta la realidad por los cinco sentidos y nos abre al mundo sensorial. A este mundo pertenece la ciencia empírica-analítica.
El ojo de la razón es el ojo que nos permite alcanzar el conocimiento de la filosofía, de la lógica y de la mente. “Participa del mundo de las ideas, las imágenes y los conceptos. Con este ojo se trabaja la filosofía, la fenomenología y la psicología, las matemáticas...”
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Y el ojo de la contemplación, el ojo del espíritu, es el ojo que nos da acceso a las realidades trascendentes. “Es transracional. Es el que nos adentra en el mundo de la religión/meditación. La quintaesencia de la verdad contemplativa es la sabiduría espiritual”.
Los tres ojos posibilitan “tres miradas diferentes, cuyo predominio da origen al empirismo, al racionalismo y al misticismo, respectivamente” (K. Wilber, 2001,97). Las tres modalidades de conocimiento son igualmente válidas, cada una en su dominio y con su propia metodología, porque las tres, cada una por sí misma, puede ser verificada y garantizar la calidad y pertinencia de su conocimiento.
Lo que no es honesto ni correcto es pretender desde su dominio y método pretender invalidar el conocimiento de las otras modalidades. El conocimiento espiritual (la religión, por ejemplo) no puede con su ojo negar el valor de lo que el ojo de los sentidos, la ciencia empírica consolidada logra conocer e igualmente la ciencia empírica con la mirada del ojo de la carne y su propio método no tiene argumentos para pensar que sólo sus conocimientos son ciertos e invalidar así los conocimientos del ojo de la mente y los conocimientos espirituales convalidados del ojo de la contemplación. Son tres miradas complementarias que ofrecen diferentes conocimientos de la compleja realidad unitaria.
Lograr el conocimiento supone como mínimo, diciéndolo brevemente con Wilber, requiere tres pasos: Primero, contar con los recursos necesarios que nos den acceso a la realidad que queremos conocer. Por ejemplo, si quiero conocer con los ojos de los sentidos las lunas de Júpiter, necesito, para la extensión de mi mirada, un telescopio; si quiero conocer el teorema de Pitágoras, el ojo de mi mente necesita saber geometría; si quiero conocer (no sólo tener información) el amor de Dios, necesito la contemplación. El segundo paso es el proceso de aprehensión intuitiva de la realidad percibida. Y el tercero la confirmación de la validez de lo conocido.
La “contemplación” que da acceso al conocimiento de las realidades espirituales tiene sus características propias para que pueda dar paso a la iluminación y a la posterior confirmación o validación de lo percibido. La contemplación trasciende la percepción de los sentidos y las reflexiones de la razón. Lo que los sentidos y la razón perciben como partes, el ojo del espíritu lo percibe como un todo y unidad.
En nuestra educación pocos enseñan a conocer, simplemente dan conocimientos, tratan el cerebro de los estudiantes como grabadora, no ejercitan el ojo del espíritu ni desarrollan la dimensión espiritual de la persona, con o sin religión.
jmonterotirado@gmail.com