¿Qué podemos esperar del nuevo Parlamento?

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Las últimas elecciones modificaron la composición tradicional del Congreso, que hasta ahora funcionaba con cierto equilibrio, con una Cámara dominada por el oficialismo y la otra por la oposición. Según el adelanto de cómputos, en este período, el Partido Colorado se quedará con el manejo autónomo de las dos Cámaras, al lograr la integración de las mismas con mayoría propia. Esto significaría que el Poder Ejecutivo podrá gobernar prácticamente sin oposición, y que esta ni siquiera ya podrá contar con el recurso de dejar sin quorum a las sesiones las veces que necesite ganar tiempo para negociar o articular una mayoría de integración diversa, en busca de apoyo a sus propuestas.

Las elecciones generales últimas modificaron la composición tradicional del Congreso de la República, que hasta ahora funcionaba con cierto equilibrio, con una Cámara dominada por el oficialismo y la otra por la oposición. Según el adelanto de cómputos, en este período, el Partido Colorado se quedará con el manejo autónomo de las dos cámaras, al lograr la integración de las mismas con mayoría propia.

Esto significa en términos prácticos que el Poder Ejecutivo tendrá la tranquilidad de poder gobernar prácticamente sin oposición, y que esta ni siquiera ya podrá contar con el recurso de dejar sin quorum a las sesiones las veces que necesite ganar tiempo para negociar o articular una mayoría de integración diversa, en busca de apoyo a sus propuestas.

El Parlamento, en nuestro país, aparte de ser uno de los poderes del Estado –el Poder Legislativo–, es –o debería ser– la caja de resonancia del clamor popular en cuanto a las expectativas de la sociedad para aspirar y lograr mejores condiciones de vida, y para controlar y equilibrar la balanza con los otros poderes del Estado, el Ejecutivo y el Judicial.

La institución del Parlamento está llamada a ser la tarima para el ejercicio del talento político, la demostración de la capacidad de estadista de sus miembros, a través de la oratoria o de la enjundia en el conocimiento y la cultura de lo propio del ejercicio de parlar, que como se sabe, es lo opuesto de callar. En otras palabras, un buen parlamentario o una buena parlamentaria debería reunir en lo posible el don de la palabra y la idoneidad para discernir y discutir sobre la compleja función de legislar, puesto que no se presume que asista a las sesiones para mantenerse callado y solo hacer número.

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A la opinión pública le consta que este perfil ideal no se ajusta al Parlamento actual y tampoco a los anteriores, con excepción del Parlamento de los primeros períodos de la democracia, donde tuvieron cabida muchas calificadas figuras de la política y de la academia, luego del largo período dictatorial.

Debe decirse sin medias palabras, que en los siguientes períodos, la integración de la Cámara de Diputados y la de Senadores fue sencillamente lamentable y hasta vergonzosa, especialmente en la de Diputados. Llegado a los períodos recientes y al que termina en los próximos meses, la calidad de la representación política de la sociedad paraguaya en el Poder Legislativo descendió hasta llegar a ser pésima y tan pobre que solo merecería ser arrojada al tacho de basura, como lo hicieron alguna vez con un diputado ucraniano, con la intención de graficar el hartazgo ciudadano respecto a la mediocridad con fueros, aunque lejos estamos de pregonar métodos violentos.

Esta casi trágica situación provoca la ausencia de los buenos en la arena política, de las personas con suficiente capacidad intelectual, moral a toda prueba y voluntad política para servir, que teniendo todos los atributos para ejercer una representación de alta calidad, rehúyen la opción de hacer política, por el legítimo temor a quedar pegados a la deshonrosa posición de la mayoría. En otras palabras, por el temor a ser salpicados por el estiércol de la pocilga politiquera.

Con el anterior sistema de elección, a través de las listas completas y cerradas, que la ciudadanía catalogó con justicia como “listas sábana”, todos los candidatos impresentables se cubrían y rehuían sacar las narices para evitar la visibilidad de sus sucesivos rechazos.

El voto por listas consideradas sábanas hacía que resultara imposible que los electores los arrojaran al tacho, pero con el actual sistema de doble voto, primero por la lista y luego por uno específico de esa lista para lograr su ubicación según la cantidad de votos logrados, todos están obligados a exponerse públicamente, pidiendo apoyo y –en la mayoría de los casos– diciendo burradas.

A través de estas exposiciones, con las honrosas excepciones de algunos pocos elegidos en los recientes comicios, la opinión pública puede llegar a la fácil conclusión de que gran parte de los recientemente electos no tiene ni idea de lo que les espera, una vez sentado en el curul legislativo.

Mucho no se puede esperar del nuevo Parlamento con su dominio por parte de un solo partido y especialmente de algunos de sus miembros, conocidos ya por carecer de una simple visión de la problemática país, que requiere soluciones, muchas de ellas urgentes, en el campo económico, financiero, fiscal, de seguridad social, de seguridad ciudadana, de empleo, educación, inflación, entre otros.

Es preocupante que la mayoría del electorado, tanto del oficialismo como de la oposición, siga desechando a figuras de comprobada idoneidad e integridad, y prefiera a “escombros”, cuasi delincuentes, investigados por los peores delitos, que buscan en los fueros parlamentarios el respaldo y refugio necesarios para lograr la impunidad de sus fechorías.

En otras palabras, aun con la incorporación de muy pocos buenos valores, no se puede esperar mucho del nuevo Parlamento, más que la repetición de una especie de competencia en sus intervenciones de quién es más fiel a la narcopolítica, quién está más involucrado en la corrupción estatal y quién sigue a rajatabla las indicaciones del jefe significativamente supremo, que de hoy en más marcará la ruta a seguir desde al menos dos de los poderes del Estado.