Sin honorabilidad no va a haber justicia en el país

El Senado distinguió por su trayectoria a un maestro de generaciones, el jurista Miguel Ángel Pangrazio, el pasado jueves. En esta entrevista, Pangrazio, de 92 años, admite que para él fue una sorpresa haber sido homenajeado en ese foro, más conocido últimamente por sus escándalos que por sus obras, y recuerda que a nuestras instituciones les hace falta una gran dosis de moral para el servicio público.

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–Llamó la atención que en el Senado, más conocido últimamente por sus escándalos, se hayan acordado de usted para distinguirlo por sus méritos, su aporte a la educación, a la cultura.

–A mí también me sorprendió. Fue muy raro, no siempre ocurre (sonríe). La verdad es que me sentí congratulado. Hay una crisis de moralidad. Eso es lo que dije cuando hablé ahí en el recinto del Congreso. Las sociedades que progresan no se apartan de la moral, respetan los principios morales. Los pueblos que olvidan su moral caen en el atraso.

–Cuántos libros.

–Creo que 54 si mal no me acuerdo.

–Miguel Ángel Pangrazio Ciancio... ¿De qué origen? 

–Caazapeño. Mi papá era Miguel Pangrazio Vragolov. Por el lado de mi mamá Ciancio Sarubbi.

–Sus padres eran inmigrantes.

–De origen inmigrante. Mi abuelo era croata, mi padre también hacía traducciones a los inmigrantes de la vieja Yugoslavia, que era antes el Imperio austrohúngaro. Mi padre vivía en Barcequillo, San Lorenzo. Mi abuelo tenía una granja grande con animales y carros. Mi mamá era caazapeña de origen italiano: Ciancio Sarubbi. Ellos se conocieron en el Ferrocarril (Central). Mi madre viajera y mi papá que se fue a despachar una encomienda. Se casaron en la Iglesia San Francisco, en Asunción. Fueron a vivir a Caazapá. Llegamos a ser cinco varones y una nena. Uno, el mayor, falleció muy chico.

–Qué lejos fueron a parar, a Caazapá.

–Pero se llegaba sin problemas en tren. La parada era (la ciudad de) Maciel, a 13 km de Caazapá. De ahí se podía hacer el trayecto en sulki o a caballo. Se llegaba en una hora. Daba gusto viajar en tren. Era lo máximo para nosotros cuando éramos niños.

–¿Cuántos años de casado? 

–Y bueno, hoy tengo 92 (años), y entonces estoy casado desde hace 60 años. Mi casamiento fue en el año (19)59. Le conocí a mi esposa, justamente en una fiesta de casamiento. Se casaba su hermana con un primo hermano mío. Yo salí de testigo y ella era parte del cortejo. Le eché el ojo enseguida: “amóa che rembirekorã”, dije. Y así fue. Tuvimos cuatro hijos, dos varones y dos mujeres. Yo ya era abogado. Formaba parte del directorio del Instituto Rural Agrario (IRA). Antes me había desempeñado como secretario del IPS, a los 22 años. Me pagó una beca de especialización en la Universidad Central de Madrid. Allá casi desvié el camino.

–¿Por qué? 

–Pude haber sido jugador de fútbol profesional en España.

–¿Jugaba al fútbol? 

–Claro. De adolescente estuve a cargo de don Aurelio González en el Olimpia. Llegué hasta cuarta. Quiso que juegue de puntero izquierdo. Cuando fui a especializarme a España me invitaron a jugar en el Real (Madrid). Me vieron en los torneos universitarios. Mi profesor responsable me frustró. Me dijo que podía perder la beca. “Usted no vino para jugar fútbol. Vino para estudiar...”, me dijo. “Usted es muy buen estudiante. No quiero verlo más en la cancha”.

–¿Qué le parece? ¿Es difícil en este país ponerse del lado de la ley y de la moral?

–Si las leyes no tienen un contenido moral no serán buenas. La palabra debe orientarnos hacia la moral. En el servicio público, las autoridades deben estar llenas de moral.

–De quién se acordó cuando fue distinguido.

–De mis maestros, del profesor (Luis) De Gásperi, padre del Código Civil paraguayo. El tenía la asignatura más difícil de derecho: obligaciones. El otro que me enseñó el buen camino del derecho fue Ramiro Rodríguez Alcalá.

–¿Cómo ve la situación de la justicia? 

–La morosidad judicial es uno de los daños mayores que se le produce a la justicia. Beneficia a los corruptos, además, atenta contra los principios jurídicos. La morosidad condena al atraso.

–¿Cuál es la fórmula para su depuración? 

–La honorabilidad es la base. Si no elegimos personas honorables es en vano que esperemos tener justicia.

–Los cambios que se están produciendo en la Corte, ¿le dan una esperanza o hay que desconfiar? 

–Me abstengo de opinar. Lo que enaltece a la justicia es la buena conducta y el proceder de los magistrados. Una persona que se caracteriza por su conducta rectilínea no se va a apartar de cumplir con su deber. Yo tengo un anteproyecto de Constitución donde se establece muy bien la forma de designación de magistrados. Para la selección de magistrados debe tenerse en cuenta la conducta del candidato, sus antecedentes morales, de su familia.

