Del gym a la naturaleza: actividades al aire libre como el mejor ‘antídoto’ al estrés urbano

Actividades al aire libre.
Actividades al aire libre.Shutterstock

En las ciudades, el creciente abandono de gimnasios en favor de entrenamientos al aire libre refleja una búsqueda vital de conexión con la naturaleza, impulsada por el agotamiento mental y el deseo de bienestar integral en medio del caos urbano.

En las grandes ciudades, donde las notificaciones no se detienen y el tráfico marca el ritmo del día, cada vez más personas están cambiando las cuatro paredes del gimnasio por el cielo abierto de parques, playas y cerros.

No se trata solo de moda: detrás del auge de las actividades al aire libre hay una respuesta creciente al agotamiento mental y al estrés crónico de la vida urbana.

Del entrenamiento funcional al bosque cercano

Durante años, el gimnasio fue sinónimo de bienestar urbano: máquinas de última generación, rutinas guiadas, clases colectivas en espacios cerrados y climatizados.

Actividades al aire libre.
Actividades al aire libre.

Pero, en paralelo, se ha ido consolidando una tendencia que hoy se hace visible incluso en las estadísticas: entrenar fuera, en contacto directo con la naturaleza.

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Correr en parques, hacer yoga en plazas, practicar calistenia en barras de barrio, organizar salidas de senderismo de fin de semana o incluso transformar viejos descampados en “gimnasios verdes” municipales se han vuelto prácticas habituales.

Actividades al aire libre.
Actividades al aire libre.

Entrenadores personales y centros deportivos empiezan a ofrecer versiones “outdoor” de sus servicios, y las inscripciones a carreras de altura y marchas senderistas baten récords en muchos países.

La pandemia actuó como catalizador: la necesidad de espacios abiertos y distanciamiento social empujó a millones de personas a redescubrir el aire libre. Lo que comenzó como una alternativa de emergencia para continuar moviéndose sin encierro obligado se ha convertido, para muchos, en una elección permanente.

El impacto del estrés urbano en la salud

El contexto ayuda a entender por qué este giro hacia el exterior se percibe casi como una forma de terapia.

La Organización Mundial de la Salud lleva años advirtiendo de que los trastornos de ansiedad y depresión son ya una de las principales causas de discapacidad a nivel mundial. El entorno urbano, con sus ruidos constantes, horarios extensos, contaminación y sensación de sobrecarga, actúa como un multiplicador del estrés.

Actividades al aire libre.
Actividades al aire libre.

Estudios en neurociencia han mostrado que vivir en ciudades se asocia con más actividad en zonas del cerebro relacionadas con la gestión de la ansiedad y el miedo. A eso se suma una cultura del “siempre disponible” que, gracias al teléfono móvil, ha borrado la frontera entre trabajo y descanso.

En este escenario, la búsqueda de espacios de desconexión reales —no solo digital, sino también sensorial— se convierte en una necesidad. Y ahí la naturaleza ofrece algo que ni el mejor gimnasio de alta gama puede replicar del todo.

La ciencia del “antídoto verde”

No es solo una cuestión de sensación subjetiva. En la última década se ha acumulado evidencia científica que vincula el contacto regular con entornos naturales con beneficios medibles para la salud física y mental.

Actividades al aire libre.
Actividades al aire libre.
  • Reducción del cortisol, la hormona asociada al estrés, tras paseos regulares en espacios verdes.
  • Mejora del estado de ánimo y de la calidad del sueño en personas que hacen actividad física al aire libre frente a quienes se ejercitan solo en interiores.
  • Disminución de la presión arterial y del ritmo cardíaco en actividades como el senderismo o las caminatas en bosques.
  • Menor riesgo de ansiedad y depresión entre quienes viven cerca de parques y los utilizan de forma habitual.

En varios países se han popularizado expresiones como “baños de bosque” (forest bathing) para describir actividades sencillas: caminar sin apuro entre árboles, prestar atención a los sonidos, a los olores, al contacto con el viento.

