Para no herir susceptibilidades y no terminar nosotros mismos en los estrados judiciales por ventilar estas causas fuera de lo común, resguardaremos en el anonimato los nombres de las personas involucradas.
El dinero no trae la felicidad, dice un refrán popular. A juzgar por algunos casos judiciales, podemos decir que trae discordia y dan lugar a obstinadas disputas que se extienden por años, inclusive.
Fortuna pulverizó el amor
Ganar el premio mayor de la lotería paraguaya fue por años el sueño dorado de muchos compatriotas, entre ellos de una pareja de novios que tenían como costumbre jugar a un mismo número. La numeración elegida era el resultado de la combinación entre años de nacimiento de familiares del novio y con el tiempo, la novia adhirió a la “tradición” y cuando el joven no podía hacerlo por a o b motivo, ella se ocupaba de comprar la boleta correspondiente.
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En el año 1996, estando el premio mayor en G. 150 millones, la fortuna tocó a la puerta, pero el amor salió por la ventana. Al percatarse que por fin salió el número que persiguió por años, el novio reclamó la entrega de la boleta a la novia, que se había ocupado de comprarla.
La mala manera en que se hizo el reclamo derivó en una tremenda pelea que puso fin a la boda, fijada para diciembre de 1996 y dio inicio a un proceso judicial que recayó en el juzgado en lo civil y comercial, a cargo del juez Raúl Fernando Barriocanal. A principios de noviembre del mismo año, el magistrado dispuso que la novia –que para aquel entonces ya era ex– se quedara con el premio, pues este correspondía al poseedor de la boleta, más allá de las conjeturas basadas en los acontecimientos familiares que determinaron la elección del número.
Otra disputa por millonario premio que llegó a los estrados judiciales fue una relacionada con un sorteo realizado por un comercio local. El número de cédula consignado en la boleta sorteada correspondía a un niño de unos cinco años, cuya madre decidió poner sus datos para que le trajera suerte.
En efecto, la cábala le trajo suerte y también al padre del niño, que de progenitor reacio a colaborar con la manutención de la criatura, apenas se enteró del premio ni corto ni perezoso se presentó ante la Justicia para reclamar el derecho a administrarlo, con el argumento de que la madre lo malgastaría.
La decisión salomónica aplicada en la ocasión por la Justicia fue que el premio sería depositado en una cuenta a nombre del niño y quedaría a su disposición una vez que cumpla la mayoría de edad. Mientras tanto, a los padres se les permitiría administrar los intereses de forma conjunta.
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