–En este país se relativiza hasta el ítem honorabilidad a la hora de seleccionar candidatos. Dicen que prima mucho la influencia y poder.

–Si se obra con moral y patriotismo se debe hurgar en los antecedentes, hasta en las familias de los candidatos. La familia es la mejor escuela. Si la familia es honorable, el candidato va a ser honorable. Si tiene parientes corruptos es difícil que esté exento. El magistrado debe ser intachable, transparente.

–¿Es difícil mantener la conducta en una administración donde el vicio y la corrupción campean?

–El hombre correcto no deja secuelas. Es difícil que a un hombre correcto se le acuse de algo, y si lo acusan, el que lo hace no lo va a poder sostener por mucho tiempo.

–Usted habrá tenido muchas tentaciones.

–Una sola vez, un señor se fue a ofrecerme alevosamente mucho dinero por un dictamen. Yo era asesor del Banco Central. “Señor, porque usted tiene familia no lo denuncio, porque si lo denuncio se va a ir a parar a la cárcel y van a sufrir sus hijos y su esposa. Nunca más venga a proponerme algo incorrecto”, le dije.

–La tranza es hoy es el común denominador. Es lo que vemos en el Senado, en Diputados, en las gobernaciones, municipalidades.

–Y por eso andamos mal. No se castiga. Pero el que camina torcido, tarde o temprano cae. Le voy a decir en guaraní: “Oguata karêva oho, ho’a zánjape”. El hogar es la mejor escuela para aprender moral. Le voy a poner un ejemplo personal. A mí me fastidiaba a veces, tener que ir al catecismo justo a la hora del partido de fútbol o de las carreras de caballos. Los curas hacían coincidir la hora del catecismo con la hora del partido. Y yo era guaino (jinete). A los 10 años ya hacía correr caballos en la pista. Una vez me defendió Ña Ita Monges, una veterana del Setenta –muy anciana ella– que andaba por casa con mi mamá. “Mitãme ko ñambo’e. Nañanupãiva’erã. Jahekombo’eva’erã” (A las criaturas hay que enseñar y no castigarles), le dijo a mi mamá. En vez de irnos al catecismo, nos escondíamos y nos íbamos a las carreras (se ríe con picardía). Yo era jockey.

–En la plenitud de su existencia, usted que anduvo tanto tiempo detrás del Partido Colorado, ¿cuál es el concepto que le queda?

– Cuando la política deja de ser un servicio social para convertirse en un negocio, eso va a llevar a la inanición de los partidos. En unas elecciones internas, que no voy a identificar, vinieron a plantearme torcer los resultados a favor de una de las listas en pugna. Les dije: “señores, conmigo se respetan los resultados”, y renuncié.

–¿Cuáles son las cualidades para tener éxito y ese prestigio que se granjeó a lo largo de su existencia? 

–Cuando elegí la carrera, mis padres, mis parientes me decían: “No. Vos tenés que estudiar medicina”. Mi tío obtuvo medalla de oro en medicina en Nápoles. Yo dije con firmeza: “Voy a seguir la carrera que me gusta, Derecho”. Era mi vocación. Impartir justicia me apasionaba. Cuando Juan R. Chaves me entregó la medalla de oro de Derecho (UNA), me dijo: “Usted va a ser un exitoso profesional”. Yo le respondí: “Yo estudié para servir al semejante, no para ganar dinero”. Mi especialidad era las sucesiones, el derecho civil. Muchas veces no cobraba. Yo traté siempre de ser simple, sencillo, directo.

–Gráfico.

–Práctico. Yo traté de hacerme entender y creo que la gente me entendía, por eso usan hasta hoy algunos libros míos para consulta, inclusive en la facultad. De joven, algunos amigos me pedían que les escribiera cartas a sus novias. A veces me pagaban. “Mboy adeve ndéve”, me decían. “Eme’êsemívante” (lo que tengas para dar), les decía. Hacía acrósticos, algún poema.

–¿Mucha adrenalina en su vida política? 

–A la hora del desafío de ser leal a las órdenes del partido o leal a los principios, no dudé un instante en optar por los principios. Todos tenemos en la vida un momento de mayor exigencia moral. No dejarse tentar por el mal es algo personal. Monseñor (Ismael) Rolón decía que hasta el más malo debe tener algo bueno en el fondo. Monseñor Rolón era caazapeño, como yo. Éramos muy amigos. Una vez me preguntó: “¿Nunca tuviste vocación religiosa?”. Le dije que no. “Quiero ser libre, quiero tomar mis propias decisiones”, le dije.

–¿Cuál llegó a ser su máxima aspiración?

–De niño, siempre quise ser jinete. Como profesional mi meta fue siempre no fallar, hacer justicia, cuidar de no hacerle daño al semejante, ser honesto y servicial. Era todo un desafío, pero traté de seguir y es lo que tratamos de inculcar siempre.

holazar@abc.com.py

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