–Son pocos los hombres prolíficos en actividades tan distintas: teatrista, escritor, arquitecto…
–Sí, y el 3 de mayo cumplimos 35 años con el Teatro Arlequín. Vamos a celebrarlo con obras. Además, el 2017 es el centenario del nacimiento de (Augusto) Roa Bastos. Vamos a comenzar la temporada con “El trueno entre las hojas”, una versión teatral que hizo Arturo Fleitas.
–Lo que se conoce es aquella película de los cincuenta..
–Claro, la famosa película que lanzó al estrellato a la actriz argentina Isabel Sarli. Esa vez utilizaron más la figura de Isabel Sarli que la historia en sí…
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–¿El argumento?
–Es la historia de los mensú, operarios de una azucarera que enfrentan la explotación de un patrón desalmado. Lógicamente en el medio hay una historia de amor, una chica con el cabecilla rebelde, el héroe…
–¿Cómo hizo para sobrevivir con el teatro?
–Algunos años fueron más difíciles, otros más fáciles, por motivos económicos, en algún momento por razones políticas. De hecho, los espectáculos teatrales no llevan demasiado público. El teatro es un pariente pobre de nuestro quehacer nacional. Pocos se dedican y no muchos perduran. Aunque parezca contradictorio, la actividad teatral es enorme, por lo menos en Asunción. Hay fines de semana en que vemos siete obras en cartelera. Claro que si comparamos con Buenos Aires y Montevideo no es nada, pero para nosotros es increíble. Estamos encontrando mucha gente talentosa. Para la obra de Roa necesitábamos un actor relativamente joven, entre 20 y 30 años que tuviera ciertas condiciones, tanto física como actoral. En un casting elegimos siete para seleccionar uno.
–¿Cuántas obras en 35 años?
–Cerca de 200, un promedio de 700 y pico de actores, algunos que pasaron una vez y nunca más. Haber perdurado en el teatro con obras nacionales e internacionales fue una lucha difícil, hasta podría decir, heroica. Comenzamos con Arlequín en un galpón, el que después se convirtió en el shopping que está en Villa Morra. Cuando perdimos eso nos refugiamos al lado del Parque Caballero, en el Instituto de Investigaciones Históricas, edificio de la fundación La Piedad. De ahí nos mudamos a nuestro local de Antequera (casi República de Colombia) donde somos los dueños.
–A Stroessner no le gustaba mucho el teatro independiente…
–La cultura era muy controlada por el régimen. Hacer un teatro estético y sin compromiso con el establishment era complicado. Eramos catalogados como extranjerizantes por no decir “comunistas”.
–¿Cuáles son las obras que le dieron dolores de cabeza?
–Fundamentalmente Las Troyanas de Eurípides, en una versión de (Jean Paul) Sartre y Hamlet.
–¿Por qué subversivas?
–Hay toda una historia detrás. En los Archivos del Terror está la denuncia que hace Pastor Coronel a Brítez Borges. Dijo que Arlequín estaba dando “una obra subversiva de un comunista”…
–¿Eurípides?
–Calculo que Pastor Coronel escuchó que el autor era Sartre. Pero detrás estaba un español disfrazado de intelectual y que colaboraba con el Gobierno, Pablo Villamar. Aterrizó aquí cuando los socialistas entraron al poder en España, un franquista (partidario del dictador Franco) que no habrá encontrado más espacio en su país…
–Un fanático…
–Algo de eso tuvo que ser porque por poco no lo echaron a empellones de aquí. Lo acusaron de haber tirado bombas de alquitrán y de incendiar negocios de judíos. El señor era director de teatro. Hubo una orden de clausura de nuestro teatro.
–¿Y qué hicieron?
–María Elena Sachero y yo fuimos citados al despacho del ministro (de Educación) Raúl Peña. Finalmente el ministro interpuso sus buenos oficios. Si nos clausuraban, el perjuicio iba a ser mayúsculo. Era una obra muy exitosa. Tuvo mucha gente.
–¿Cuál era el argumento de Las Troyanas?
–Era la toma de Troya por los griegos. Era una obra anti militarista sin duda.
–¿Y Hamlet?
–Con Hamlet, anónimos llamaban diciendo que iban a poner una bomba en el teatro. En la obra se destacaba mucho la corrupción en el Reino de Dinamarca. “¡Vamos a ponerles una bomba, comunistas de mierda!”, dijo uno. “Les vamos a incendiar el teatro, p… de mierda…”, dijo otro.
