La memoria infantil no cabe en vuestras urnas

Hace 50 años, el 11 de septiembre de 1973, con las bombas sobre el Palacio de La Moneda y el suicidio de Salvador Allende, un golpe militar abortaba trágicamente la llamada “vía chilena al socialismo”. El Suplemento Cultural da inicio hoy a “Chile: 50 Años del Golpe”, nueva Serie de varios autores sobre este acontecimiento, uno de los hitos que han marcado la historia reciente y la actualidad de nuestras sociedades latinoamericanas. “Los relatos respetuosos y validadores de la niñez pobre y empobrecida que fuimos en dictadura faltan todavía”, escribe en esta primera entrega el comunicador y activista Pelao Carvallo, miembro del Grupo de Trabajo Clacso / Memorias colectivas y prácticas de resistencia, a propósito de la experiencia de niñas, niños y adolescentes bajo la dictadura de Pinochet (algo que nos puede aproximar también a la comprensión de cualquier otra dictadura).

La policía chilena detiene a un niño en el pasaje Nueva York, centro de Santiago, 1989, durante la dictadura de Augusto Pinochet (Foto: Álvaro Hoppe)
La policía chilena detiene a un niño en el pasaje Nueva York, centro de Santiago, 1989, durante la dictadura de Augusto Pinochet (Foto: Álvaro Hoppe)

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En un mundo adultizado, cada niña o niño vive bajo una dictadura. Es tal el entusiasmo del mundo adulto por imponer sus circunstancias en la vida infantil que esta es minimizada, menospreciada, reprimida, ridiculizada, pasada por alto, desanimada y tergiversada en todo momento y lugar en la acción permanente más coherentemente coordinada en la historia mundial. Habrá excepciones culturales y personales a esta norma, que no por ello, tristemente, deja de ser norma –y que es aún más ruda para la niñez pobre–.

Poniendo atención al cine, series y audiovisuales en general, pocas son las producciones elaboradas bajo conducción de niños y niñas. Las producciones con protagonistas infantiles o adolescentes más conocidas son guionadas, producidas y dirigidas por adultos, quienes, cada vez más, disfrazan historias para adultos con un relato infantil. Cualquier visionado de películas de moda aptas para menores de 13 años nos habla de esto; quienes más las disfrutan suelen ser los adultos, a quienes están dirigidas todas las referencias, chistes, gags y argumentos. Es muy evidente la adultización de las niñas mediante su sexualización temprana, que es un justo motivo de queja hacia las industrias de la moda, la publicidad y la entretención. Es un poco menos evidente la adultización general que promueve la industria cultural en general, que es la industria formativa por excelencia (incluso si consideramos la educación como una industria).

En literatura, salvo honrosas excepciones, hay poca cosa. Algún cuento de Diana Viveros y otro de Liz Haedo en Paraguay, algo en Casaccia también y algo en las memorias noveladas de Manuel Rojas –especialmente en Hijo de ladrón– y de González Vera –en Alhue–, citando literatura chilena. En cuanto al mundo del cómic, tan valorado ahora, Paracuellos, del español Carlos Giménez, destaca como un sincero intento de mostrar la niñez pobre y pobrísima en tiempos de dictadura desde una memoria desadultizada. Poco más. Relatos adultizados por excelencia, memorias y autobiografías testimonian la traición de los adultos que escriben a la niñez que fueron. Es, ciertamente, un problema de las memorias en general, no solo de las literarias. De la niñez y adolescencia pobres hay menos rastro literario aun, y ese rastro, desde los tiempos del Lazarillo de Tormes, siempre aparece como un momento del desarrollo de un destino, y ni siquiera en las novelas que hablan del hambre hay protagonismo infantil.

Respecto a la literatura, así llamada, «infantil», poca está libre del interés adultizador de la cultura que nos contextualiza. Historias, colores, tipografía, formatos, todo, salvo excepciones, está hecho con la intención de que guste a niñas y niños, pero no de que les represente. Lo de las excepciones suele venir de obras que no tienen un afán pedagógico como trasfondo.

Escribo esto a propósito de los 50 años del golpe de Estado militar contra el gobierno de Salvador Allende y la Unidad Popular en Chile, cometido el 11 de septiembre de 1973 por el general Augusto Pinochet y una gavilla uniformada autodenominada desde ese momento Junta Militar de Gobierno. La población menor de 14 años que vivió ese momento histórico fue de unos tres millones y medio, casi un 40% del total. Hay poca producción sobre ese golpe de Estado y esa dictadura que tenga a la niñez, y menos a la niñez pobre, como protagonista. La notable película Machuca (2004), por ejemplo, que muestra la niñez pobre en tiempos de la Unidad Popular, refleja en realidad la perspectiva de un niño de las clases adineradas y golpistas. Tampoco Historia de un Oso (2014), notable animación, es una mirada desde la niñez pobre. En cuanto a memorias e historias orales, aún no es tiempo de la niñez pobre y empobrecida por la dictadura pinochetista. Hay relatos de niñez, es cierto, pero escritos por gente de las clases altas y medias, en base incluso a diarios de vida.

La niñez pobre y pobrísima solo recibe atención en relatos científicos, sociológicos, antropológicos y de trabajo social centrados generalmente en el consumo de neoprén, pegamento barato que reemplazó en la infancia y juventud de la dictadura al alcohol (vino) como droga preferencial. La dictadura que forzó al hambre a millones de chilenos mediante su política de crisis económica permanente, condenó a esas infancias y adolescencias a paliar el hambre con una droga que se podía adquirir legalmente en las ferreterías (1).

Mejor suerte cultural ha tenido la niñez en el exilio. Tal vez porque el relato de ese exilio lo han hecho adultos que fueron esa niñez exiliada. Sin ser el centro del relato, algunos documentales sobre el exilio chileno en Francia y Cuba, por ejemplo, dan fuerte voz al relato de las infancias que lo vivieron. Destaca en ese sentido el reciente documental Villa Olímpica (2022), que da voz, cuerpo y maqueta a la vivencia de la niñez poniendo límites claros a la adultización del relato (2).

Villa Olímpica da alguna idea de cómo construir un relato que valore y respete la experiencia infantil. Situar la memoria en su espacio geográfico, dejar hablar colectivamente a esa niñez, dar espacio al diálogo intrageneracional, dejar salir las frustraciones y derrotas ante el mundo adulto, mostrar la conciencia infantil de sus propias limitaciones, que nos persigue hasta adultos y que el catolicismo administra muy bien como culpa. Los relatos respetuosos y validadores de la niñez pobre y empobrecida que fuimos en dictadura faltan todavía. Están por venir, solo deben romper el cerco autoimpuesto de la adultización que natural y forzadamente nos restringe.

Notas

(1) «Niños neopreneros en los años 80: entre la bolsa y la vida», El Mostrador, 08/09/2023.

(2) Comentario sobre el documental en: https://www.elciudadano.com/artes/villa-olimpica-un-documental-que-deja-hablar-a-la-ninez/07/27/

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