Desde luego, este sector así como otros tienen todo el derecho de hacerlo y de peticionar a las autoridades, como dice nuestra Constitución Nacional.
Nota mediante, afirma la FNC que resulta necesario “instalar en el debate público el problema principal que tranca el desarrollo de nuestro país: la concentración de la tierra en manos de una minoría privilegiada de terratenientes y agroexportadores”. Agregan que “los sin tierras reclaman políticas de Estado con base en una reforma agraria orientada al desarrollo nacional”.
La FNC de este modo reiteradamente insiste en lo mismo aunque ello no es motivo para su desconsideración. Y se ha vuelto reiterativo porque las proclamas hablan de la concentración de la tierra, la desigualdad y la reforma agraria. Estos temas y objetivos, por cierto, siguen siendo atractivos desde hace décadas en nuestro país, al punto que los gobiernos y los partidos políticos insisten en lo mismo.
El atractivo de estas ideas y exigencias es tan fuerte que generaciones de paraguayos, que en especial viven en el campo, consideran que no hay otra manera de analizar y cambiar sus respectivas formas de vida.
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Sin embargo, y como lo estaré analizando en este escrito, estamos ante un problema cautivante para todo aquel interesado en estos temas y en el país, pues las argumentaciones expuestas por la FNC siguen siendo diseminadas sin otra mirada diferente y de ponerlas en práctica. De esta manera, miles de familias entre los que se encuentran niños y jóvenes están siendo convencidos de que el problema con el que se enfrentan solo se podrá corregir apelando a lo que ellos escuchan y se los convence.
Una mirada diferente
De ahí la importancia de hacer notar a las nuevas generaciones que viven en el campo con ideas diferentes a las expuestas por la FNC, creo yo con buena fe, expresadas por parte de sus padres y abuelos.
Considero que las propuestas de grupos campesinos no son precisamente el camino para encontrar la solución a la pobreza, el desempleo y la marginalidad en la que viven.
Años de postergación, es cierto, están ahí. Son parte de una lacerante realidad en la que ni tan siquiera muchos de nuestros compatriotas cuentan con lo básico como lo sería el agua potable, electricidad, educación y salud básicas. La subsistencia como forma de vida y actividad se convirtió una forma de vivir.
Es por ello que resulta impostergable una mirada diferente. Una mirada para que especialmente las nuevas generaciones no sigan cometiendo los mismos errores de ideas y proclamas, que lo único que hacen es eternizar un círculo vicioso. Lo que alienta a lo mismo de siempre.
Piqueteros, la nueva versión violenta
Todavía más, se propician prácticas que terminan en conductas psicológicas de resentimiento y de modos violentos, todo ello con el acompañamiento de políticos y dirigentes que viven a costa del engaño y del dinero de los contribuyentes, como de hecho sucedió no hace mucho, con los llamados “campesinos piqueteros”, siendo estos últimos la nueva versión, violenta por cierto, de “peticionar” a las autoridades.
En consecuencia, una mirada diferente no solo es necesario sino urgente. Lo que pasó con los “campesinos piqueteros” que logran alzarse con millones de dólares muestra una parte del problema, situación que de no modificarse se irá convirtiendo en la “nueva estrategia”. Se transformará en una práctica común con la que no pocos políticos y dirigentes “campesinos” están ansiosos de replicar.
En nuestro país la tan mentada reforma agraria que repartió millones de hectáreas ha sido un fracaso para demasiado e interesante “modus vivendi” delincuencial para unos pocos. La distribución de tierras no modificó para bien el nivel de vida de los campesinos, muchos de ellos ni tan siquiera en su función de agricultores, hecho este último que no debe perderse de vista.
Miseria económica y mental
La distribución de tierras no hizo al productor rural. Consolidó miseria económica y mental en cuanto a aptitud y actitud se refiere, a lo que se agrega la dependencia política. El problema de fondo está ahí. Está en que la distribución de tierras y la desigualdad tienen una mirada exclusivamente política y no económica, que luego discurre en una manera de ver y entender la misma vida como un proyecto de mejoramiento personal y familiar.
Se cree sin atisbo de cambio que el problema es la desigualdad cuando que el tema de fondo a solucionar es la escasa inversión, la inseguridad y la baja productividad.
El famoso índice de Gini sobre la desigualdad nada aporta para el análisis correcto del tema de referencia. Es un error que conlleva a conclusiones equivocadas. Aquello de que solo el 1% de los propietarios más ricos ocupa casi el 80% de las tierras, y el 40% más pobre solo el 1% no tiene aporte alguno para lo que se pretende, una economía rural en crecimiento e ingresos para las familias.
En todo caso, si apelamos al mismo índice de Gini, pues también concluiremos acerca de la extrema desigualdad en los países desarrollados con economías rurales pujantes. En efecto, en las naciones que más producen alimentos de todo tipo y no solo para su mercado interno sino también para la exportación en millones de dólares que implican altos ingresos para las familias, apenas el 5% corresponde a la población rural.
La solución de fondo
Entonces, ¿Qué está pasando en estos lugares? Y la respuesta está en haberse percatado de que el problema no está en la desigualdad ni en seguir repartiendo tierras. El problema se encuentra en la tragedia del atraso y desempleo, resultado de falta de seguridad jurídica a la propiedad y a la ausencia de inversiones.
En los países de alta producción y productividad para la creación y comercialización de alimentos, la población que vive en el campo siendo exigua con relación a la que reside en la ciudad produce en cooperativas y empresas agrícolas, todas ellas dotadas de tecnología que elevan la productividad al punto que, además de proveer en sus países con suficiencia de alimentos, también producen para un mercado internacional cada vez más competitivo.
El problema que tenemos en Paraguay en el sector rural, en el campo, es la ausencia de plenas garantías a la propiedad privada, a la inversión, a las mejoras y al defectuoso concepto moral de menospreciar y castigar al que trabaja, produce y eleva la productividad.
Ese es el problema de fondo que ningún gobierno ni los partidos políticos ni a los grupos campesinos les interesa conocer y llevarlo a la práctica porque a sus dirigentes les conviene seguir como hasta ahora: vivir de los demás con cada vez más subsidios, amedrentar a los verdaderos agricultores, engañar a los más necesitados y volverse ricos a costa de la gente trabajadora.
El problema no es la desigualdad, es la ausencia de derechos de propiedad, seguridad, falta de capitales y tecnología y mientras se siga insistiendo en la desigualdad y en la repartición de tierras pues se seguirá en el atraso.
(*) Decano de Currículum UniNorte. Autor de los libros “Gobierno, justicia y libre mercado”; “Cartas sobre el liberalismo”; “La acreditación universitaria en Paraguay, sus defectos y virtudes” y otros como el recientemente publicado “Ensayos sobre la Libertad y la República”.