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Según fuentes oficiales, se calcula que en nuestro país se cultivan 2,6 millones de hectáreas de soja, con una producción aproximada de 4 millones de toneladas. En años anteriores, las exportaciones de esta semilla generaron un movimiento comercial de 1600 millones de dólares, una cantidad realmente asombrosa, pero a pesar de todo esto, el sector agropecuario solo tributa un 0,5% del PIB nacional.
Una de las cosas más indignantes es que los sojeros son, indirectamente y tal vez sin intención, responsables de la pobreza existente en el país. Con la expansión indiscriminada de su territorio de cultivo, cientos de compatriotas del interior se vieron obligados a venir a las ciudades, donde terminan viviendo en condiciones desfavorables debido a que no tuvieron asistencia para formarse en algún oficio.
A todo esto se le suma el daño ambiental que genera. Por ejemplo, la acelerada extensión de los monocultivos provocó, entre otras cosas, que en la Región Oriental actualmente haya 3.000.000 de hectáreas de soja transgénica y tan solo 800.000 de bosques, lo que genera conflictos sociales en el campo y una perdida irremediable de la biodiversidad. Un problema aparte es el de los agrotóxicos, que además de contaminar, acarrean problemas de salud.
Todo lo expuesto anteriormente es además una de las causas de la lucha campesina, que deriva en ocupaciones de tierra y que, finalmente, acaban con desalojos violentos. No está mal que la soja produzca tantas ganancias, pero sería justo que aporte un poco más, ya que así se concretará un gran avance hacia un Paraguay menos desigual socialmente, sin embargo, esto sigue sin ocurrir y ya no es una sorpresa que existan las sospechas, exageradas o no, de oscuros intereses de fondo.
Por Rubén Montiel (19 años)