La canasta mecánica

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APARIENCIA O CONTENIDO —Visité las espléndidas oficinas de un amigo mío, persona muy influyente, de gran fortuna, implacable defensor de la libertad, quien siempre me demostró su estima y generosidad con las buenas causas, (a veces perdidas) que yo le planteaba. Esta vez fui a pedir su ayuda para concretar un proyecto de huerta urbana en un espacio baldío y peligroso de mi querido barrio Los Laureles. El amigo highlander, (un verdadero inmortal), quedó bien sorprendido con mi propuesta, respondió que contara con el respaldo de sus empresas y me dijo que con mis ideas creativas yo tendría que ser millonaria.

Agradecí su apoyo más los elogios, le dije que a mí no me da el cuero para ser millonaria y me despedí.  Aunque no gasto en joyas ni en ropa costosa, ni en viajes ni en coche último modelo, tengo habilidad para despilfarrar billetes de manera impensada. Por dar un ejemplo: una mañana muy calurosa de diciembre, mientras regaba el pasto de la vereda, se me aparece una mujer embarazada, con la panza inmensa, a punto de dar a luz. Transpiraba a chorros, se la veía agobiada por el calor  y su pesada carga de escobas en venta. Le ofrecí asiento, le serví agua fresca y le compré todas las escobas. Ese fin de año regalé escobas. Alguien venía de visita a casa y salía con una escoba.

Uso el dinero para cubrir los gastos necesarios, compartir una buena mesa con personas queridas, dar algún soporte a quien lo necesite en mi entorno cercano. Si de satisfacciones se trata, me da gran alegría mirar las estrellas, acompañar el crecimiento del jazminero que ya da flores y esparce su perfume. Me deleita comprobar cómo el antigonon leptopus, vulgo picardía, trepa veloz e invade atrevida la copa de los árboles con sus florecillas rosa fucsia y es majar para las abejas. Disfruto de ver caer la lluvia. Me complace la belleza exótica de las heliconias que atrae a los colibríes y a las mariposas. Heliconia, nombre de hermosa sonoridad, define con acierto a la flor cuyo origen se atribuye al Helicón, jardín consagrado a las musas.

Con dinero se puede comprar una regia cama pero no el sueño, una comida espectacular pero no la digestión, una casa fabulosa pero no el hogar, los mejores medicamentos pero no la salud.

El cerebro reptil, primitivo, es afín con cierto uso del dinero, con el sentido de posesión y de pertenencia. Si otros mamíferos marcan territorio con su orina, algunos humanos primitivos lo hacen con  un ego dominante y con objetos que los identifican: un reloj, un teléfono vera pá de alta gama de última generación o la construcción de un cerco vecinal. Identificarse desmesuradamente con el dinero da lugar al apego, a la territorialidad y a la obsesión. Es lo que fomentan  la sociedad de consumo y las estructuras económicas cuya media de progreso es poseer, ostentar  y mostrar.  La prerrogativa de la apariencia por encima de la buena meta y el mejor contenido.

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