Pero esta forma de seguir haciendo campañas proselitistas también describe una realidad: la falta de un castigo social, de considerar esto como inaceptable, salvo honrosos y contadísimos casos como el de la ejemplar Atyrá. Afortunadamente desde hace algunos años, el ecosistema proselitista se parte entre la vida real y la de las redes sociales e internet.
Así al menos gran parte de la invasiva propaganda y polución visual se canalizan en el mundo virtual… para sufrimiento de quienes no podemos escapar de ello. Estamos nuevamente en un año electoral. Es nuevamente tiempo de milagros. Tiempo de abrazos y sonrisas programadas, junto a personas necesitadas, para las fotos de los medios y las redes sociales.
Tiempo de sonar lo más arriero porte posible, de parecer cercano, de recorrer asentamientos, bañados, mercados y campamentos de damnificados. De prometer ayudas que no llegarán, así como tampoco llegarán otra vez a ese lugar los promeseros una vez electos.
Tiempo de utilizar bienes públicos en beneficio particular, comenzando por el vicepresidente que empleó un avión de la Fuerza Aérea para ir a participar del lanzamiento de campañas de su partido en Amambay. Es tiempo de afiches y flyers con sonrisas y photoshop, para parecer lo más amigables posibles.
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Tiempo de ejércitos de perfiles falsos en Twitter y Facebook, para ensalzar al cliente y denostar contra el adversario. Pero también es tiempo de ejercer el poder ciudadano, como lo recuerda el profesor Xavier Torrens, catedrático de la Universitat de Barcelona: “las elecciones tienen una gran trascendencia política y dan a la democracia una impronta particular: suponen el reconocimiento de la voluntad popular en el quehacer político y abren el acceso en libertad al poder institucional y a su ejercicio.
En efecto, las elecciones constituyen una práctica sustancial y consustancial de las democracias. Son uno de los elementos dominantes del proceso político, donde la ciudadana o el ciudadano, en su condición de elector, desempeña uno de los roles fundamentales como actor político”. El 20 de junio primero, y el 10 de octubre luego, los electores de cada ciudad definirán quiénes serán sus intendentes y sus 9, 12 o 24 concejales, por los próximos cuatro años.
Es indudablemente una elección más directa que la de un presidente, senadores o diputados. Y en las ciudades más pequeñas es incluso tomar una decisión entre el hijo de doña Fulana o el hermano de don Mengano, entre ese comerciante al que todos aprecian o ese usurero que acumuló poder y dinero explotando a los más necesitados.
Es época en la que irrumpen también nuevas figuras buscando ocupar un espacio de poder, desde la política tradicional o desde otros espacios, como los medios. Y partiendo de la base de que es saludable que más gente se involucre en la actividad política, una pregunta que siempre puede ayudar es saber de dónde viene el candidato, y qué hizo hasta ese momento por su entorno, ya sea como boy scout, dirigente de centro de estudiantes, miembro de la comisión del barrio o integrante del Club de Leones
¿Qué hizo hasta ahora? Una sencilla pregunta que quizás ayude a saber si tiene intenciones genuinas de aportar ideas y trabajo para mejorar su entorno, o simplemente está buscando la oportunidad de asegurar dinero y privilegios todos los meses durante cuatro años. Sin hablar de que quizás esté buscando poder medrar con el dinero público al igual que otros.
La ventaja es que una elección municipal es siempre más directa, y, por lo tanto, más controlable. Y a ello le agregamos que desde estas elecciones el ciudadano tendrá que elegir a un candidato de su preferencia dentro de la lista de concejales. Eso que dieron en llamar voto preferencial, que además de fragmentar e hiperpersonalizar las campañas proselitistas, le dará un elemento de mayor poder al elector.
No hay que creer que será una solución mágica a la mala calidad de los representantes, recordando a tantos impresentables que llegaron con a cargos uninominales. Pero es un comienzo. Una excelente oportunidad para premiar o castigar con la democrática herramienta del voto.