Aclaro que no es un gesto de mera retórica, sino un acto de formal denuncia: porque allí donde el Estado debería ser casa de la prudencia, se ha convertido en morada del despilfarro.
En tiempos de crisis, cuando la salud pública se desangra en pasillos sin insumos, cuando la escasez sacude los hospitales, las escuelas se caen a pedazos, cuando la niñez crece entre carencias y los adultos mayores sobreviven en la sombra del abandono, y miles de familias sobreviven en condiciones indignas, el uso del dinero público adquiere una dimensión no solo técnica, sino profundamente ética. No es solo cuestión de números: es cuestión de conciencia. Este gobierno carece de ella. Por sus actos y por la situación que atraviesa la población se lo conoce.
Resulta dolorosamente más que evidente que este gobierno —en lugar de priorizar la atención médica, el acceso al agua potable o la dignificación del trabajo docente y del personal de salud— destina recursos a gastos superfluos, eventos ostentosos, campañas de imagen o estructuras burocráticas que poco o nada aportan al bienestar colectivo. Este fenómeno, que podría denominarse banalización del presupuesto, no es solo una falta de criterio administrativo: es una traición moral.
El proverbio bíblico resuena con fuerza: “Valiosos tesoros y perfumes hay en la casa del sabio, pero el necio los dilapida. ”En su versión más dura: “En casa del sabio abundan las riquezas y el perfume, pero el necio todo lo despilfarra”.
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Este proverbio no habla de riqueza material, sino de sabiduría, de la que este gobierno carece, es de evidencia, en la administración de lo valioso. Dicen que el sabio no acumula por vanidad, sino que preserva lo esencial, lo útil, lo justo; por ello eso de que el perfume no lo derrama en vano. En cambio, el necio —este gobierno, ciego a la necesidad ajena— convierte el dinero de todos en humo, en espectáculo, en ornamento vacío, en festejo, en la nada.
Desde una perspectiva ética, el despilfarro estatal en lo baladí constituye una forma de violencia institucional. Es violencia contra el enfermo que espera una cama, contra el niño que no accede a vacunas o poder ser transportado de urgencia, contra el que tiene una enfermedad terminal y solo le queda esperar su ida de este mundo porque el estado no le provee el remedio esencial para hacer de su ya corta expectativa de vida menos dolorosa, contra el hospitalizado que no encuentra alimento en el hospital que con pompas y fotos los habilita el gobierno pero no los nutre de insumos necesarios. Esto es violencia silenciosa y demoledora. Y lo más grave: es evitable. Pero el gobierno dilapida en eventos navideños. Esa es su prioridad o en viajes de placer o en eventos ostentosos e insípidos e innecesarios. Abofetea al común.
La insensatez del gasto inútil por parte del Gobierno no solo revela su incompetencia, sino un alejamiento de lo humano. ¿Cómo puede un servidor público justificar la inversión en lo accesorio cuando lo esencial está en ruinas? ¿Qué clase de liderazgo ignora el sufrimiento de su pueblo mientras celebra logros ficticios? La respuesta es esta: el que ha perdido el sentido de la realidad, encerrado en burbujas de privilegios, el que está en negociados, el que no mira los ojos de su gente, el que no escucha el llanto de los hospitales, el silencio de las ollas vacías, la resignación de los que ya no esperan nada, el que hace de ciego a la destrucción de su juventud que se sume en el consumo de drogas fulminantes.
La ética pública requiere algo más que legalidad: exige sensibilidad. Exige que cada guaraní invertido lleve consigo una pregunta: ¿a quién beneficia realmente? Y si la respuesta no incluye a los más vulnerables, a los necesitados, entonces ese gasto es inmoral.
Celebrar dilapidando 700.000 dólares americanos esto es G. 4.935.000.000; sí, léase bien, CUATRO MIL MILLONES NOVECIENTOS TREINTA Y CINCO MILLONES DE GUARANIES, en medio de la miseria no es gobernar: es traicionar, es una afrenta ética, una burla institucional, es impudicia, es una traición al mandato social. Cada guaraní derrochado, dilapidado, es una herida abierta en la dignidad de los que menos tienen.
Que sepa el gobierno que la ciudadanía tiene memoria y que cuando se gastan miles de millones en lo baladí, mientras se recorta en salud, educación y asistencia social, no se gobierna: se usurpa el sentido del poder y ello deja cicatrices.
aamonta@gmail.com