No es una práctica deportiva intensa; es una invitación a exponerse a un entorno que el cerebro interpreta como menos amenazante y más seguro, algo que ayuda a bajar el nivel de alerta constante al que muchas personas urbanas están acostumbradas.

Más allá del rendimiento: entrenar para sentirse mejor

El cambio de escenario, del gimnasio a la naturaleza, también está modificando la relación que muchas personas tienen con el ejercicio físico.

En un ambiente cerrado, con espejos por todas partes, música alta y pantallas con datos de rendimiento, es habitual que la atención se centre en objetivos cuantificables: peso, repeticiones, marcas personales. Al salir al aire libre, esos parámetros no desaparecen, pero quedan relativizados.

Quien corre por un parque o un sendero a menudo empieza midiendo tiempos y distancias, pero pronto se cruza con otros estímulos: el amanecer, un cambio de estación, un grupo de desconocidos que se saluda cada mañana, la sensación de progresar en una cuesta que al principio parecía imposible. El resultado es que la motivación ya no depende solo del “resultado físico”, sino también de la experiencia que se vive durante el entrenamiento.

Psicólogos del deporte subrayan que vincular el ejercicio al disfrute —y no solo a la obligación— aumenta la probabilidad de mantenerlo en el tiempo. Y la naturaleza, en ese sentido, juega a favor: ofrece variedad, sorpresa y una sensación de novedad constante, incluso en rutas repetidas.

La dimensión social del aire libre

Otro de los factores que explican la popularidad de las actividades en exteriores es su capacidad para crear comunidad.

Entrenar en la naturaleza —a diferencia de muchos entrenamientos individuales de gimnasio— suele fomentar el contacto social de forma más orgánica. Correr en grupo, compartir una ruta de bicicleta, integrarse en un club de senderismo o participar en jornadas de limpieza de playas y montes (plogging, la combinación de correr y recoger basura) generan lazos que van más allá del objetivo deportivo.

En contexto de soledad creciente en grandes ciudades, estos espacios de encuentro informal cobran especial importancia. Reforzar la sensación de pertenencia a un grupo es, según numerosos estudios, un factor de protección frente a la ansiedad y la depresión.

Además, la exigencia económica suele ser menor: muchas de estas actividades requieren poco más que un calzado adecuado y algo de tiempo. Frente a cuotas de gimnasio, equipamiento especializado y desplazamientos, la proximidad de un parque o de un sendero urbano reduce la barrera de entrada.

Los límites del “todo al aire libre”

El entusiasmo por la naturaleza como antídoto al estrés urbano no está exento de matices. No todas las regiones cuentan con el mismo acceso a espacios verdes de calidad, ni todas las personas se sienten igual de seguras en parques o zonas alejadas.

La contaminación atmosférica, el calor extremo en verano y la falta de iluminación o mantenimiento en algunas áreas son obstáculos reales. Tampoco todos los perfiles de población —personas mayores, con movilidad reducida o con determinados problemas de salud— pueden disfrutar con la misma facilidad de ciertas actividades.

No es imprescindible correr maratones de montaña ni practicar deportes extremos para notar cambios significativos en el bienestar. Paseos cortos diarios en un parque cercano, desplazarse caminando por rutas arboladas, hacer estiramientos en una plaza tranquila o realizar una reunión de trabajo breve al aire libre pueden tener impactos acumulativos sobre el estado de ánimo y la sensación de estrés.

El desplazamiento simbólico del gimnasio cerrado hacia la naturaleza no implica que uno sustituya al otro de manera absoluta. Muchos usuarios combinan ambos entornos: aprovechan la estructura y el equipamiento técnico del gym, pero reservan parte de su tiempo de actividad física para salir fuera, buscar luz natural, aire menos viciado y paisajes cambiantes.

Lo que sí parece estar en transformación es la forma en que entendemos el cuidado de la salud. Crece la percepción de que no basta con fortalecer músculos o mejorar el sistema cardiovascular; el bienestar mental y emocional se coloca en el centro del discurso. Y, en ese terreno, el contacto con la naturaleza se consolida como un recurso tan valioso como asequible.