En otro ejemplo tenemos un proyecto industrial, donde la empresa contratante pedía una póliza contra incendios, pero se negaba a instalar un sistema de rociadores automáticos porque –según decían– “nunca habían tenido un incendio”. Los expertos en la inspección y análisis in situ del riesgo elaboraron sus reportes e informes y calcularon escenarios. Si la pérdida probable es prevenible con un simple dispositivo básico, el costo de asegurarla no debe reemplazar la responsabilidad de instalarlo. El cliente comprendió. La instalación se realizó. Meses después, un cortocircuito activó el sistema y evitó una pérdida millonaria. Sin el sentido común, el siniestro habría sido inevitable.
En una reclamación por daños de maquinaria, el asegurado argumentaba que el desgaste normal debía ser cubierto porque la póliza no lo excluía explícitamente. El seguro cubre eventos aleatorios, no la falta de mantenimiento.
El suscriptor ante el estado de la máquina advirtió que era probable que el claro desgaste provocará reclamos posteriores y se dejó constancia en mayúscula en la póliza. El reclamo vino meses después. El caso se resolvió respetando el principio básico: no todo lo que puede dañarse y menos por vicio propio o desgaste es asegurable. Un nuevo recordatorio del sentido por encima de argumentos técnicos.
En un ejemplo de microseguros para bajos ingresos, tecnicismos como modelizaciones avanzadas ceden ante evaluaciones intuitivas: un hogar con riesgos evidentes (techos precarios en zona inundable) se excluye por lógica básica, protegiendo una buena suscripción. En un seguro de hogar, un proponente solicita seguro de su vivienda en Asunción con techos averiados y en algunas partes con chapas precarias. El análisis técnico dicta rechazo inmediato del riesgo. Sin embargo, el sentido común dice que el estado de las chapas no implica que no pueda tener otras coberturas como de incendio y robo. Finalmente fue aceptado.
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En un ejemplo muy usual en nuestro país, en el caso de un auto de alta gama importado directamente y sin representante en Paraguay, se sabe que por el año y las características del mismo, ya no se fabrica hace más de 15 años ese modelo. El suscriptor aplica lógica básica: alta probabilidad de que en caso de siniestros no haya existencia de sus partes componentes a su venta. Se niega cobertura parcial. Tampoco es necesario aquí cálculos actuariales para tomar la decisión.
El sentido común es entonces como un lenguaje sagrado para muchas disciplinas, pero para la industria del seguro es la misma corazonada de que algo “no cuadra”, y que sumado al conocimiento técnico y la experiencia, forman herramientas indispensables para la asegurabilidad de los riesgos cada vez más complejos y mutantes. Y es que alinea las decisiones y evita desviaciones ante un exceso de posible tecnicismo ya que una póliza puede ser técnicamente correcta o no y aún así ser un error estratégico emitirla. El sentido común detecta esa diferencia. Así vimos como la racionabilidad sostiene también al seguro, protege contra los modelos que no se ven, constituye la primera alerta de fraudes; es la guía para decidir qué riesgos aceptar; es el filtro que evita errores costosos; es la base de la prevención; es la brújula que mantiene al seguro alineado con su propósito esencial cual es la de proteger de manera razonable lo que es razonable proteger.
(*) Abogado