Suben los precios por el despilfarro del sector público

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La suba de precios que se está observando en el país no tiene que ver con la sequía, como engañosamente nos quieren hacer creer. Obviamente que hay factores específicos que pueden influir coyunturalmente en el comportamiento de algunos precios en particular, pero la inflación como tal, cuando es extendida y, por tanto, se refleja en el promedio general, es siempre un fenómeno monetario. Como veremos, Paraguay está lejos de ser la excepción. La verdadera causa de que el dinero rinda cada vez menos, sobre todo a las familias más pobres, no es el clima, sino el excesivo gasto público y, sobre todo, el alto y acumulado déficit fiscal.

La suba de precios que se está observando en el país no tiene que ver con la sequía, como engañosamente nos quieren hacer creer. Obviamente que hay factores específicos que pueden influir coyunturalmente en el comportamiento de algunos precios en particular, pero la inflación como tal, cuando es extendida y, por tanto, se refleja en el promedio general, es siempre un fenómeno monetario. Como veremos, Paraguay está lejos de ser la excepción. La verdadera causa de que el dinero rinda cada vez menos, sobre todo a las familias más pobres, no es el clima, sino el excesivo gasto público y, sobre todo, el alto y acumulado déficit fiscal.

La inflación de 2021 fue del 6,8%, la más alta de los últimos diez años, muy por encima de la meta inicial del Banco Central del Paraguay, y habría sido mayor de no mediar algunas medidas de corto plazo en la parte final del ejercicio, como bajar temporalmente los precios de los combustibles dentro de la campaña Añuã y postergar pagos de obras públicas, con el solo fin de maquillar un poco el número en la estadística. La variación interanual del Índice de Precios al Consumidor bordeó el 8% en octubre/noviembre y, más relevante aún, superó largamente la barrera de los dos dígitos en las áreas más sensibles para la gente. Por ejemplo, la suba de precios de alimentos y bebidas no alcohólicas fue del 12,3% en diciembre en comparación con el mismo mes del año anterior (había llegado al 15% en octubre), y del 9,1% si se considera el promedio de todo el año en relación con el promedio de 2020.

Esta situación afecta a todos, pero más a las capas medias y mucho más a las personas y familias de menores recursos, por la sencilla razón de que estas gastan todo lo que tienen, no les sobra nada, no pueden ahorrar y obtener algún rendimiento compensatorio, mucho menos invertir o diversificar su portafolio con instrumentos financieros o bursátiles, o bienes inmobiliarios, o monedas fuertes. En consecuencia, absorben el 100% de la inflación en términos de pérdida del valor adquisitivo de la totalidad de sus bajos ingresos. Peor aún, estas familias por lo general gastan la mayor parte de lo que les entra en productos de la canasta básica, particularmente alimentos, que es precisamente donde los precios subieron más.

Para tener una idea del impacto que esto implica, si una familia vive con un salario mínimo mensual, una inflación del 6,8% representa para la misma una pérdida de 1.868.000 guaraníes en el año, casi un sueldo completo, y si se considera que la mayor parte la gasta en alimentos, donde la inflación fue del 12,3%, la pérdida asciende a 3.379.000 guaraníes.

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Previsiblemente, con este argumento pronto crecerán las presiones para un aumento del salario mínimo, pero esa no es una solución de fondo por dos motivos. El primero es que ello provocaría, a su vez, más inflación, lo que rápidamente licuaría cualquier aumento nominal. El segundo es que ello solo beneficiaría a la parte relativamente pequeña de la fuerza laboral asalariada en el sector formal, y perjudicaría a casi todo el resto, ya sea trabajador informal o por cuenta propia, que no recibiría el aumento, pero sufriría una desvalorización aun mayor de sus ingresos.

La única manera de ganarle la carrera a la inflación es con equilibrio macroeconómico. Para que no haya inflación, básicamente el dinero en la economía debe ser igual al producto interno bruto (PIB), que es el valor de todos los bienes y servicios que se producen en un año. Si hay más dinero de lo que se produce, automáticamente la moneda pierde valor en relación con esos bienes y servicios. Con un ejemplo burdo, si se produce una manzana y hay un guaraní en la economía, la manzana costará uno. Pero si hay dos guaraníes, costará dos. El dinero es solo un medio de cambio, no tiene valor en sí mismo; que haya más dinero no significa que haya más riqueza. Es como el aceite de un motor, no tiene que haber ni poco ni demasiado, sino la cantidad justa y necesaria.

Los agregados monetarios en Paraguay muestran un incremento enorme de la masa de dinero en la economía, provocada fundamentalmente por el desborde del gasto público en los últimos años, con niveles de endeudamiento y déficit sin precedentes en la historia reciente, particularmente desde 2019 en adelante, lo que claramente es la causa real de la creciente inflación.

El incremento interanual del “M0″, que son los billetes y monedas en circulación, que hasta marzo de 2020 se mantuvo en una franja de entre el 1% y el 8%, dio un salto a una franja de entre el 18% y el 27% a partir de allí, hasta que el BCP, que tiene el mandato constitucional de defender el valor del dinero, empezó a hacer algunos retoques desde el segundo trimestre de 2021 y consiguió bajarla a un rango de 11%-17%, primero, y de 7%-9% hacia el final del ejercicio. Pero no podrá sostener la tendencia si continúa el despilfarro.

Si se le suman los depósitos corrientes del público en el sistema financiero (lo que se conoce como “M1″) el dinero en la economía, a diciembre de 2021, asciende a 42,7 billones de guaraníes, frente a 27,8 billones en agosto de 2018, cuando asumió la administración de Mario Abdo Benítez, lo que representa un incremento del 54%. Es lógico que se dispare la inflación.

Para revertir la situación es imperativo realizar ajustes, que serán más duros cuando más se tarde en hacerlos. Lamentablemente, las señales que dan el Gobierno y la clase política no sugieren que sea esa la intención. El Presupuesto aprobado para 2022 ya incorpora un déficit fiscal del 3% del PIB, con aumentos salariales y de gastos corrientes fijos, y todavía hay que esperar las típicas reprogramaciones y ampliaciones en un año electoral. Lo que tiene que saber la gente es que nada de esto es gratis, de alguna manera se paga la cuenta, ya sea directamente o a través de inflación, a costa de la calidad de vida de los más pobres.