Una sensación de quiebre donde no somos capaces de mantener la estabilidad. Una sensación de hartazgo de todo y de todos. Ganas de desaparecer o de que todo se vaya a donde ya sabemos.
Es que el mandato en este paradigma global es “da un poco más”, “No te detengas”, “No podes decir que no”. Y allí estamos introyectando voces ajenas que nos programan para que sencillamente no dejemos de producir…lo que sea...pero producir.
Cuando no podemos mirar esto vivimos en múltiples roles agotados y quemados. Somos padres agotados, colaboradores de la empresa agotados…consumidores confusos y anestesiados que compramos lo que sea…pero compramos.
Por debajo de tanta adrenalina y de tanta productividad queda nuestro ser humano aguijoneado por nuestro propio olvido. Lleno de heridas y de dudas. Una profunda soledad nos invade cuando nos damos cuenta que hemos vivido para los demás y lo demás…y muy poquito para nosotros mismos.
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Muchas enfermedades conlleva el olvido de nosotros mismos y la culpa por no poder detenernos. También adviene la incapacidad de poner límites o de pedir ayuda. Somos ñembo superhéroes sedientos del aplauso ajeno y disociados del aplauso interior.
Hace rato que nos olvidamos de ser…porque nos pasamos haciendo.
Llega la noche y colgamos en las perchas los roles del día. Nos quedamos a solas y desnudos con nuestra alma. Nos damos cuenta que a los aplausos y a la aceptación ajena se lo llevaron los roles. Que debajo de los trajes nuestro diminuto ser humano se siente agotado y sin latidos. Que el trajín trajo dolor muscular, insomnio, impotencia y es entonces que la mente nos autoengaña y nos decimos “voy a parar alguna vez”. Nos prometemos el paraíso del dar menos.
Mañana. Mañana daré y haré menos.
Pero mañana.



