Una guerra de ¡un millón de millones de dólares!

Sanho Tree, experto del Institute for Policy Studies, explica por qué es tan difícil impulsar estrategias alternativas a la “guerra a las drogas” de Estados Unidos, pese a que incluso las élites políticas en Washington admiten en privado que no funciona y que arroja resultados claramente contraproducentes. Parte de la razón es electoralista, pero el motivo principal radica en una cifra difícil de abarcar aun con la imaginación.

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¡Un billón de dólares! (para evitar confusiones, un millón de millones, doce ceros, un trillón en inglés, US$ 1.000.000.000.000). Es el monto en dólares corrientes que se han engullido en Estados Unidos la burocracia y el aparato militar-policial creados y alimentados en torno a la estrategia de prohibición desde que Richard Nixon declaró la “guerra a las drogas” en 1971. La cifra fue calculada por la Associated Press en un reciente artículo, que proyectó a su valor actual los gastos desde aquella época. Es una suma enorme, equivalente al valor de todo lo que va a producir el Paraguay en los próximos sesenta años. Para tener una idea, de haberla invertido en infraestructura, habría sido suficiente para construir una ruta de más de tres millones de kilómetros, ocho veces la distancia entre la Tierra y la Luna. “Si se reprogramara ese dinero para desarrollos alternativos, tratamientos por consumo de drogas, rehabilitación, prevención, se cortarían muchos empleos en la burocracia. Esta es gente poderosa, que va a pelear para que eso no suceda”, advierte Sanho Tree, historiador diplomático y militar, especialista en políticas de drogas, con quien conversamos en su oficina del Institute for Policy Studies, a pocas cuadras de la Casa Blanca, en el centro Washington DC.

–Es una cifra increíble.

–Sí lo es. En la actualidad se estima que a nivel federal en Estados Unidos se gastan anualmente unos 26.000 millones de dólares, que son consumidos por quienes controlan esta política: la Drug Enforcement Administration (DEA), el State Department Bureau of International Narcotics and Law Enforcement, la Oficina del Zar de la Droga. Y si se consideran también los gastos a nivel de los gobiernos estaduales, la cifra asciende tal vez a 50 o 60.000 millones de dólares por año.

–Es desafortunado que, para mantener una burocracia, se insista en políticas que causan tragedias.

–Es la naturaleza de la burocracia. Aun cuando yo me considero de centroizquierda, coincido con los conservadores en que, si se construye una burocracia, es muy importante ser estricto en la vigilancia y la constante evaluación, para eliminarla una vez que la necesidad se termine. De lo contrario, la burocracia solo tiende a crecer. Es lo que ha pasado con la guerra a las drogas.

–¿Por qué la gente no reacciona?

–El problema con la política de drogas es que las soluciones son con frecuencia contraintuitivas. Esto significa que la opción más obvia suele ser la equivocada. En este caso, actuar con más dureza es a menudo lo opuesto a ser más efectivo, debido a la propia economía de este negocio. Pero no muchos votantes entienden de economía. Lo que ven es que México se está incendiando, América Central se está incendiando, y lo primero que piensan es que se necesita agua para aplacar el fuego, en este caso asistencia militar y policial para restaurar el orden. Es un deseo entendible, pero equivocado.

–¿Por qué?

–No todos los incendios responden al agua. Si hay un fuego con aceite en la cocina, o hay un cortocircuito, si le tiras agua, explota.

–¿Qué ocurre en este caso?

–Las respuestas convencionales incrementan el riesgo para los traficantes y, por lo tanto, incrementan su recompensa. La cocaína, la heroína, la marihuana, son muy baratas de producir, casi no tienen valor, pero nuestras políticas las hacen muy valiosas, tanto que hay gente dispuesta a cometer actos de increíble violencia para obtener esos márgenes. Durante décadas les hemos estado dando un apoyo de precios, un subsidio no intencional, a los traficantes.

–Y no se ha reducido el narcotráfico.

–Todo lo contrario, en realidad. Lo que ha ocurrido es una especie de evolución darwiniana en el negocio de las drogas.

–¿Cómo es eso?

–Los que mayormente capturamos son los contrabandistas más torpes, los más estúpidos, los que cometen errores y por lo tanto caen. Los que se nos escapan son los más eficientes, los más efectivos, los más adaptables, los más innovadores. Por muchas décadas hemos aplicado una política que promueve una “selección natural”. Hemos estado criando supertraficantes. Nuestras políticas han creado más eficiencia en este mercado que cualquier otra cosa en la que se pueda pensar.

–Sí, antes traficaban en botes, ahora en submarinos.

–Y pronto lo harán en aviones no tripulados. Es un juego imposible. Las operaciones más eficientes sobreviven y nosotros no solo les aseguramos un buen precio, sino que les eliminamos a sus competidores, les hacemos un gran favor.

–¿Cómo es que gente tan inteligente y tan profesional en el Gobierno y la política en Estados Unidos no se da cuenta de esto?

–Se da cuenta. Cuando la puerta está cerrada, surge una conversación completamente distinta. Si en el Congreso hubiera votaciones secretas, gran parte de la guerra a las drogas se acabaría, ciertamente en relación con la marihuana. Pero públicamente los políticos no quieren tomar esos riesgos, no quieren elaborar estos argumentos, piensan que los votantes solamente entenderán las respuestas fáciles.

–¿Y es así?

–En parte lo es. Los medios de comunicación, salvo excepciones, también son un poco culpables, por su tendencia a la excesiva simplificación. Además, no es suficiente con proponer abandonar la política. La gente
querrá saber con qué se la va a reemplazar, y eso requiere análisis, negociaciones y acuerdos previos.

–¿Pasará algo con este nuevo debate impulsado desde América Latina?

–Tomará tiempo, no habrá muchas novedades en este año electoral. Tal vez después de la reelección, si se produce. Es típico en Estados Unidos que los presidentes se ocupen de cuestiones polémicas en su segundo mandato.

–¿Qué haría si fuera Obama?

–He pensado en ello. Lo que haría es integrar un equipo de alto nivel para evaluar las políticas y producir un informe. Convocaría a dos o tres ex prominentes funcionarios, que muy bien pueden ser republicanos, como los ex secretarios de Estado y del Tesoro George Shultz y James Baker, y el ex secretario de Defensa Donald Rumsfeld, hombres sabios que han sido críticos en alguna medida a la guerra a las drogas, provienen del sector privado, entienden la economía y tienen la reputación y la autoridad.
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