Durante el año 2025 la guarania ha sonado en conciertos, homenajes y celebraciones, enalteciendo el nombre de José Asunción Flores, quien ocupa con justicia el centro de la escena cultural. No obstante, vale la pena recordar que no siempre ha sido así. Hubo un tiempo –no tan lejano– en el que esta música fue también un territorio de persecución, censura y manipulación histórica.
Hace apenas 58 años, la guarania atravesó una de las navidades más oscuras de su historia. Para comprender ese episodio, es necesario volver a 1968.
En aquel entonces, el país estaba bajo el férreo control de la dictadura de Alfredo Stroessner, en uno de sus momentos de mayor estabilidad política. La oposición había sido diezmada mediante el exilio, la cárcel o el asesinato, y cualquier forma de disidencia era duramente reprimida.
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Ese año, el estronismo se perpetuó en el poder por cuarta vez consecutiva a través de elecciones fraudulentas, organizadas y controladas íntegramente por el régimen. Diversas instituciones públicas y privadas manifestaron abiertamente su respaldo al oficialismo. Entre ellas –en el panorama cultural– se encontraba APA (Autores Paraguayos Asociados).
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Los periódicos de la época dan cuenta del apoyo explícito de esta entidad, como de muchas otras, al proceso electoral del oficialismo. En aquellos años, APA funcionaba también como un espacio de control político sobre artistas considerados incómodos para el régimen, muchos de los cuales integraban la conocida «lista negra».

Uno de esos nombres era indudablemente el de José Asunción Flores. Desde muy joven, el creador de la guarania había demostrado una profunda sensibilidad social y una clara antipatía hacia los gobiernos autoritarios.
A mediados de la década de 1930 se afilió al Partido Comunista Paraguayo, aunque con el tiempo se fue alejando de la militancia orgánica debido a su rechazo al verticalismo partidario. A lo largo de los años, se ha intentado reducir su obra a una expresión del realismo socialista soviético, afirmando que su ideología política determinó su estética musical.
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Sin embargo, para la década de 1960, Flores estaba mucho más cercano a una visión humanista y pacifista que a cualquier doctrina importada. Si bien admiraba a ciertos líderes comunistas –como Mao Zedong, a quien conoció en Pekín en 1959–, su obra musical no responde a un programa ideológico, sino a una búsqueda artística profundamente personal. Aun así, ese encuentro entre ambos inmortalizado en una fotografía fue interpretado por el régimen estronista como una provocación.

Ni siquiera el exilio logró opacar la popularidad y el carisma de Flores, lo que resultaba particularmente molesto para el gobierno. En un primer intento por deslegitimarlo, se comenzó a omitir sistemáticamente su nombre en presentaciones y programas musicales donde se interpretaban guaranias de su autoría, mencionando únicamente al poeta Manuel Ortiz Guerrero, su principal colaborador.
La ofensiva se intensificó en diciembre de 1968, cuando el diario La Tribuna publicó una entrevista de Néstor Romero Valdovinos a Dalmacia Guerrero, viuda de Ortiz Guerrero. En ella se atribuía al poeta –y no a Flores– la creación de la guarania, mediante un relato plagado de imprecisiones y contradicciones.
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En un contexto de escasa bibliografía musical y limitada difusión de conocimientos teóricos, la versión logró instalarse y causar un daño profundo tanto al compositor como a la memoria histórica del género.
Según ese testimonio, la guarania habría sido concebida por Ortiz Guerrero, quien, al no ser músico, necesitaba de Flores para transcribir en pentagrama las melodías que silbaba. De este modo, el poeta mayor de la guarania pasaba a ocupar el rol de creador musical, mientras el músico quedaba reducido a su escriba. Más allá del valor literario indiscutible de Ortiz Guerrero, esta versión respondía menos a la realidad artística que a una operación política de silenciamiento.

La entrevista llegó a manos de Flores, quien reaccionó con profundo dolor. Considerándose traicionado, escribió un descargo dirigido tanto a la viuda de su amigo como al régimen que promovía esa falsificación histórica. Ese texto, publicado póstumamente bajo el título Memorias por Alcibíades González Delvalle y Antonio V. Pecci, constituye un testimonio conmovedor del impacto que sufrió el creador de la guarania aquella Navidad de 1968. Al mismo tiempo, es un documento fundamental para comprender su concepción de la guarania como obra de arte.
Cuatro años más tarde, en 1972, José Asunción Flores murió en Buenos Aires, privado del derecho de regresar a su tierra y escribir su última obra musical. Su muerte en el exilio impulsó a artistas, amigos y estudiosos a reivindicar su figura, preservar su legado y evitar que una injusticia como la de 1968 volviera a repetirse.
Casi seis décadas después, la celebración de los cien años de la guarania representa un triunfo colectivo de la sociedad paraguaya y de sus instituciones culturales. Es la prueba de que la memoria puede ser reparada cuando se dejan de lado las mezquindades y se prioriza un objetivo común. Recordar aquella Navidad oscura no es un gesto de rencor, sino un acto de justicia histórica y una advertencia para el presente.

*Javier Acosta Giangreco (Asunción, 1989) es guitarrista, compositor e investigador musical, licenciado en Composición Musical por la Pontificia Universidad Católica Argentina y máster en Investigación Musical por la Universidad Internacional de La Rioja (España). Se ha presentado en escenarios de Paraguay, Argentina, España y Estados Unidos. Fue director artístico del programa social Sonidos de la Tierra. Ha publicado los libros Nicolás Pérez González: la revolución inconclusa (2018) y El sortilegio de Sila Godoy (2025).

