A propósito del segundo presidente

Cuando hace unos días, le otorgaron la máxima condecoración nacional a Gildo Insfrán, gobernador de Formosa, Argentina, Horacio Cartes lo calificó de “segundo presidente de los paraguayos”. La ceremonia y la frase se agregan a la extensa colección de “perlitas” del mandatario y motiva una serie de inferencias.

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Para empezar, el hecho de la premiación es una suerte de reconocimiento a la propia inutilidad. Se le agradece al gobernador extranjero por haber hecho algo elemental que, evidentemente, el Gobierno Nacional es incapaz de cumplir: atender en forma adecuada a sus conciudadanos afectados por la emergencia climática.

El calificativo de “segundo presidente paraguayo” a alguien que tiene varias acusaciones judiciales por hechos de corrupción y de espionaje a organizaciones sociales, entre otras cosas, es un tanto temeraria. Quizás encierre significados más profundos de los que parecen a primera vista.

Insfrán es un “eterno” gobernador de la provincia de Formosa: está en ese cargo desde 1995, es decir, 21 años ininterrumpidos. Puede que Cartes, todavía esperanzado con la remota posibilidad de tentar la reelección, haya dicho lo que dijo con un dejo de envidia y asociando al homenajeado con su admirado Alfredo Stroessner.

Pero, si Gildo Insfrán es el segundo presidente, ¿dónde queda Juan Carlos López Moreira, secretario general de la Presidencia quien, según aseguran los que están regularmente en el Palacio de López, es el verdadero administrador de este Gobierno?

Posiblemente, siempre ha sido el primer presidente. De hecho, continúa encabezando, desde febrero de 2014, o sea desde hace 2 años, el “Centro de Gobierno” una estructura paralela de gestión del país, creada “ad hoc” y que suplanta al Consejo de Ministros, violando así la Constitución Nacional en sus artículos 242 y 243.

Si tomamos lo de “segundo presidente” como una referencia al que, según la Constitución, lo reemplaza en su ausencia, puede ser una puesta en evidencia de que, para Cartes, el vicepresidente de la República Juan Afara, hace rato no cuenta y es, sobre todo, una molestia.

El presidente ha demostrado sistemáticamente su desapego a la institucionalidad y a las reglas de la democracia. La última manifestación de esta inclinación la dio la semana pasada, cuando remitió para su tratamiento al Congreso un proyecto de ley que pretendía dejar de lado el control del Poder Legislativo a las donaciones internacionales y por lo tanto al presupuesto general de gastos de la Nación, con el pretexto de situaciones urgentes que se presenten.

Falta mucho para que Cartes deje el Gobierno pero, por su acelerado desgaste, parece como si ya se fuera despidiendo. De continuar con esta tendencia, es posible que vea mermada inclusive la capacidad de “Gran Elector” para designar a quien intentará, desde el Partido Colorado, ser su sucesor.

En los próximos meses, seguramente, se verán algunos productos de las grandes inversiones en infraestructura. Le ha costado un endeudamiento récord al Estado paraguayo y sería inconcebible que no se vean los resultados. Sin embargo, es improbable que al mandatario le sirvan todavía para conseguir objetivos políticos.

Más allá de todo, Cartes no ha perdido un ápice de su capacidad económica cosa que, a esta altura, parece ser su gran o, tal vez, su única fortaleza.

A modo de consuelo, siempre le quedará la posibilidad de una condecoración en Formosa del amigo Gildo, como devolución de gentilezas. A lo mejor, hasta le digan “el segundo gobernador”, como título postrero, ya que el que quería de “mejor presidente de la historia del Paraguay” está cada vez más lejos de sus posibilidades.

mcaceres@abc.com.py

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