El antecedente nos lleva a los intentos de Horacio Cartes de crear en el 2018 una “selección nacional” de profesionales destacados para su gobierno. Al final, la élite política colorada exigió su cuota de poder y hasta lo técnico pasó a ser político. El propio Peña tuvo que ponerse al cuello el pañuelo colorado para seguir como ministro de Hacienda.
La encrucijada no es sencilla: ceder a las demandas políticas puede hacer naufragar la esperanza de un gobierno que debe enfocarse en la eficiencia y la transparencia; pero ignorar las exigencias políticas, puede provocar una tempestad que golpee una eventual gobernabilidad para dejar el barco a merced de los devoradores del poder.
En este reto, la figura de Cartes acecha en el fondo, como una tormenta. El hoy presidente de la ANR, impulsor político de Peña, desempeña su papel central. Su sombra, larga y poderosa, presiona desde el liderazgo del Comando, recordándole a Peña de dónde vino, y las tensiones entre política y técnica que puede tener.
En algunos de los nombramientos se vislumbran figuras muy cuestionadas o con prontuarios nada favorables que generan polémicas. Sin embargo están ahí, ocupando puestos clave en la maquinaria gubernamental. ¿La razón de esas designaciones? Cada elección navega en una suerte de mercadeo político, donde la moneda de cambio es el poder y el “equilibrio”.
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Mirando al horizonte, se erigen enormes desafíos. La renegociación del Anexo C de Itaipú con Brasil, el asunto del cobro ilegal de peajes argentinos a los barcos paraguayos a lo largo de la hidrovía, y el compromiso con la Unión Europea en el ámbito medioambiental o de educación, son solo algunas de las enormes olas que se avecinan. En estos escenarios, la habilidad para la diplomacia política se tornará valiosa, así como la pericia técnica.
Pero entre las decisiones emergen algunos destellos de esperanza. Los nombramientos en Educación y Salud son como aire fresco en un ambiente político a menudo enrarecido. Estas designaciones apuntan a la promesa del primer discurso de Peña, de tener un Paraguay renovado y más brillante, donde las competencias técnicas y el compromiso político convergen, en busca de transformar palabras en realidades palpables.
En un país donde la marea política puede llevar a la deriva o al naufragio lo que, finalmente, se espera es que el que guiará al país sepa manejar el timón. Ya se sabe que habrá aguas turbulentas con fuertes vientos. Solo a medida que pase el tiempo, se sabrá si el Presidente podrá navegar hacia el destino que prometió: un Paraguay en el que se pueda decir, con confianza renovada, que “vamos a estar mejor”.