El turista

París, Londres, Roma niko imimbipá para Santiago Peña. En poco tiempo más sumará nuevos sellos en su pasaporte: Noruega, Hungría y hasta Uzbekistán. Pero apostaría lo que fuera a que desconoce la geolocalización elemental de la pobreza en Paraguay.

Esa es la única explicación posible para el abandono de comunidades: no sabe si tienen letrina, agua y luz. Si hay escuelas y puestos de salud. Si existe un camino para sacar la producción o siquiera para meter una ambulancia. Ignora si comen, si se inundan, si la sequía los parte en dos. Ignora si viven en tierras invadidas, prestadas o heredadas de las repartijas políticas de siempre. No sabe si sus casas son de adobe, madera terciada, cartón o paja.

Es mejor creer que no tiene la menor idea. Porque si la tiene —y aun así no hace nada— entonces esa “inteligencia” de la que tanto se jacta no pasa de cotillón. Y lo que está alimentando, fogoneando y robusteciendo es el monstruo de un nuevo Curuguaty, la pesadilla que ningún paraguayo debería olvidar porque nos fracturó.

En dos años de gobierno, Peña ya acumula más de medio centenar de viajes y ha reservado para el 2026 otros 1.700 millones de guaraníes solo para seguir viajando —sin contar los gastos reservados—. Ha estrechado manos de reyes y reinas, mandatarios y primeras damas; lo dejaron plantado en la asunción de Trump; pidió permiso para ir a Italia y terminó en Egipto, en un evento que nada tenía que ver con Latinoamérica.

Mientras tanto, casi ni miró la información que su propio gobierno difundió el 25 de septiembre pasado: datos del INE y del Banco Mundial revelan que algunas de las comunidades más pobres del país están entre Concepción y San Pedro. Paso Barreto tiene 53,3% de pobreza (no por casualidad el EPP se enseñoreó allí). Yrybucua vive con 46,2%; Antequera, 46,6% y San Vicente Pancholo con 47,1%.

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Peña conoce mucho de aeropuertos, alfombras y cumbres. De globalización, sobra; de Paraguay, falta. Es un cosmopolita de pasarela diplomática, un mandatario de agenda internacional abundante y profundidad nacional raquítica: un turista en su propio país, un estadista global que gobierna como visitante ocasional.

Es casi un milagro que San Pedro no haya explotado ya. El hambre, las deudas, el abandono y la precariedad son terreno fértil para los avivados que cosechan desesperación a cambio de poder. La absoluta orfandad estatal, la ausencia de un Estado que garantice un pedazo de tierra no solo precariza también despierta monstruos.

El primer viajero de la República podrá seguir llenando su pasaporte. Pero que no se sorprenda si, mientras él acumula millas, otros acumulan rabia. En alguno de sus regresos al Paraguay podría encontrarse con que ya no hay retorno. En política, la desconexión se paga caro.

mabel@abc.com.py