En 1989, Woody Allen estrenó la que para muchos es su mejor película: Crimes and Misdemeanors (Crímenes y pecados en Latinoamérica, Delitos y faltas en España). El argumento es, en parte, un reflejo invertido de Crimen y castigo, de Dostoievski.
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El Raskolnikov de Allen es un próspero oftalmólogo, Judah Rosenthal (Martin Landau), que conjuga su destacada carrera profesional con una intensa labor filantrópica, lo cual lo sitúa como un respetado pilar de la comunidad judía de Nueva York. Con el mayor sigilo, Judah, esposo y padre ejemplar, mantiene una aventura con Dolores Paley (Anjelica Huston), azafata a la que conoció en uno de sus muchos viajes.

En trama paralela, Clifford Stern (Woody Allen), documentalista que afronta aprietos económicos y un matrimonio moribundo con Wendy (Joanna Gleason), acepta –a regañadientes y solo porque necesita el dinero– dirigir el documental biográfico de su cuñado Lester (Alan Alda), exitoso guionista de cine y televisión al que detesta. Con estos puntos de partida, Allen nos relata una historia de resentimientos, crimen, escrúpulos morales y remordimientos. Sobresalen en sus interpretaciones Martin Landau, Alan Alda y Anjelica Huston.
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La década final del siglo XX fue de intensa actividad para Allen, que llegó a rodar uno o dos filmes al año, ritmo quizás logrado a costa de la calidad de sus realizaciones de la época, entre las que se cuentan obras notables, como su último trabajo con Mia Farrow, Husbands and Wifes (Maridos y esposas), de 1992; la estupenda Manhattan Murder Mystery (Misterioso asesinato en Manhattan), de 1993, que marcó el retorno del dúo protagónico Allen-Keaton; la desenfadada Mighty Aphrodite (Poderosa Afrodita), de 1995, con F. Murray Abraham, Mira Sorvino y el propio Allen en los papeles principales, o la comedia musical Everyone Says I Love You (Todos dicen te amo), de 1996.
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Por el contrario, filmes como Alice (1990), Shadows and Fog (Sombras y niebla, 1991), Bullets Over Broadway (1994), Deconstructing Harry (Desmontando a Harry, 1997), Celebrity (1998) o el falso documental Sweet and Lowdown (1999), sobre las peripecias del ficticio guitarrista de jazz Emmet Ray (Sean Penn), resultan un tanto fallidos comparados con los niveles de excelencia de otras obras del cineasta. Los noventa fueron en la filmografía de Allen años de elencos corales de grandes estrellas de Hollywood que anhelaban el prestigio artístico de trabajar con él aún a costa de percibir honorarios mucho menores que los acostumbrados en los grandes filmes comerciales del momento.
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También esa década fue la de su separación de Mía Farrow y su casamiento con Soon-Yi Previn, hijastra de Farrow y su exmarido, el compositor, pianista y director de orquesta André Previn, y la década en que Farrow lo acusó de haber abusado sexualmente de su hija adoptiva de 7 años, Dylan.

Las repercusiones de esta acusación, que desató enconadas batallas judiciales, son tan intrincadas que escapan al objeto de estas líneas. Cabe comentar, sin embargo, que, por un lado, la policía y la fiscalía estadounidenses concluyeron que no había evidencias de abuso, pero, por otro lado, Dylan, ya adulta, ha confirmado reiteradamente la veracidad de la denuncia formulada por su madre adoptiva.
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A comienzos de este siglo, los tormentosos acontecimientos de su vida privada no parecieron afectar la producción del cineasta de Brooklyn. Entre otros filmes, destaca Match Point (2005), enteramente rodado en Londres, con Scarlett Johansson, Jonathan Rhys-Meyers, Brian Cox y Matthew Goode, que, si bien es una variación de los temas ya abordados en Crímenes y pecados, tiene la fuerza propia del gran desempeño actoral de todo el elenco, los giros en la trama y la excelente fotografía y dirección de arte.

Dicho sea de paso, aunque siempre se definió como un contador de historias, concentrado ante todo en los temas y las tramas de sus obras, Woody Allen también dio siempre relevancia a la coherencia de su lenguaje visual, optando por trabajar con fotógrafos reconocidos en la industria del cine, como el norteamericano Gordon Willis, el sueco Sven Nykvist o los italianos Carlo Di Palma y Vittorio Storaro.
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Protagonizada por Scarlett Johansson, Rebeca Hall, Penélope Cruz y Javier Bardem y filmada en Barcelona, Avilés y Oviedo, Vicky Cristina Barcelona (2008) narra la historia de dos amigas estadounidenses de vacaciones en Europa que en una galería de arte conocen a Juan Antonio, artista por quien ambas sienten interés erótico. La ya compleja situación se complica con la aparición de su ex esposa. Penélope Cruz ganó un Óscar a la mejor actriz de reparto por este papel.

En 2011 se estrena Midnight in Paris (Medianoche en París), con Owen Wilson como un novelista norteamericano que visita la capital francesa con su prometida, de la que empieza a distanciarse. Una noche, mientras camina solo por una calle parisina, advierte un anacrónico auto de la década de 1920. Llevado por la curiosidad, acepta la invitación de sus pasajeros y sube al vehículo, que lo lleva al París de los «locos veinte», donde conoce a Buñuel, Dalí, Hemingway y otros. El desarrollo subsiguiente de la trama recuerda sospechosamente a Les Belles de Nuit (1952), del director francés René Clair (1898-1981), película muy superior, dicho sea de paso, al sobrevalorado trabajo de Allen.
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De 2013 es la última gran película del neoyorquino, Blue Jasmine. Las que siguieron –Magic in the Moonlight (Magia a la luz de la luna, 2014), Irrational Man (Hombre irracional, 2015), A Rainy Day in New York (Día lluvioso en Nueva York, 2019) o Coup de chance (Golpe de suerte, 2023)– no resisten la comparación con sus filmes más celebrados. Quedémonos como despedida con esa historia en la que Woody Allen nos recuerda por qué su obra es fundamental en el cine contemporáneo. Esa historia en la que Cate Blanchett encarna a Jasmine, acaudalada mujer cuya vida cambia repentinamente tras la prisión y posterior suicidio de su esposo, un ejecutivo de altas finanzas encarcelado por sus estafas, y que, en la más absoluta bancarrota, no tiene otra opción que mudarse a vivir en el pequeño y caótico departamento de su hermana de clase trabajadora Ginger (Sally Hawkins) en San Francisco. Por medio de una penetrante mirada a la problemática relación entre las dos hermanas, este filme –que le valió a Cate Blanchett un Oscar a la mejor actriz– nos entrega un relato implacable de la destrucción de los vínculos humanos más cercanos, con las diferencias de clase como telón de fondo.

*Gustavo Reinoso es abogado por la Universidad Nacional de Asunción (UNA), con estudios de Filosofía Política en la Universidad de Navarra (UNAV), España, y crítico cinematográfico. Ha publicado trabajos sobre temas que van desde las ideas estéticas de Heidegger y Lukács hasta el derecho laboral en varios medios de prensa y colabora regularmente en El Suplemento Cultural con artículos sobre el cine y sus relaciones con cuestiones de historia, música y literatura.
