Política y decadencia moral

La política es el arte de gobernar los pueblos. Y su objetivo es la búsqueda del bien común. Lograr un desarrollo sustentable en la economía. Conseguir una buena cobertura de salud para la población. Trabajar por una mejor calidad de educación y dar seguridad a todos. Distribuir equitativamente la riqueza y disminuir los niveles de pobreza, son otros fines. Además de administrar correctamente los impuestos que pagamos los ciudadanos. Para ello los estadistas forman su equipo con las mejores personas, capaces y honestas, que ganen un salario según sus aptitudes y méritos. Y que llegado un momento, si no pueden cumplir con sus trabajos, por a o b motivo, se aparten por dignidad y decoro. Más todavía si se ven envueltos en sospechas por actos delictivos, lo hagan rápido para ser investigados.

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En un país avanzado o serio, se cumplen esos objetivos. Se mira el interés general y los líderes trabajan sin parar con tal de conquistar las metas o no olvidar sus plataformas de gobierno que diseñaron en campañas proselitistas. La ciudadanía que depositó sus votos espera los resultados para que mejore el país en todo sentido. En el Paraguay, las cosas no son así. A nadie importa programas de gobierno. A la gente le resulta pesado y aburrido. Primero, no se detiene a leer con atención y segundo, no confían en los políticos. Menos en las promesas.

Así las cosas, los individuos ni siquiera valoran sus votos. Venden sus cédulas por 100 mil guaraníes o por bolsas de víveres el día de las elecciones. Después llorarán cinco años por no tener trabajo, no encontrar atención en los hospitales, por la suba del combustible o la inseguridad en las calles. Llorarán a mares porque sus candidatos que llegaron al poder, lejos de trabajar por la nación, se dedican a robar escandalosamente las arcas del Estado, acumulan fortunas, viajan por lugares paradisiacos y ostentan con descaro sus cuantiosos saqueos al erario público. No hablemos luego de los parientes, amigos, compadres y amantes que llenan las instituciones públicas con jugosos salarios y muchos privilegios.

La prostitución de la política se ve en el poder judicial donde las sentencias se venden al mejor postor, se ve en el parlamento donde hay extorsiones y sobornos. Trafico de influencias y licitaciones amañadas en ministerios y otros entes. La corrupción campea por todos los lugares. La decadencia moral es impresionante. Y no sabemos a esta altura que hacer, pensar y decir porque las informaciones a cada rato, nos dejan boquiabiertos, paralizados e impotentes.

Estas situaciones deberían de hacernos reflexionar seriamente para soñar un país más decente y menos decadente. Los ciudadanos tenemos que ser más selectivos a la hora de votar y elegir a nuestras autoridades. Dejarse de fanatismo por los colores y las tradiciones y depositar la confianza por gente honesta y transparente. En países desarrollados y cultos, llegan al poder personas preparadas y con intelectualidad, ética, moral y responsabilidad. No tenemos que votar por empresarios que acumulan un tremendo poder económico. No se debe confundir empresas con política porque luego se llega a esto que vivimos ahora: Comprar jueces, fiscales, parlamentarios y políticos. Nuestra justicia no funciona por eso otros países apuntan con sus dedos a nuestros corruptos. Cuando vamos a votar tenemos el poder de eliminar a los bandidos y poder ayudar a la construcción de un país con gente nueva y honesta. Ese es el verdadero compromiso que debemos asumir en abril próximo.

blila.gayoso@hotmail.com

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