El resucitado se queda con nosotros

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“Quédate con nosotros, porque ya es tarde y el día se acaba” fue la expresión de los discípulos de Emaús a Jesús, que caminaba con ellos en el primer día de la semana, es decir, el domingo. Al llegar a su destino, después que el Resucitado les explicara la Escritura, hizo un ademán de seguir adelante, pero ellos le piden para quedarse.

Es este mismo pedido que murmura el espíritu humano delante de tantas vicisitudes que encontramos. Hacemos constantemente la dura experiencia de que todo pasa, sea que muere una persona querida, sea que se derrumba nuestro negocio, sea que la propia salud se complica, y sentimos que “el día se acaba...”.

Vamos marchando por la vida casi siempre golpeados por el peso de la realidad, y de repente, Jesús pasa a caminar junto con nosotros. Muchas veces ni siquiera nos percatamos de ello, aunque algunas veces, un poco... Pero el Señor está al lado y toma la iniciativa de acompañarnos.

“Quédate con nosotros” es el grito sofocado de tantas personas que se sienten solitarias y viven la soledad como una cruz, no siempre por no tener familia, o gente alrededor, sino por no sentirse querida y valorizada por los demás.

Hasta parece ironía que, con medios tan poderosos de comunicación, como internet, redes sociales y teléfono celular, haya incomunicación. Resulta que, para el ser humano, no basta la maravilla electrónica, es fundamental el afecto y la cercanía.

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Es cierto que necesitamos del apoyo de los demás, es muy reconfortante tener amistades, en fin, personas con quienes se pueda abrir el corazón y encontrar auxilio, que nos vale de mucho cuando las papas queman.

Sin embargo, el ser humano es limitado, caprichoso, a veces, arrastra traumas psicológicos, así que precisamos del gesto del discípulo que pide la compañía de Cristo. Y Él quiere quedarse con nosotros, sin embargo, hay que invitarlo, dedicarle tiempo, darle más espacio en nuestra alma, y jamás comportarse como un falso amigo.

Cuando permitimos que Cristo esté con nosotros, Él nos explica la Sagrada Escritura, y si realmente queremos encontrarlo, entonces sentiremos arder el corazón, y la vida gana sorprendente motivación.

Asimismo, el Señor “parte el pan” para nosotros, y justamente en esta fracción del pan, que llamamos Eucaristía, vamos a reconocerlo: es la fiesta del encuentro con Él, y con los hermanos en la fe.

Cuando permitimos que Él se quede con nosotros todos los días, ahí termina la soledad, y nos volvemos valientes para enfrentar y solucionar los percances que la existencia nos brinda.

Paz y bien.