A partir de describir la forma en que usamos la expresión, presenta un triste espectáculo (en el hablar paraguayo) aquélla persona que se pasó de copas en una linda fiesta, para vergüenza de su pareja o parientes e hilaridad de muchos: En este caso, no tenemos absolutamente nada que ver. En otros, usamos la expresión cuando vemos a niños mendigando por monedas en las calles o a personas jóvenes perdidas detrás del alcohol y las drogas. También son un triste espectáculo, pero en el que ya tenemos cierto protagonismo y responsabilidad, por lo menos indirecta. Nuevamente, será más fácil darles una moneda y mirar hacia otro lado.
Donde es imposible simular demencia (“ñembotavy paraguayensis”) o pretender que los hechos nos resbalen (“oñembo lómo”) es ante los tristes y ordinarios espectáculos con que nos están agasajando –al modo de regalos de bienvenida- los Diputados recién juramentados. A lo primero –léase ñembotavy-, estábamos suficiente y debidamente advertidos desde hace mucho con relación a que el nivel de la cámara baja iba a declinar más aún, debido a la pobrísima intelectualidad y calidad de personas de la oferta política presentada para las elecciones. A lo segundo, entendido como darle la espalda a las cosas para que usen la trayectoria de nuestra columna como tobogán para aterrizar lejos, ya es suficiente autoflagelo haberles votado, por no haber nada mejor, para luego no ejercer cierto control sobre su producción o falta de ella. Negarse a esta responsabilidad ciudadana, como que parecería demasiado bucólico ya, inclusive para quienes habitamos este hermoso e incomprendido vergel guaraní.
Si de espectáculos hablamos, en el concepto del término que comprende la capacidad de sorprender al público, extasiarlo con experiencias increíbles, superar todas sus expectativas y hacerle sentir más que satisfecho, hasta el punto de manifestar que considera justificado cada centavo que pagó por su entrada, los campeones mundiales son los norteamericanos. El manejo que tienen del Show Business no tiene igual, y lo demuestran constantemente. En cualquier espectáculo que brinden docenas, centenas de artistas bailan, cantan; del cielo bajan mágicamente más y los juegos de luces le dan un matiz espectacular a todo. Agregamos aquí un detalle que no habrá escapado de la atención de nadie: Cuando el elegante presentador del combate de boxeo proclama en el micrófono “¡It´s Show Tiiiiimmme!”, sencillamente sabemos que se viene algo bueno.
Lejísimos de aquello, aquí nuestros diputados también nos dan un espectáculo… pero lamentable. Tratando de ganar la atención de las cámaras y de sus colegas, pero a través de medios poco ortodoxos y menos creativos, se vestirán con mal gusto, interrumpirán al que hace uso de la palabra y harán un montón de payasadas, en tiempo pagado muy bien por el pueblo paraguayo, y para más sin iniciativa propia ni gracia. Porque no existe nada más feo que la vulgaridad, y si para más es copiada, peor todavía.
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A ver, para no sentirnos tan mal podemos consolarnos, aunque sea un poco, con el hecho probado de que el debate parlamentario, a nivel latinoamericano y casi podríamos decir mundial, ha bajado considerablemente de categoría. Los tiempos en que sintonizábamos un canal español para seguir las posiciones de un diputado, expresadas en plenaria con dominio de materia y consumada oratoria, han quedado atrás. Lo mismo podemos decir de Francia y la Argentina, en donde algunos miembros se robaban la atención de propios y extraños con sus intervenciones. Ahora ya no es así.
Las Diputadas y Diputados de la República deben representar los intereses de los ciudadanos de sus departamentos con altura y mucho celo, ese es el fin para el cual fueron electos. Y está muy bueno que de pronto alguna de estas damas se ponga a repartir chipas, que a todos nos gusta, pero mejor aún que cumpla las tareas específicas para las cuales es muy bien pagada y honre a todas las chiperas del Paraguay. Pero si no le hace así, es mucha mayor la burla a esa vendedora del costado de la ruta y sí, no hace otra cosa que dar un triste espectáculo.