Más allá del beso bajo el muérdago: el manual del placer de fiestas (y sus límites)

Beso bajo el muérdago.
Beso bajo el muérdago.

En las películas navideñas, el clímax suele llegar bajo una rama de muérdago: dos personas, una música suave de fondo y un beso destinado a cambiarlo todo. En la vida real, las fiestas de fin de año se parecen menos a una comedia romántica y más a un cóctel intenso de alcohol, presión social, deseos, expectativas… y, cada vez más, conversaciones necesarias sobre consentimiento y límites.

La temporada de celebraciones —cenas de empresa, reuniones familiares, fiestas entre amigos, encuentros de Año Nuevo— pone el cuerpo en el centro: abrazos, besos, roces en la pista de baile, coqueteos que se alargan hasta la madrugada. El reto ya no es solo “pasarla bien”, sino hacerlo sin pisar la línea roja de nadie.

Este es un mapa para orientarse en ese territorio donde el placer puede convivir con el respeto… o naufragar en sus límites.

El imaginario festivo: del brindis al “deberías soltarte”

Durante décadas, la cultura popular ha alimentado la idea de que las fiestas son un paréntesis donde casi todo está permitido: la persona seria del trabajo que “por una noche” se descontrola, la pareja que “tiene que arreglarlo” en Nochevieja, los besos robados al filo de las doce.

Fiestas de empresa, imagen ilustrativa.
La cultura popular ha alimentado la idea de que las fiestas son un paréntesis donde casi todo está permitido.

Ese guion no es inocente. Refuerza la idea de que la fiesta es una excusa para forzar situaciones que, en otro contexto, se verían con más claridad como lo que son: avances no deseados, chantaje emocional (“dale, un beso nomás es, es Navidad”), coqueteos insistentes amparados en el alcohol o en el buen humor general.

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Pero los cuerpos no pierden derechos al entrar en un salón decorado con luces, ni el “no” deja de significar no porque suene un villancico de fondo.

El placer en tiempos de consentimiento explícito

La idea es sencilla: no basta con que alguien no se oponga; tiene que querer claramente lo que está pasando.

Concepto de coqueteo.
Concepto de coqueteo.

Aplicado a las fiestas, esto significa que:

  • No es suficiente interpretar una sonrisa nerviosa, una risa comprometida o el silencio como un “sí”.
  • El ambiente “caliente” del lugar —luces bajas, baile, alcohol— no es una señal válida para asumir deseo por defecto.
  • La frase “si no se apartó, será que quería” refleja más una coartada que una realidad.

El consentimiento explícito puede sonar antirromántico para quienes crecieron con guiones donde “lo lindo” era adivinar lo que la otra persona quería sin palabras.

El papel del alcohol: cuando la línea se difumina

Si hay un protagonista silencioso de las fiestas, es el alcohol. Casi siempre presente, casi siempre normalizado.

Fiestas de empresa, imagen ilustrativa.
Fiestas de empresa, imagen ilustrativa.

Su efecto sobre los límites es bien conocido: desinhibición, menos sensación de peligro, más probabilidad de aceptar —o proponer— cosas que en sobriedad no habrían aparecido sobre la mesa.

De ahí que muchas campañas insistan en un mensaje clave: el consentimiento bajo intoxicación es terreno delicado. En la práctica, esto se traduce en preguntas incómodas pero necesarias:

  • ¿La otra persona puede sostener una conversación coherente?
  • ¿Puede mantener el equilibrio, recordar decisiones recientes, decir que no de forma clara?
  • ¿Estamos en un punto en el que, si hubiera un problema, podría defenderse, irse, pedir ayuda?

Si la respuesta a estas preguntas se acerca al no, la decisión más responsable es parar.

La lógica de “yo también había bebido” no borra la asimetría que puede crearse cuando alguien está mucho más afectado que la otra persona, o cuando existe una diferencia de edad, poder o jerarquía (por ejemplo, entre jefes y personas subordinadas en una cena de empresa).

No solo se trata de sexo: el derecho a no abrazar, no besar, no posar

El foco del consentimiento suele ponerse en las interacciones sexuales, pero las fiestas de fin de año están llenas de pequeños rituales físicos que también merecen revisión:

  • El beso obligatorio a familiares con los que no hay confianza.
  • El abrazo forzado al compañero de trabajo “porque todos lo hacen”.
  • El “vení, que nos hacemos una foto juntos” cuando alguien no quiere ser fotografiado.
Fiestas de empresa, imagen ilustrativa.
Fiestas de empresa, imagen ilustrativa.

