La euforia de los gobernantes no condice con las necesidades de la gente

Cada día escuchamos de los que mandan, comenzando por el presidente Santiago Peña, que el país vive su momento más grande de la historia, que todo lo que emprende o logra el Gobierno es “histórico”, que se consigue “por primera vez”, que en el Paraguay nunca se hizo lo que se está haciendo hoy. Olvidan estas autoridades que el desarrollo experimentado por el país se inició hace muchos años y que lo que hoy se tiene no es el resultado de dos o tres años de Gobierno. En verdad, esa prédica triunfalista choca de frente con la realidad de las multiplicadas manifestaciones de protesta y de repudio que, como nunca, se registran en la capital y en otros lugares para denunciar carencias y necesidades y rechazar la corrupción. De todo esto hablaron los prelados en sus homilías, durante el novenario de la Virgen de Caacupé, convirtiéndose en “cajas de resonancia” de las inquietudes populares. Es oportuno resumirlas por provenir de quienes conocen muy bien la realidad nacional.

El obispo Gabriel Escobar, del Vicariato Apostólico del Chaco, dijo, entre otras cosas, que las entidades estatales naufragan, que la gente debe organizar “polladas para pagar por la salud”, que las tierras fiscales se venden a precios irrisorios, que la Justicia es “lenta, costosa e ineficiente”, que la educación pública “no da para más” y que también el pueblo merece “estar mejor y no solo unos cuantos cuates”. El obispo Miguel Fritz, del Vicariato Apostólico del Pilcomayo, afirmó que el bien común exige que el Presupuesto nacional atienda a los sectores más vulnerables, que no se debe permanecer indiferente “ante tanta injusticia, tanta corrupción, tanto enriquecimiento ilícito”, y que indigna ver que familias humildes, sobre todo indígenas, sean desalojadas de sus tierras. El obispo de Ciudad del Este, Pedro Collar, instó al diálogo social y censuró la insensibilidad ante la pobreza extrema, el hacinamiento en las prisiones, el abuso de poder, el narcotráfico y la polarización social, realidades dolorosas todas ellas que demandarían acciones concretas.

El obispo de Caazapá, Marcelo Benítez, habló de la “justicia ecológica” y de la “grave responsabilidad del Estado” en cuanto a la degradación ambiental, señalando al respecto que el “agronegocio”, que “emplea potentes agrotóxicos”, destruye “nuestra casa común”, beneficiando a unos pocos y empobreciendo a la mayoría. El medio ambiente y la justicia social serían “inseparables”, razón por la que instó a la población a organizarse en pro de un ambiente sano. El obispo de Villarrica, Miguel Ángel Cabello, sostuvo que la atención sanitaria cualificada no debe ser “privilegio de unos pocos”, que “enriquecerse aprovechándose de las necesidades de la gente, como la salud, es no solamente injusto, sino cruel, criminal, abominable”, y que es intolerable que los paraguayos sigan mendigando la atención de la salud en los países vecinos.

El cardenal Adalberto Martínez, arzobispo de Asunción, afirmó que fortalecer el equilibrio de poderes republicano “ayuda a prevenir distorsiones y a promover una gestión honesta y responsable”. Señaló además que la corrupción “perjudica directamente a los más vulnerables”, que ella también empieza “cuando damos coimas o buscamos atajos” y que quienes tienen riqueza y poder deben compartirlos, en vez de usarlos para corromper el sistema. El obispo de San Lorenzo, Joaquín Robledo, recordó los casos –aún no esclarecidos– de los secuestrados Edelio Morínigo, Óscar Denis y Félix Urbieta, de la niña desaparecida Juliette Le Droumaguet y del asesinado agente fiscal Marcelo Pecci.

Monseñor Mario Melanio Medina, obispo emérito de Misiones y Ñeembucú, criticó que se haya permitido la estafa de los pagarés. Además, denunció el abandono de miles de trabajadores y pacientes en el sistema de salud, el despojo de tierras de indígenas y campesinos. Recordó que el presidente Santiago Peña llegó a afirmar como candidato presidencial que, en la función pública, el carnet partidario importa más que un título académico, lo que calificó como una suerte de promoción de la ignorancia.

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Si las homilías pronunciadas en Caacupé atraen la atención ciudadana es porque reflejan el sentir de quienes son testigos de que el bien común es vulnerado de continuo por la corrupción, la arbitrariedad y la ineptitud reinantes en todos los niveles del aparato estatal. Ocurre que el interés general está supeditado al particular de los que mandan, a quienes de hecho tienen sin cuidado las múltiples carencias. Aunque las exhortaciones de los prelados no conmuevan a los de arriba, sirven al menos para que adviertan que la propaganda no puede hacer olvidar las penurias causadas por lo que hacen o dejan de hacer. La voz eclesiástica refleja el sentir del pueblo. En consecuencia, resta esperar que las homilías que se pronuncien en adelante en Caacupé pinten un Paraguay libre de muchas lacras, para lo cual será indispensable que la ciudadanía se haga oír, una y otra vez.