¿Para qué estamos en el mundo?

Si navegas en internet con esta pregunta, encontrarás muchas respuestas, no pocas usan como sinónimo de estar en el mundo, expresiones como venir al mundo, ser traídos al mundo, etc.

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Hablando con precisión no podemos decir para qué venimos al mundo, ni para qué somos traídos al mundo, porque venir y ser traídos significan que ya existíamos en alguna otra parte, y lo real es que nuestra existencia es engendrada en la entraña cálida y acogedora de nuestra madre, fecundada por nuestro padre.

Ahí empezamos a ser y estar en el mundo. ¿Por qué empezamos a ser y estar en el mundo? Nuestros padres pusieron su amor, abierto a la posibilidad de nuestra existencia, a veces sumaron al amor la pasión encendida de querer tener un hijo o una hija, pero nuestros padres no eligieron nuestro ser e identidad. La ciencia no tiene explicación para decirme por qué nací yo y no otro hijo o hija que no sería yo.

En el momento y proceso de la fecundación entraron en juego cientos de espermas del padre y cientos de óvulos de la madre y sucedió que un esperma impactó en un óvulo y ese esperma y ese óvulo, entre los cientos activados y disponibles, resultó que soy yo. ¿Por qué fueron ese esperma y ese óvulo y no otros? La ciencia no tiene respuesta. Aquí se confirma lo que dijo Albert Einstein “la ciencia sin religión es renga”.

Los cristianos y católicos organizamos nuestras creencias apoyándonos en la Biblia y creemos en Jesús de Nazaret y en el Dios que Jesús nos ha revelado. Jesús nos atestigua que el origen de nuestra existencia está en Dios, que es nuestro Padre.

El profeta Jeremías nos revela que nuestra existencia e identidad han sido elegidas y amadas por Dios, desde el vientre de nuestra madre: “Antes que yo te formara en el seno materno, yo te conocí y antes que nacieras yo te consagré y te puse como profeta de las naciones” (Jer 1,5). Es semejante a lo que San Pablo les escribe a los Gálatas (1,15). Nuestra existencia personal, la tuya y la mía, son fruto del amor de Dios, que como Padre “nos ha creado a su imagen y semejanza” (Gén 1,26), es decir, hijos suyos fraguados en lo que es Dios: Amor y Espíritu.

El pasado 14 del presente septiembre, el Papa Francisco, entre sus profundos e inspirados discursos a los católicos de Eslovaquia, dijo que “estamos en el mundo para hacer una historia de amor con Dios”. Brillante síntesis de un gran humanista, que aúna el sentido de la vida y la aspiración más íntima de todo ser humano: poder amar y ser amado, porque en el amor encontramos plenitud y gozamos felicidad.

Es muy significativo que Francisco no dice que estamos para hacer una historia de amor a Dios y al prójimo, recogiendo así los dos primeros mandamientos de la ley de Dios, síntesis, según Jesús, de la Ley y los profetas; sin excluirlos, Francisco abre nuestra existencia a los horizontes ilimitados del amor: amar la naturaleza y el planeta, la Casa Común, amar el universo, amar lo cotidiano, el pan y el vino, el trabajo y el descanso, la soledad y el bullicio, la sonrisa de los niños y el silencio de los ancianos… todo, vivido intensamente, en sintonía armónica con todos y gozado “con Dios”.

Por la lógica del amor, no estamos en el mundo para imponer y dominar, sino para proponer, colaborar y servir; no estamos para dividir y separar, sino para unir y sumar; no estamos para abortar y matar, sino para dar vida y crear; no estamos para agredir y odiar, sino para perdonar, acoger y amar.

No necesitas saber historiografía, para hacer tu historia, basta que vivas amando y tú y tu vida pasan a la historia de la suma trascendencia. Tienes a tu disposición quien te quiere ayudar ofreciéndote su amor sin condiciones, Jesús, que te ama “hasta el extremo”, para que goces su amor y aprendas a amar.

“Donde hay amor está Dios”. Contribuye con tu historia de amor a la revolución de un nuevo mundo inmerso en la civilización del amor.

jmonterotirado@gmail.com

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