Legalizar, pero no solos

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La protesta de pobladores de la colonia sampedrana conocida como Kamba Rembe por la destrucción de cultivos de marihuana tiene el gran mérito de poner de resalto el verdadero eje del problema rural en el país.

El hecho no tiene nada de insólito, aunque así les haya parecido a muchos. En este diario lo hemos estado advirtiendo desde hace años. En el corazón del conflicto en el Norte no está ni la tierra, ni la economía familiar campesina, ni el EPP, ni siquiera la pobreza, sino el mercado negro de la marihuana y, de manera creciente, de otras drogas prohibidas.

Paraguay es uno de los mayores productores de marihuana del mundo, principal y casi único proveedor de uno de los mayores mercados del mundo, que es Brasil. ¿Cómo pretendemos, entonces, que eso no tenga un impacto decisivo en las relaciones económicas, sociales y políticas de la nación?

La verdadera culpa de la clase dirigente del país, y la referencia no es solamente a los políticos o a los gobiernos, sino a las élites en casi todos los ámbitos, es haber subestimado, casi ignorado, el problema durante demasiado tiempo.

Entonces, lo que hace veinte años se circunscribía a pequeños grupos directamente vinculados con las mafias, que cultivaban principalmente en los valles de Amambay, hoy involucra a comunidades enteras de miles de habitantes en cinco departamentos.

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Esto es muy grave, porque, como lo dijo mejor que yo un analista, se puede arrestar a un narcotraficante, se puede intentar bloquear el acceso de algún mafioso a las instituciones de la República, se puede desmantelar una célula narcoterrorista, pero no se puede meter presa a toda una localidad, eso es imposible.

Claramente, la prohibición y la represión han dejado de ser una opción viable para la situación de Paraguay. Es imperativo pensar en la legalización.

Sin embargo, hay que tener cuidado. Aun si nos pusiéramos de acuerdo, no es tan fácil como parece. Paraguay no puede legalizar la marihuana de manera unilateral, como se está planteando en algunos sectores, porque el remedio podría ser peor que la enfermedad.

En su condición de país exportador (muy distinto es el caso de Uruguay, por ejemplo), si se legalizara solo aquí, probablemente se profundizaría el incentivo para utilizar nuestro territorio como plataforma de producción, con el fin de contrabandear el producto prohibido a la región.

Por lo tanto, necesariamente lo tiene que hacer en conjunto con la comunidad internacional y, más específicamente, con Brasil, su principal consumidor. Si la marihuana se legalizara en Brasil, allí sí el efecto en Paraguay sería formidable, no hay ninguna duda al respecto.

La buena noticia es que la discusión ya está planteada en Brasil al más alto nivel. En realidad, en todo el mundo. Curiosamente, el país que más ha avanzado en la liberalización de la marihuana es el gran promotor de la guerra a las drogas, Estados Unidos, donde el cannabis ya es legal en una veintena de estados.

Las protestas de Kamba Rembe ponen de manifiesto que este tema ha desbordado el ámbito puramente criminal para convertirse en un asunto de central importancia para el país, por lo que resulta inadmisible que ocupe un lugar apenas marginal en la agenda pública. Paraguay debe involucrarse de lleno en el debate de la legalización de las drogas, de la marihuana en particular, como parte interesada. Los prejuicios, los temores, los tabúes, la ceguera colectiva nos han conducido al borde del precipicio. No dejemos que nos empujen definitivamente.

arivarola@abc.com.py