“PAYSANDÚ: ANTESALA DE UNA TRAGEDIA”

En medio de la delicada situación interna que vivía el Uruguay con la revolución de Venancio Flores, en abril de 1864 el Parlamento imperial en Río de Janeiro se hacía eco de los “horrores sufridos por los residentes brasileños en el Uruguay desde 1852” pues consideraba que desde la suscripción de los tratados de 1851 los súbditos imperiales venían padeciendo una cantidad de arbitrariedades sin que el gobierno oriental interviniera para detenerlas. Habilitado por su Congreso, una vez más el gobierno imperial volcaría su mirada al Uruguay para exigir de su gobierno “restitución, reparación y garantías” con la amenaza de intervenir con la mayor rigurosidad.

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Cuatro meses después, el consejero Antonio Saraiva, con el apoyo solapado del gobierno de Mitre, se trasladó a Montevideo para exigir al entonces ministro de Relaciones Exteriores del Uruguay Juan José de Herrera “una total satisfacción por los agravios sufridos en los últimos doce años por súbditos brasileños en territorio oriental” y de lo contrario –señalaba la nota– “las fuerzas militares y navales del Imperio entrarán en acción, lo que, como usted sabe, no son actos de guerra”.

Esta repentina e inamistosa exigencia, tendiente a imponer al gobierno uruguayo la satisfacción inmediata de los reclamos de los estancieros riograndenses, culminó con el rechazo del ultimátum presentado por la Cancillería imperial el 4 de agosto. La respuesta del ministro Herrera explicita una memorable dignidad cuando expresó que “ni son aceptables los términos que se ha permitido Vuestra Excelencia al dirigirse al gobierno de la República, ni es aceptable la conminación [...] Por esto es que he recibido la orden de Su Excelencia el presidente de la República de devolver a V.E. por inaceptable la nota ultimátum que ha dirigido el gobierno. Ella no puede permanecer en los archivos orientales”.

Fracasadas las mediaciones diplomáticas, verificada la injerencia cada vez mayor de la Argentina y del Imperio del Brasil en los asuntos internos uruguayos, a lo que se sumaba el nuevo papel del Paraguay que no se mostraba en condiciones de permanecer pasivo ante la amenaza imperial, el 12 de octubre de 1864 se produce la invasión de Brasil al Uruguay con la toma transitoria de la Villa Melo (actual Departamento de Cerro Largo) para luego ir avanzando progresivamente por la Villa de Salto y otras ciudades orientales.

Es en ese panorama de asedio marcado por conspiraciones, injerencias extranjeras, tomas de ciudades e invasión que aparece Paysandú, la misma villa que en 1815 había representado para el Uruguay “la capital de los orientales”, tal como lo explicitaba el sacerdote Dámaso Antonio Larrañaga en su célebre “Diario de Viaje de Montevideo a Paysandú” por hallarse en ella su jefe y toda su plana mayor con los diputados de los demás pueblos”.

Para fines de 1864 la escuadra de Tamandaré bloqueaba la ciudad de Paysandú desde el río, mientras que unos 5.000 soldados conducidos por el comandante de las fuerzas terrestres brasileñas José Luis Menna Barreto, ya en connivencia con las tropas “libertadoras” de Flores, compuestas inicialmente por 1.500 soldados, quienes completaban el bloqueo. Así, entre diciembre de 1864 e inicios de 1865, Paysandú hacía frente a un nuevo asedio –el tercero de su historia– pero esta vez el más desproporcional y sangriento, constitutivo de uno de los episodios más trágicos, dolorosos y emblemáticos de la historia uruguaya, antesala de una tragedia regional de proporciones nunca antes vistas.

El 3 de diciembre de 1864 Venancio Flores envió a Leandro Gómez, jefe de plaza, un ultimátum en estos términos: “efectuada la entrega de la plaza, los jefes y oficiales de esa guarnición obtendrán sus pasaportes para el paraje que designen, pudiendo permanecer en el seno de la República los que así lo soliciten; vencido el plazo fijado y procediendo enseguida al ataque, V. S. pagará con su vida las consecuencias y desastres que puedan ocasionarse”. El héroe de Paysandú dio vuelta la hoja del ultimátum para escribir allí mismo su respuesta que la devolvió al mensajero con su histórica contestación que solo contenía dos palabras: “Cuando sucumba”.

Todo lo que ocurrió después fue tan trágico como determinante para el conflicto regional que se avecinaba. Leandro Gómez secundado por Lucas Píriz y otros defensores de la plaza se hicieron fuertes en el centro de la villa, resistiendo heroicamente ante la disparidad de fuerzas mientras esperaban refuerzos que descomprimieran la situación y forzaran a Flores a levantar el sitio. Los auxilios que se esperaban nunca llegaron.

Leandro Gómez fue tomado prisionero junto a algunos de sus fieles y pidió ser conducido en tal condición ante los orientales sitiadores y no ante los militares brasileños, hecho que decidiría su suerte, pues junto con sus oficiales fueron entregados al coronel José Gregorio Suárez (apodado Goyo Jeta) quien ordenó la ejecución de los mismos sin juicio previo y con la mayor celeridad.

La caída de Paysandú fue condenada enérgicamente más allá de fronteras, adquiriendo un fuerte valor simbólico a nivel nacional. La colaboración entre el movimiento conducido por Flores y el Imperio sentó las bases de una alianza que terminó de sellarse en ese momento cuando el caudillo colorado accedió a las demandas del Imperio que incluían, una vez conquistado el poder, su compromiso reconocer las pérdidas reclamadas por súbditos imperiales en territorio uruguayo pero, sobre todo, el de participar en la guerra contra el Paraguay, obligando al Uruguay a involucrarse en un conflicto al que nunca debió ser arrastrado.

(*) Embajador del Uruguay en el Paraguay.

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