Romper el tabú en torno al placer propio no solo es un gesto de rebeldía cultural: también es una forma de cuidar la salud física, mental y relacional. Cada vez más profesionales de la sexología coinciden en que conocerse a uno mismo es la base de una vida sexual más satisfactoria, tanto en solitario como en pareja.

Explorar nuevas zonas erógenas —más allá de los genitales— supone ampliar el mapa del placer y entender que el cuerpo entero puede ser un territorio sensible si se le presta atención, tiempo y cuidado.
El peso del tabú: por qué cuesta tanto hablar de placer
En sociedades donde la educación sexual ha sido escasa o centrada casi exclusivamente en la prevención (embarazos, infecciones), el disfrute suele quedar en un segundo plano, cuando no directamente demonizado.
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Hablar de masturbación, autoexploración o fantasías aún genera vergüenza en muchos contextos familiares y sociales.
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Ese silencio tiene consecuencias:
- Adultos que no conocen bien su anatomía.
- Personas que fingen orgasmos o creen que “algo va mal” con su cuerpo.
- Parejas que no se atreven a comunicar lo que les gusta o necesitan.
Sexólogos y terapeutas coinciden en un punto clave: el primer paso para desmontar el tabú es normalizar el lenguaje. Nombrar las partes del cuerpo, hablar de deseo, preguntar y compartir experiencias sin burla ni juicio es un cambio cultural profundo que comienza, muchas veces, en la intimidad de cada persona.
El cuerpo como mapa: más allá de los genitales
Cuando se habla de zonas erógenas, muchos piensan de inmediato en genitales, senos o glúteos. Sin embargo, el cuerpo dispone de innervaciones sensibles repartidas de forma diversa, y la experiencia del placer es altamente subjetiva: lo que para alguien es indiferente, para otra persona puede resultar muy estimulante.

Entre las áreas que suelen mencionarse con frecuencia por su potencial erógeno se encuentran:
- Cuero cabelludo y nuca: el masaje suave, el juego con el cabello o el roce delicado pueden generar sensaciones placenteras de relajación y excitación.
- Orejas y cuello: besos, caricias, susurros o cambios de temperatura (aliento, aire) convierten esta zona en una de las más citadas como altamente sensible.
- Labios y boca: más allá del beso romántico, explorar diferentes ritmos, presiones y texturas puede convertir la boca en un escenario completo de juego erótico.
- Pecho y espalda: masajes, presión suave o el simple contacto cálido de otra piel pueden despertar sensaciones intensas, sobre todo si se combina con respiración lenta y consciente.
- Manos y dedos: la yema de los dedos es una de las zonas más sensibles del cuerpo, tanto para dar como para recibir placer.
- Muslos internos y pliegues corporales: la proximidad a genitales y la piel más delgada en ciertas áreas multiplican la sensibilidad.
Más que memorizar una lista de zonas, los expertos recomiendan una actitud de curiosidad: considerar el propio cuerpo como un territorio a descubrir, sin dar por hecho que lo que “suele gustar” a la mayoría será necesariamente lo más placentero para uno mismo.
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Autoexploración: un acto de autoconocimiento, no de culpa
Pese a los avances, la masturbación aún arrastra mitos y culpas heredadas de discursos moralistas o religiosos.
Desde la sexología se insiste: la autoestimulación es una práctica segura, natural y saludable, siempre y cuando no provoque malestar emocional ni interfiera con otras áreas de la vida.

Explorarse implica mucho más que la estimulación genital. Significa:
- Observar el propio cuerpo sin juicio, en un espejo o con la mano, reconociendo formas, texturas y reacciones.
- Identificar qué tipo de contacto resulta reconfortante, excitante o neutro.
- Permitir que el deseo aparezca —o no— sin presión por llegar al orgasmo.
Algunas personas prefieren comenzar con sencillos masajes corporales, duchas conscientes o momentos de autocuidado (cremas, aceites, cepillos de masaje) para familiarizarse con la sensación de tocarse y ser toques sin prisa ni exigencias.
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El papel del cerebro: fantasías, contexto y estado emocional
Aunque hablemos de zonas “erógenas”, el órgano sexual más importante sigue siendo el cerebro. La misma caricia puede resultar estimulante, indiferente o incluso molesta según el contexto emocional, el nivel de confianza, el estado de ánimo o el grado de cansancio.
Las fantasías —ese universo íntimo de escenarios y narrativas— también juegan un papel clave. Lejos de ser “raras” o “vergonzantes”, forman parte de la vida erótica de muchas personas y no definen necesariamente sus deseos en la realidad.
Desde un enfoque de salud mental, los especialistas señalan que:
- Tener fantasías no obliga a llevarlas a la práctica.
- La imaginación puede ayudar a identificar qué tipo de situaciones o dinámicas resultan más excitantes.
- Compartir algunas fantasías con una pareja, si hay confianza, puede abrir nuevas posibilidades de juego y complicidad.
Comunicación en pareja: del “se supone que…” al “a mí me gusta…”
Una de las principales quejas que aparecen en consulta sexológica es la falta de comunicación honesta en la pareja. La educación romántica ha transmitido la idea de que la otra persona “debería saber” qué hacer, sin necesidad de hablarlo. Pero el placer es tan diverso que esa expectativa suele conducir a la frustración.
Algunas claves que señalan los terapeutas de pareja:
- Sustituir frases como “nunca hacés…” por “me gustaría probar…” o “a mí me gusta cuando…”.
- Entender los comentarios sobre placer como información, no como crítica personal.
- Darse permiso para experimentar, con acuerdos claros y respeto a los límites de ambos.
Explorar nuevas zonas erógenas en pareja puede convertirse en un juego: dedicar tiempo a caricias “no genitales”, probar diferentes presiones y ritmos, turnarse para recibir sin la presión de “responder” de inmediato.
Desmontar mitos: no hay una “forma correcta” de sentir placer
Los mitos en torno al placer y las zonas erógenas son numerosos. Entre los más repetidos, los especialistas identifican:
- “Si no llego al orgasmo, algo está mal”: la experiencia de placer no se reduce al clímax. Hay encuentros satisfactorios sin orgasmo y orgasmos insatisfactorios.
- “Todos deberíamos disfrutar de lo mismo”: la diversidad es la norma. No gustar de una práctica no convierte a nadie en “aburrido” ni “anormal”.
- “Las fantasías son una traición a la pareja”: muchas personas en relaciones estables tienen fantasías que no restan amor ni compromiso.
- “Explorar el propio cuerpo es egoísta”: al contrario, conocerse suele mejorar la comunicación y el disfrute compartido.
Cuestionar estas ideas es parte del proceso de liberarse de los tabúes. Implica revisar mensajes aprendidos en la infancia, la adolescencia o a través de los medios, y compararlos con la propia experiencia real.
Explorar nuevas zonas erógenas y conocer el propio cuerpo sin tabúes no es una moda ni un lujo reservado a unos pocos; forma parte del derecho a una vida sexual saludable, reconocida por organismos internacionales como un componente del bienestar integral.
