El sistema democrático requiere partidos bien organizados, dotados de un claro ideario que inspire el desempeño de sus dirigentes, tanto en el Gobierno como en la oposición; empero, los principales de nuestro país no son, de hecho, más que meras maquinarias electorales que sirven para satisfacer apetencias personales conquistando cargos públicos con los privilegios anexos, tras haber logrado una candidatura en el marco de un constante y despiadado “internismo”. Así, los principales adversarios políticos son siempre unos correligionarios con los que apenas se comparte algo más que la adhesión a un color y a una polca, debido sobre todo a la tradición familiar.
La aguda crisis que afecta al PLRA tiene mucho que ver con este estilo de “hacer política”, que distingue a unos protagonistas muy alejados, desde más de un punto de vista, de ciertas figuras señeras de la historia del país y del liberalismo paraguayo: simplemente, da vergüenza ajena comparar a los dirigentes de hoy con los de otrora. La mediocridad, la intolerancia y la corrupción se han instalado en lo que hoy no pasa de ser un conglomerado de grupos en pugna, antes que un partido en el que se debaten ideas y se reconoce la excelencia.
Las tremendas disputas entre personajes, por lo general mediocres, con sus respectivos seguidores fanatizados, que dirimen a golpes de sillas o de puños sus diferencias no precisamente doctrinarias, absorben tantas energías que ya no restan fuerzas para atender y actualizar el ideario-programa. Este documento ignorado resulta mucho menos importante que las posturas o imposturas asumidas por los líderes facciosos enemistados hasta más no poder. Las ideas y el partido son lo de menos frente a las ambiciones desatadas: lo que prima, en todo caso, es el “movimiento” organizado a la medida de alguien.
El agresivo personalismo imperante excluye la ecuanimidad y el tratamiento serio de los problemas nacionales, muchísimo más relevantes que las querellas rutinarias en torno a alguna cuota de poder en la “llanura”. Que el PLRA cuente hoy con el menor número de legisladores desde 1993 y que ninguno de los siete diputados por Asunción pertenezca a él, dice mucho acerca de una decadencia que podría acelerarse si la actual crisis no es superada con acuerdos y renunciamientos que impliquen algo más que superar de momento una coyuntura sumamente difícil. Por de pronto, la ética política, que también debería existir, aconseja dar un paso al costado cuando unas expectativas electorales no han vuelto a ser satisfechas, como lo debió hacer, por ejemplo, Efraín Alegre, quien no tuvo la grandeza para el efecto. Esta clase de actitudes no denigra a quien la adopta, sino que más bien lo enaltece.
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Claro que el duro trance no ha sido causado solo por las conductas o inconductas de ciertos dirigentes, de uno u otro bando, de modo que no será fácil superarlo: es improbable que cambie de pronto un comportamiento centrado en las luchas intestinas, muy similar al que se estila en la ANR, con la obvia y relevante diferencia de que esta se halla en el poder, y sus dirigentes siempre resuelven sus diferencias antes de unas elecciones nacionales. Resulta aún más inquietante que el Tribunal de Conducta del PLRA no expulse de sus filas ni siquiera a los afiliados que han sido condenados por delitos de corrupción, como Enzo Cardozo y Rody Godoy, exministros de Agricultura y Ganadería. En la ANR también abundan los procesados y algunos popes condenados, pero el PLRA, por el número de sus afiliados, es una de las principales alternativas de alternancia en el poder, y, por tanto, debe presentar candidatos atractivos, sin antecedentes cuestionables o, por lo menos, uno que no sea un perdedor consuetudinario.
En verdad, sería deplorable que el PLRA se vaya extinguiendo con más pena que gloria, por culpa de una dirigencia inepta, secundada por los “istas” que están a la pesca de las migajas del poder o buscan conservarlas, satisfaciendo la egolatría de unos caudillejos que tienen un vuelo de gallina: corto y bajito. El Paraguay necesita que la oposición esté mucho mejor representada, para constituirse en una verdadera alternativa del cambio para la buena marcha del país.