Se vienen cambios inatajables en estrategia contra las drogas

El 18 de marzo de 2002, en la reunión de medio año de la Sociedad Interamericana de Prensa en República Dominicana, se le preguntó al para entonces ya ex presidente William J. Clinton, invitado especial a aquel evento, qué pensaba de la despenalización de las drogas y de la idea de apartar este problema del ámbito criminal para pasar a tratarlo en el ámbito de la salud pública. “Espero no estar vivo para verlo”, contestó. Exactamente diez años después, comienza a parecer que ese deseo no se le va a cumplir.

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ABC Color consideró oportuno ir a Estados Unidos para conversar con los expertos y palpar de primera mano el ambiente previo a la Cumbre de las Américas, a desarrollarse los próximos 14 y 15 de abril en Cartagena, Colombia, que probablemente pasará a la historia por instalar oficialmente un debate hemisférico, acaso global, sobre estrategias alternativas en la política de control de las drogas y el narcotráfico.

La impresión que traemos es que veremos cambios profundos, y que estos se producirán tal vez mucho antes de lo que los más optimistas promotores de la reforma esperan.

El telón de fondo de este nuevo escenario es, precisamente, un amplio cambio de actitud en todos los niveles, desde las élites políticas, económicas e intelectuales hasta el ciudadano común, en Estados Unidos y en todas partes.

Aquí en el Paraguay, por ejemplo, hemos podido observar por los comentarios dejados en nuestro sitio de internet, o que nos han hecho llegar directamente, que la gente en general, y nosotros mismos, estamos mucho mejor informados, más concientes, con la mente más amplia que hace no mucho tiempo atrás.

Cuando Clinton hizo ese comentario en 2002, los cuestionamientos a la estrategia oficial de “guerra a las drogas” impulsada por Estados Unidos eran marginales, reducidos a círculos académicos influyentes, pero relativamente pequeños, y a grupos de activistas que concentraban su preocupación en el impacto de la política en los derechos humanos y las libertades individuales.

Jamás se habrá imaginado el ex Presidente que, diez años después, tendría a varios de sus colegas contemporáneos del hemisferio, como Fernando Henrique Cardoso, Ernesto Zedillo y César Gaviria, plenamente identificados con la idea de que la guerra a las drogas ha sido un fracaso y que es necesario “cambiar la receta”.

Mucho menos se habrá imaginado que, en 2012, presidentes electos en ejercicio de países latinoamericanos aliados de Estados Unidos se alinearían con una posición similar y plantearían públicamente un debate abierto, con todas las opciones sobre la mesa, para corregir rumbos y atenuar las consecuencias negativas que claramente ha tenido y tiene la guerra a las drogas en la región.

El crédito se lo llevará el presidente de Guatemala, Otto Pérez Molina, quien hizo el inédito planteamiento para un mandatario en funciones, apenas asumió el poder en enero de este año.

Como general retirado entrenado militarmente en Estados Unidos, la enérgica postura de Pérez Molina en este campo resulta un tanto paradójica. Quizás parte de su motivación sea política, o tenga que ver con algún deseo íntimo de despojarse de ciertos antecedentes oscuros durante los sangrientos enfrentamientos en ese país en los ochenta, para así reivindicarse ante la historia, como lo hicieron tantos otros, como Omar Torrijos en Panamá o, ¿por qué no? Andrés Rodríguez en Paraguay.

Pero justamente por todo ello, y por ser Guatemala uno de los países que más está sufriendo el fuego cruzado de la guerra a las drogas, es que su propuesta ha sido tan efectiva.

Sin embargo, lo verdaderamente relevante que ha ocurrido es que Pérez Molina no se ha quedado solo. Guatemala, como el Paraguay, es un país pequeño, sin mucho peso específico, y además muy dependiente de Estados Unidos. Pero Colombia y México son cuestiones muy distintas.

El presidente colombiano, Juan Manuel Santos, que será anfitrión de la Cumbre de las Américas en dos semanas, no solo ha incluido el tema en la agenda, sino que está impulsando con Felipe Calderón, Pérez Molina, y varios otros de Centroamérica, una propuesta común sobre la necesidad de reevaluar la estrategia considerando todas las opciones.

Sorpresivamente acorralado, Estados Unidos -si bien se ha reafirmado en su política de prohibición- ha tenido que aceptar que este es “un tema legítimo de debate” y que se sentará a discutir.

Esto habría sido impensable cuando Bill Clinton hizo su comentario hace diez años, y pone de manifiesto dos nuevas circunstancias.

La primera es que ya no depende exclusivamente de la voluntad de Washington. Estados Unidos tiene el dinero, el poder y la influencia, no hay duda de ello. Pero los países latinoamericanos tienen la violencia en sus calles, el resquebrajamiento de sus sociedades, la ruina de sus de por sí débiles instituciones, todo en aras de una guerra sin fin que solo ha logrado fortalecer más que nunca a las bandas de narcotraficantes.

La segunda circunstancia nueva es más oculta, pero igual de importante. Y es que el fracaso de la guerra a las drogas es ya evidente para los propios estamentos políticos estadounidenses. Si bien serán muy cuidadosos con lo que dirán y harán, saben que no se puede seguir con lo mismo. Una prueba de ello es que Estados Unidos, si bien por un lado encabeza la política de prohibición, por el otro lidera las reformas en la liberación regulada de la marihuana.

No repetiremos aquí las evidencias y las razones de este fracaso. Las han explicado con gran solvencia nuestros entrevistados Ethan Nadelmann, Coletta Youngers, Janho Tree, y hasta el ex subsecretario de Asuntos del Hemisferio Occidental Arturo Valenzuela, quien se muestra reticente a aceptar los argumentos en favor de la despenalización, admite que la política tradicional no funciona y asegura que la administración de Obama ya ha iniciado un cambio fundamental de paradigma para enfrentar el problema.

¿Qué se puede esperar ahora? Si de la próxima cumbre surge una declaración que oficialice el debate y abra las puertas a nuevas alternativas, eso ya será un gran paso adelante. Los analistas no creen que haya grandes novedades en el año electoral de Estados Unidos. Pero el tema ya está instalado y los presidentes que lo impulsan ya han dejado claro que no esperarán a que les den permiso para hacer lo que creen mejor para sus países.

Mirando a futuro, probablemente se comenzará con la marihuana, sobre cuya legalización prácticamente existe, si no unanimidad, sí un amplio consenso. Este es un aspecto particularmente importante para el Paraguay, uno de los mayores productores mundiales de cannabis, una de las razones por las cuales nuestro país de ninguna manera puede quedar al margen de este debate.

Nos animamos a vaticinar que en otros diez años las cosas serán completamente distintas. Y Bill Clinton, que hoy tiene 65, probablemente seguirá viviendo.

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