–Aparte de hacer teatro, usted también escribe...
–Sí, “Aposentos de la Memoria”, el último libro. Tengo dos ejemplares sobre la historia de Arlequín, el primero cuando cumplimos 20 años y el segundo a los 25. Ahora, que vamos a cumplir 35, estoy preparando los últimos 10 años. También publiqué un libro de cuentos “La boda del diablo”.
–Pero usted es arquitecto…
–Sí, recibido en Río de Janeiro. Trabajé con el arquitecto Roberto Burle Marx (1909-1994) uno de los máximos exponentes de la arquitectura de paisaje del siglo XX, el que hizo los jardines de Brasilia. Conocí a través suyo al arquitecto (Óscar) Niemeyer y a Lucio Costa (los constructores de Brasilia). Cada tanto aparecían por el estudio…
–¿Con esos antecedentes dejó la arquitectura?
–Durante muchos años hacía las dos cosas, hasta el 92 por ahí. Nunca se me pasó por la mente que el teatro iba a ser una profesión para mí. Apenas se presentó la oportunidad de hacer una escenografía, a partir de ahí nunca dejé el teatro.
–¿Qué le hizo escribir “Aposentos de la Memoria”?
–Son recuerdos de infancia y de adolescencia, incluso mis viajes hasta mi matrimonio. Son cosas que me pasaron, que mis nietos preguntan y muchas veces no creen y se asombran y repreguntan. Preguntan por ejemplo: “¿En serio vos te ibas a bailar al Vertúa, los sábados de mañana?”. Les parece increíble y hasta risible. No creen por ejemplo que mi mamá nos subía con mi hermano a un avioneta, por prescripción médica, como tratamiento de la tos convulsa. Había una peste…
–No había muchos aviones en esa época…
–Yo me acuerdo que mi madre iba a Buenos Aires en Aerolíneas Argentinas, con el hidro que salía del puerto, de la bahía. Era nuestro despertador cuando vivíamos sobre la calle 25 de Mayo. A las siete de la mañana pasaba sobre mi casa el avión. Justo era la hora de despertarse. “¡Arriba, arriba, arriba, arriba!”, ordenaba mamá.
–¿Los aviones operaban en el centro?
–Así es, pero ya existía también el Constelation de Pan American y de la Pan Air de Brasil que operaban en el aeropuerto. En el 54 cayó ese avión de la Pan Air en Cuatro Mojones. Era una línea prestigiosa de la época. Hacía París, Río de Janeiro, Asunción y Buenos Aires…
–¿Muchas víctimas?
–Murió mucha gente. Se incendió. Murieron como 20 pasajeros sobre un total de 50. Entre los que viajaban y se salvó estuvo el entrenador de fútbol Heriberto Herrera.
–Aquel entrenador famoso del fútbol italiano…
–Sí, el paraguayo que le sacó campeón a la Juventus de Italia. El avión cayó en un escampado en medio del monte como era en ese entonces Cuatro Mojones...
–Era la época en que Papá Noel no existía…
–No. Papá Noel era un personaje que uno veía solo en las revistas extranjeras. Acá a nadie se le ocurría poner en la casa un Papá Noel. Nuestro símbolo de Navidad era el pesebre.
–Hay que tener memoria para los detalles…
–A mí siempre me gustó, tanto es así que tuve la suerte de festejar mis 70 años en la casa donde nací. Hace 50 años que la casa no es más nuestra. Pedí a los dueños que me alquilaran por tres días. En esa casa de 25 de Mayo nací en noviembre de 1940. Era el lugar donde jugamos, reímos lloramos, estudiamos y peleamos…
–¿La casa estaba igual?
–Igual. No cambió nada: los picaportes de las puertas, los artefactos del baño, la cocina, todo exactamente igual al día en que dejamos. Por un momento, volví a transportarme a ese escenario de niño terrible de muchos años atrás, de mi adolescencia, los paseos por Palma para cruzar miradas con las chicas que caminaban tomadas del brazo…
–Tiempos de cocktails (bailes modernos)…
–De cocktails con canciones de Elvis Presley, Paul Anka, Neil Sedaka, Los Plateros, Los Cinco Latinos. A la música importada le ponían su sello Made in Paraguay los Big Boy Serenaders. Se imponían las canciones del Festival de San Remo como “Nel blu dipinto di blu”. Ese fue para mí el himno de mi juventud. No digo con esto que todo tiempo pasado fue mejor, pero el pasado nos ayuda a dar sentido a cosas que van demasiado rápidas.
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