Huyendo de los estragos de la Segunda Guerra Mundial, Greta y Mikhail Stampf dejaron su Hungría natal y se refugiaron en nuestro país. Con muchas ilusiones, se instalaron en Areguá, pero pronto el poco dinero que trajeron se les escapó de las manos a causa de gente inescrupulosa y tuvieron que ver un modo de sobrevivir. Y como reza el dicho: “A gran necesidad, gran diligencia”. Mikhail, un hombre de gran creatividad, aceptó la propuesta de una vecina costurera de asociarse y hacer muñecas.
Stampf las hacía en papel maché, ella confeccionaba los vestiditos y las vendían en Asunción. Pero surgió un problema: el material se descomponía. Al mismo tiempo, él se hizo conocido en Asunción como “el muñequero de Areguá”, pues era quien comercializaba los productos. Tanto que, un día, el dueño de una tienda muy famosa de la época le encargó que le reparara una “muñeca grande” que había traído de París.
Esa fue la primera vez que Mikhail Stampf tomó contacto con una maniquí. La llevó a Areguá y le dijo a su esposa: “Vamos a dedicarnos a las muñecas grandes de vidriera, porque acá nadie las hace”. Además, las pequeñas eran muy artesanales y no brindaban mucha ganancia. “¡Estás loco!”, le dijo, inicialmente, entre broma y de veras. Pero como vio que era en serio, le preguntó: “¿Y de dónde vamos a sacar el molde?”. “De tu cuerpo”, contestó Mikhail.
Él había visto que en Areguá los moldes de las artesanías eran de yeso y pensó que sería lo mismo. La cubrió de yeso y la tendió al sol en el fondo del patio. En el momento en que terminaba el molde sobre su modelo humana, llegó gente a su establecimiento y tuvo que atenderla. El “muñequero de Areguá” se olvidó de que el material, al secarse, se contrae... ¡Y se cerraron los orificios de la nariz de Greta!, quien casi muere ahogada. Tuvo que romper el yeso para rescatar a su esposa y hacer uno nuevo; de ahí salió el primer molde.
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Pero los problemas seguían... Los primeros maniquíes eran de papel maché y se deshacían, no atajaban la ropa. Entonces, Mikhail le agregó alambre y, luego, tela de arpillera con yeso. ¡Y resultó! Así surgieron los primeros maniquíes que fueron utilizados los primeros 20 años (en restauración, foto). Grandes tiendas de Asunción, como La Riojana, Modas Lida, My Lady y otras, fueron sus principales clientes. Las piezas se vendían dos o tres veces al año.
A inicios de los 80, Marta —actual encargada del local— ya estaba casada con George —el hijo de los Stampf—, cuando él tomó el mando del establecimiento junto con Greta, pues Mikhail se dedicaba a la carpintería, y empezó a usar fibra de vidrio.
Con altas y bajas, la fábrica de maniquíes siguió hasta hace unos ocho años, cuando —como dicen— “la desgracia es cobarde, no viene sola”. “Se enfermaron, al mismo tiempo, Greta y George, y falleció una de nuestras hijas”, revela Marta de Stampf.
Ella no tuvo más remedio que, en medio de semejante tormenta, tomar el timón del barco y tratar de llegar a buen puerto. Una vez calmadas las aguas, le dio un nuevo giro a la fábrica. Greta falleció en el 2009. En el 2011 se mudaron a un nuevo local.
“Ahora estamos pensando seriamente en la modernización de la fábrica, de hacer de esto una industria, pero no es tan fácil”, explica Marta, quien —junto con su marido— se enfrenta, además de la crisis, al dilema de embarcarse o no en un préstamo importante. “Se acabó la época de romance. Tenemos que dejar de ser una empresa familiar para hacer de esto una industria”, asegura. Actualmente están en ese proceso. “Cuesta mucho renacer”, confiesa.
En el establecimiento trabajan los descendientes de los primeros obreros que comenzaron con Greta y Mikhail.
Respecto a la forma de fabricación de una pieza, Marta detalla que es igual que en cualquier fábrica del mundo, con la diferencia de que ellos todavía trabajan con el proceso básico de laminado manual para el molde de los maniquíes. “Es prácticamente igual a la técnica que se utiliza en todos lados: el maniquí de fibra de vidrio laminado, que en cualquier parte del mundo es una escultura privada”.
Las piezas se producen en serie, pero la confección de un maniquí toma unos tres días, aunque depende de muchos factores. Pero, normalmente, los pedidos de 12 piezas llevan entre ocho y diez días. La fábrica provee a, prácticamente, todas las marcas nacionales, porque para cada una se arma su pieza, color, cabeza, para que las vidrieras tengan una personalidad diferenciada. Para cada marca, se desarrollan modelos e, inclusive, medidas. “Las piezas que vendimos a un comercio ya no las ofrecemos a otro. Todo es personalizado”.
Los pasos
Este procedimiento es artesanal, todo se hace a mano. Se prepara con cera y con el desmoldante. Luego, se pone la primera capa de cera; sobre esta se coloca la fibra y, más tarde, la resina con el catalizador, parte por parte. Enseguida se gelatiniza (se endurece) y se pega con fibra la pieza —como una costura— o con masa para las piezas más grandes. Después, se abre y se despega del molde. Posteriormente, se le saca a mano toda la cera; de otro modo, la pintura no se adhiere. Se coloca la pátina y luego, pedazo a pedazo, se lija a mano.
Mutaciones
Al igual que la moda, los maniquíes también cambian. Sus colores, formas y texturas. Así, hay piezas de color piel, blanco, nude o plata. A veces, las marcas traen sus propios modelos, pero siempre piden medidas y altura paraguayas. Actualmente, por ejemplo, en la frontera con Brasil, reciben pedidos de maniquíes femeninos con más volumen en el busto y la cola. En Asunción todavía prefieren las medidas estándar, más discretas.
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