Lecciones

Una ciudad la construimos entre todos. Cada individuo, desde la función que le toca, tiene la responsabilidad y el deber moral de poner su esfuerzo en esa tarea colectiva por el bien común.

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Esta semana, una pareja de jóvenes viralizó un video en el que denuncian un “apriete” del que fue víctima uno de ellos por parte de agentes policiales de la comisaría tercera de Encarnación.

Estos servidores públicos, a quienes la sociedad les paga un salario, les pone un arma de fuego en la cintura y les asigna la noble misión de cuidar la seguridad y tranquilidad de la gente, aprovecharon una infracción de tránsito para hacer uso de ese ejercicio monopólico de la violencia que el Estado les delega para coaccionar y amedrentar con fines ilícitos.

No es ninguna novedad que en las fuerzas públicas, sean la Policía, Patrulla Caminera, o la Policía Municipal de Tránsito, existan funcionarios contaminados de corrupción que utilizan el uniforme para delinquir. Habituados a esa práctica de “crear” un problema para luego “venderle” la solución a su ocasional víctima.

Obviamente, no todos entran en el metro. Existen, y muchos, agentes que asumen su rol con verdadera vocación de servicio. Con honestidad y compromiso. Pero su esfuerzo va por tierra cuando en las mismas filas, agazapados, están los bandidos esperando su oportunidad.

Se puede decir que no existe institución humana que esté libre de ese mal de la corrupción. Pero para ponerle freno la sociedad crea reglas, instituciones y mecanismos que tienen el propósito de desalentar y castigar aquellos actos que amenazan la convivencia pacífica.

Estos jóvenes que tuvieron la magnífica idea y la valentía de exponer al conocimiento público su experiencia nos deja un par de lecciones que deberíamos observar: una de ellas es que Encarnación es una ciudad que recibe amablemente a miles de visitantes todos los años, pero esto no la convierte en escenario para desmanes ni hechos de violencia de inadaptados en “tren de turistas”. Nos enseña también que la mejor forma de combatir la corrupción es no prestarse a ella, y, como en este caso, ventilarla a los cuatro vientos.

Para las autoridades locales, una brillante oportunidad de discutir interinstitucionalmente –si es que ya no lo hicieron– sobre la conveniencia de contribuir desde sus respectivas entidades en la construcción de esa imagen de ciudad a la que todos quieren regresar, y no llevarse el trago amargo de haber sido esquilmados y violentados por quienes –paradójicamente– están para garantizar la seguridad y tranquilidad ciudadanas.

jaroa@abc.com.py

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