La educación en límites corporales que promueven cada vez más familias y escuelas propone una regla básica y sencilla: ningún cuerpo está obligado a gestos de afecto físicos, ni siquiera en contextos de celebración.

No hace falta una gran justificación: “no tengo ganas”, “prefiero que no” o simplemente apartar la cara del beso deberían ser respuestas legítimas, también en Nochebuena.

Aceptar esta regla implica también renunciar a ofenderse: no todo rechazo es personal; a veces es solo un acto de autocuidado.

Redefinir el placer: de la obligación al deseo genuino

Cuando se habla de “placer en fiestas”, la imaginación suele ir directa al sexo o al coqueteo subido de tono. Sin embargo, especialistas en salud sexual insisten en una idea más amplia: el placer incluye sentirse seguro, relajado, cómodo, escuchado, respetado.

Concepto de coqueteo.
Concepto de coqueteo.

En ese sentido, una persona puede:

  • Disfrutar como nadie bailando hasta el amanecer y no querer besos ni contactos íntimos.
  • Pasarlo bien coqueteando, chateando o mandando mensajes sugerentes y no desear que eso se traduzca en sexo.
  • Sentirse pleno simplemente compartiendo una conversación larga en la cocina mientras todos toman y gritan en el salón.

La fiesta deja de ser un examen de “éxito sexual” y se convierte en un espacio más: una ocasión para explorar lo que a uno sí le gusta, sin obligación de cumplir expectativas ajenas o guiones de película.

Cómo decir que sí (y cómo decir que no) sin romper la fiesta

El consentimiento se construye sobre una habilidad que rara vez se enseña con claridad: la comunicación directa.

Preguntar, proponer, aceptar o rechazar sin rodeos evita malentendidos y reduce la sensación de “drama” que muchas personas temen.

Algunos recursos sencillos que recogen talleres de educación sexual:

  • Verbalizar el deseo: “Me gustaría besarte, ¿a vos también?”, “¿Te gustaría que vayamos a un lugar más tranquilo?”, “Si no te sentís cómodo, lo dejamos acá, no pasa nada”.
  • Nombrar los límites: “Hasta acá estoy bien, pero no quiero ir más allá”, “Podemos bailar juntos, pero prefiero que no haya besos”, “No me estira nada sexual esta noche, solo quiero pasarla bien”.
  • Aceptar la respuesta sin insistir: un “no” no es una puerta medio abierta ni una invitación a negociar. Repetir la propuesta varias veces, bromear o culpabilizar (“qué pesada”, “no te cuesta nada”) son formas sutiles de presión.

En el otro lado, aprender a escuchar también es clave. El consentimiento no es un contrato firmado para toda la noche: puede cambiar. Un “sí” dado al principio puede convertirse en un “hasta acá” más tarde, y respetarlo es parte del acuerdo.

Sexo más seguro y el día después: lo que no se ve en los brindis

Detrás de los flashes, los brindis y los chistes subidos de tono, las relaciones sexuales durante las fiestas tienen consecuencias materiales muy concretas: infecciones de transmisión sexual, embarazos no planificados, resacas emocionales.

Lo ideal es disponer de preservativos (externos o internos), considerar métodos anticonceptivos complementarios, y recordar que el “se nos olvidó en el momento” no convierte el riesgo en algo romántico, solo en más probable.

El “día después” también es emocional. Pueden aparecer culpa, vergüenza, dudas sobre si hubo o no consentimiento pleno, o simplemente incomodidad ante alguien que volveremos a ver en el trabajo o en el grupo de amigos. Reconocer estos sentimientos, hablarlos con personas de confianza y, si hace falta, pedir ayuda profesional forma parte del cuidado posterior a la fiesta.

Además, las fiestas de hoy no terminan en la puerta del local: continúan en redes sociales, en grupos de WhatsApp, en fotos y vídeos que pueden multiplicarse en segundos. El consentimiento también se juega ahí.

Subir una foto en la que alguien aparece en una situación comprometida, compartir vídeos de personas bailando o besándose sin preguntarles primero, reenviar mensajes íntimos o capturas de chat, todo ello tiene impacto en la reputación, la seguridad y la salud mental de las personas implicadas.

La fiesta, lejos de ser una coartada, puede convertirse en un lugar donde practicar —con luces, ruido y confeti— una ética del cuidado que, con suerte, dure mucho más allá de las doce campanadas.