¡Qué triste papel!

SALAMANCA. Qué triste papel es el que han venido a hacer en Europa los mandatarios latinoamericanos de la Comunidad de Estados de América Latina y del Caribe (CELAC) ante los países de la Unión Europea, reunidos en Bruselas con el objetivo de “construir un futuro común”. Allí estuvieron 61 delegaciones y cuarenta Jefes de Estado y de Gobierno. Del bloque latinoamericano solo estuvieron ausentes Raúl Castro, de Cuba; Cristina Kirchner, de Argentina, y Nicolás Maduro, de Venezuela. Las razones quedan a cargo de la imaginación de cada uno: Castro puede que encuentre mejor alejarse de un bloque que podría lastrar su acercamiento a Washington; Nicolás Maduro, porque el “horno no está para bollos” para ausentarse de Venezuela ni tampoco mostrar la cara en un ambiente que le podría resultar hostil. Y Cristina Kirchner, vaya uno a saber. Tal vez no crea conveniente seguir mostrándose muy amiga del bloque en vísperas de elecciones.

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Los presidentes latinoamericanos tenían enfrente, dispuestos a escuchar sus propuestas, a representantes de la Unión Europea, vale decir, a representantes de 28 naciones entre las cuales se encuentran las economías más grandes del mundo. La UE reúne a casi 510 millones de personas; de las 28 naciones; 19 utilizan una moneda común, el euro, lo que facilita esa integración no sólo en lo comercial sino también en todas las otras áreas. Una idea de su importancia es que cada día, 338 millones de europeos utilizan el euro.

Ante este panorama, ¿qué propusieron los presidentes latinoamericanos? ¿Qué pidieron? No pidieron, exigieron que, a causa de la preocupación de la UE por la situación que se vive en Venezuela y por los presos políticos, “cesen las injerencias externas” y reclamaron “una condena expresa de las sanciones de Washington al régimen chavista”.

“Demandamos la derogatoria de la orden ejecutiva del presidente de los Estados Unidos, Barack Obama, imponiendo sanciones unilaterales a Venezuela por supuestamente constituir un peligro para su seguridad nacional”, dijo en esa reunión Rafael Correa, presidente de Ecuador.

Al mismo tiempo, la fotografía del expresidente Felipe González, era primera plana de la mayoría de los periódicos más importantes de España, ofreciendo una conferencia de prensa con motivo de su viaje a Caracas y los problemas con que tropezó. “Frente a una dictadura uno sabe a qué atenerse –dijo González–, pero no frente a una democracia traicionada. Venezuela es el reino de la arbitrariedad y el presidente Maduro lleva al país hacia la destrucción”.

Solo en la cabeza de Nicolás Maduro puede caber la idea de que Felipe González es una figura que ha perdido todo su significado y su peso dentro de España y que el viaje a Venezuela fue un intento de recuperar protagonismo. De todos los presidentes de la Transición, sin lugar a dudas el más notable fue Adolfo Suárez, seguido de cerca por Felipe González, y su gesto de viajar a Caracas para asesorar en la defensa de dos políticos opositores encarcelados ha sido visto con mucha simpatía. Lo dicho al respecto por el presidente boliviano Evo Morales en Bruselas (“No puedo entender que Felipe González, si es del Partido Socialista, trate de ir a Venezuela y visitar a la extrema derecha”) dio una clara idea de que no solo no entiende la actitud de Felipe González, sino tampoco entiende por dónde van los caminos de la política en Europa.

Es llamativa la forma en que los países latinoamericanos han repetido el mismo esquema que siguieron cuando la asamblea de la OEA en Panamá: van a gritar sus frustraciones en lugar de llevar propuestas que beneficien a sus países. De este modo, no hacen otra cosa que tirar a la calle el dinero de los contribuyentes.

jesus.ruiznestosa@gmail.com

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