Con su sucesora, Dilma Rousseff, está ocurriendo todo lo contrario. Aunque también fue reelegida, su popularidad está por el suelo mucho antes de terminar el segundo mandato y básicamente por todo lo que se robó durante el gobierno de dos períodos de Lula.
De hecho, de entre los pesos pesados del Partido de los Trabajadores del Brasil, el único que aún no cayó en las garras de la justicia anticorrupción es el expresidente Lula, aunque días atrás fue llevado por la Policía, desde su casa de São Paulo, a una oficina del aeropuerto de Congonhas, donde fue interrogado durante tres horas en el gigantesco caso de corrupción de Petrobrás. La intención original era llevarlo a Curitiba a declarar.
Técnicamente, Lula no estuvo detenido, pero técnicamente tampoco estuvo en libertad desde que lo tomaron de la casa y fue conducido “coercitivamente” a declarar.
En la memoria colectiva aparece casi automáticamente el porcentaje de popularidad con que se retiró el líder y fundador del Partido de los Trabajadores, un partido que llegó al poder más rápido de lo imaginado, justamente debido a la corrupción en que se vieron envueltos los políticos de partidos tradicionales del Brasil, en el pasado.
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La justicia brasileña desde hace varios años viene rondando la morada de los petistas, primero por el soborno a los parlamentarios para conseguir votos favorables en el Congreso a los proyectos de Lula y ahora por el escándalo de Petrobrás y las empresas constructoras.
El procurador general de Brasil, Carlos Fernando dos Santos, dice contar con casi cuarenta carpetas con pruebas en contra de Lula, como por ejemplo el triplex en Guaruja, que le habrían regalado a través de una empresa constructora y que la prensa publica inclusive con fotografías del propio Lula visitando la lujosa vivienda.
El PT recurre al peregrino argumento de que se trata de persecución política para lo cual es necesario orquestar una conspiración entre la policía, la justicia y la prensa, sin tener en cuenta que además de los petistas están investigados también políticos de otras agrupaciones.
A la ciudadanía le cuesta asimilar contrastes tan fuertes como que un líder político apoyado masivamente por el pueblo resulte luego ser uno de los sospechados de la monumental corrupción del país. Cuesta creer que un ídolo caiga tan bajo.
Y la verdad es que si no fuera por su condición de expresidente y conductor del PT, Lula ya hubiera estado detenido, de modo que la supuesta persecución política es en realidad un fuero, una protección política. Si se tratara de un ciudadano común, hace rato hubiera estado entre rejas, a estar por las declaraciones del procurador general.
Las lecciones que están recibiendo los políticos son las siguientes: 1. Una alta popularidad no borra las huellas de corrupción. 2. No todos los investigadores y jueces se dejan intimidar por el poder de turno. 3. Los triunfos electorales dan vida propia a los partidos políticos, pero dependiendo de a quienes se vota, estos partidos pueden encontrar la muerte mucho antes de lo previsto. 4. La corrupción es “buen negocio” para los políticos implicados, no así para los partidos políticos en los cuales militan.
ebritez@abc.com.py