La gente tiene que informarse sobre Itaipú

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El problema de Itaipú no es tan complicado como lo quieren hacer aparecer. De hecho, probablemente uno de los logros más fructíferos de la astuta Itamaraty desde el punto de vista de sus intereses haya sido convencer de que esta es una cuestión extremadamente difícil, reservada para especialistas, no para aquellos que “nunca construyeron una pared de 15″, como dijo alguna vez un expresidente paraguayo. De esa manera consiguieron que amplias mayorías de la opinión pública en Paraguay, en el exterior y hasta en el propio Brasil o bien aceptaran acríticamente la versión oficial de que “Brasil puso todo y Paraguay solo el agua”, o bien simplemente se desentendieran del asunto con la falsa idea de que comprenderlo estaba fuera de su alcance. En realidad, la ingeniería necesaria para que la fuerza de un río llegue en forma de luz al foco de un velador es compleja, pero vender electricidad no es esencialmente muy diferente que vender manzanas.

Lo primero que hay que entender es que el mayor valor de Itaipú no está en la central, ni en las obras civiles, ni en las maquinarias, ni en la capacidad operativa, ni siquiera en la tecnología hidroeléctrica, que ya era suficientemente conocida en la época en que se emprendió el proyecto, sino en el potencial energético del río Paraná. Ese es el recurso, lo demás es lo que se invierte para aprovecharlo, todo lo cual se recupera con creces. Señalar lo contrario es exactamente como afirmar que el valor de un campo petrolero no es el petróleo, sino el pozo que se perfora y la bomba que se instala para extraerlo. Por lo tanto, decir que “Paraguay puso solo el agua” y Brasil todo el resto, como una manera de justificar que nuestro vecino se haya quedado con la parte del león en el aprovechamiento de este recurso natural compartido, es un despropósito. Paraguay puso el agua, ¡nada menos!

Lo segundo que hay que entender es que, en realidad, Brasil no puso un centavo en Itaipú más que su aporte al capital social. Todo se financió con deudas y todo, absolutamente todo y más, se pagó con lo recaudado por la venta de la generación de la central, directamente a Eletrobras y a la ANDE y, en última instancia, a los consumidores brasileños y paraguayos. Es cierto que Brasil garantizó los empréstitos y fue, de hecho, el principal prestamista a través de Eletrobras, pero no solo se le pagó hasta el último dólar (la altamente inflada deuda de Itaipú está próxima a cancelarse totalmente), sino que se benefició enormemente con porciones espurias incorporadas a las obligaciones y, sobre todo, con decenas de miles de millones de dólares en intereses usurarios (y probablemente contrarios al art. XII del Tratado) cobrados a la entidad binacional. Prueba de ello, cuando Eletrobas salió al mercado abierto en la bolsa de Nueva York en 2008, su activo más rentable era la deuda a cobrar de Itaipú.

Entonces, si dos países se asocian para explotar conjuntamente un valioso recurso natural que les pertenece a ambos en partes iguales, y si el proyecto se autofinancia en un 100%, lo lógico es que los dos socios se beneficien también en partes iguales. Pero eso está muy lejos de lo que ha ocurrido en Itaipú.

Formalmente se reconoció que Brasil y Paraguay son dueños condóminos de la entidad en una relación de 50/50, pero, a la par, se introdujeron cláusulas en el Tratado que, para todos los fines prácticos, aseguraron que Brasil sería el gran beneficiario del aprovechamiento de ese recurso natural conjunto y Paraguay tendría que conformarse con una participación muy minoritaria.

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Probablemente la más importante es la figura de la “cesión”, instituida en el Anexo C. Desde un principio se sabía que Paraguay no podría consumir la totalidad del 50% que le pertenecía. Lo justo habría sido que le pudiera vender su excedente a su socio, que necesitaba y demandaba esa energía, y de esa manera distribuirse equitativamente entre ambos el provecho de la explotación del recurso. Pero lo que se estableció fue que si alguno de los dos no contrataba el total de su parte (o sea, Paraguay) debía ceder su excedente al otro (Brasil) con derecho de preferencia, a cambio de una “compensación” que siempre fue ínfima en comparación con el precio de mercado de esa energía.

El resultado fue que Brasil dispuso durante décadas de energía limpia paraguaya prácticamente a precio de costo, con la que, sumada a la que le correspondía, consiguió catapultar la producción y el desarrollo de los estados de São Paulo, Paraná, Santa Catarina y otros, que son los más ricos del vecino país. En cambio Paraguay, si bien Itaipú, por una cuestión de tamaño, ha representado un impacto formidable en su economía, no obtuvo un provecho equivalente para su desarrollo.

En la práctica es aún peor, porque Eletrobras adquiere de Itaipú a precio de costo la energía cedida por Paraguay y la revende en subastas a otros operadores a precio de mercado mayorista, apropiándose de ingentes diferencias que deberían ser de nuestro país.

Es ingenuo pretender cambiar o pedir resarcimientos por el pasado. De cara al futuro, aunque lo ideal es que Paraguay utilice toda su parte, la realidad es que todavía tiene, y tendrá durante un buen tiempo, importantes excedentes en Itaipú, alrededor de 20 millones de megavatios/hora al año. Con las negociaciones que se abren van a tratar de confundir y de desviar la atención, pero lo que la ciudadanía debe tener muy claro es que, por mucho que apreciemos a los queridos brasileños, no les podemos seguir regalando nuestra energía. Las reivindicaciones paraguayas son muy simples: o Brasil paga el precio que corresponde por nuestros excedentes o permite que sea Paraguay, y no Eletrobras, el que comercialice directamente su energía en el mercado brasileño y regional. Esto es lo principal y no es nada difícil. Todo el resto, incluyendo la tarifa o las modalidades de contratación de la ANDE, es secundario.