Otro 13 de enero

El pasado viernes se cumplieron 70 años de la llegada al poder del Partido Colorado, en la llanura desde 1904, con un intervalo de 22 días en 1912 con la presidencia del Dr. Pedro P. Peña.

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El 13 de enero de 1947 la Asociación Nacional Republicana (ANR) se instaló para siempre en el Palacio de López con un breve descanso con los gobiernos de Fernando Lugo y Federico Franco. Lugo fue tumbado por los liberales liderados por Blas Llano, acompañados por los republicanos.

Los colorados se acercaron al poder el 24 de julio de 1946, como efecto del golpe de la Caballería en junio del mismo año. El dictador Higinio Morínigo, para mantenerse en el poder, no tuvo más remedio que aceptar a febreristas y colorados en su gabinete. A este Gobierno se llamó de “coalición”, que pronto resultó ser de colisión. Se lo conoció también como la “primavera democrática” por las libertades políticas, de prensa y expresión, de las que por fin disfrutaba la ciudadanía. Duró seis meses.

Para calmar a la opinión pública, y sobre todo a los militares que hicieron el golpe, Morínigo disimulaba su interés por convocar a una Convención Nacional Constituyente que diera término a la Carta Política de 1940, redactada a imagen y semejanza del general José Félix Estigarribia.

El 11 de enero, cumpleaños de Morínigo, los febreristas le hicieron un regalo inesperado: se retiraron del gabinete. Con el pretexto de su natalicio, Morínigo convocó a los jefes militares en Mburuvicha Róga, con quienes trató la nueva situación. Entre bocaditos y champaña, se llegó al siguiente acuerdo: si los febreristas se retiraron debían hacerlo también los colorados para que no fuesen los únicos beneficiados del golpe de 1946. Los militares, solo ellos en el poder, se encargarían de convocar a la ciudadanía, lo antes posible, para la Constituyente.

Entre abrazos y apretones de mano, y la siempre amplia sonrisa de Morínigo y sus chistes a raudales, los militares se despidieron hasta el lunes 13, día en que tomarían el pleno poder para iniciar el camino hacia la institucionalidad completa.

Los militares que todavía no estaban enterados de la novedad estuvieron en Mburuvicha Róga a la hora convenida dos días antes. Se encontraron con la noticia de que Morínigo escogió a los colorados para compartir el poder. Entre el sábado y el domingo los republicanos hicieron su golpe. A Morínigo nunca le importó con quiénes gobernaba, sino que le dejasen al frente el Ejecutivo sentado en su amado sillón presidencial. Los colorados, pensó, eran una mejor opción. Se equivocó. Al año siguiente le sacaron a empujones del poder.

La decisión de Morínigo –o la decisión que le impusieron– el 13 de enero tuvo una consecuencia trágica para el país: la revolución de 1947. Los militares, que se consideraron humillados por su Comandante en Jefe, comenzaron a hablar de una rebelión contra el gobierno de Morínigo. Pero no pasaba de meras intenciones a la espera de una ocasión propicia. Ni siquiera había un líder que los uniera en el proyecto revolucionario.

Entre los simpatizantes de los militares molestos se encontraba el capitán Bartolomé Araújo que servía en Concepción. Las veces que venía a Asunción, sus camaradas le decían que el proyecto de alzamiento seguía firme y que esperase el aviso que oportunamente le llegaría.

El 7 de marzo de 1947 un grupo de febreristas asaltó el Cuartel Central de Policía. Fueron rechazados luego de un recio intercambio de balas. Esta noticia llegó a Concepción. Araújo se encontraba en su casa y dedujo que lo acontecido en Asunción era la señal para levantar su Unidad. Montó en su bicicleta y fue a hacer la revolución. Pronto llegaron a Concepción conocidos jefes militares, que lo habían sido también en la Guerra del Chaco, y dirigentes de los partidos Liberal, Febrerista y Comunista.

El 13 de enero marca, entonces, el regreso del coloradismo al poder. A 70 años de aquel suceso, el pasado viernes 13 se dio el primer paso para consumar la violación colectiva de la Constitución. Pero esta vez no se busca la permanencia en el poder del Partido Colorado, sino la de Horacio Cartes, sus cómplices y encubridores. Si se trabajase por el partido, en función de partido, no cabría el desatino de tumbar la Constitución por un solo hombre. Y no precisamente el mejor.

alcibiades@abc.com.py

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