Le pasó con los productores y cooperativistas, a quienes primero minimizó y agredió, pero luego debió escuchar.
Le volvió a pasar esta semana con los estudiantes secundarios, a quienes pensó que podría desmovilizar desde la distancia con elogios y la convocatoria a alguna nueva reunión, pero terminó cediendo y obligado a escucharlos.
A esta rebelión hay que intentar entenderla generacionalmente. Estos chicos son parte de la generación de la libertad, de la irreverencia, de la que tiene el mundo en sus manos con un smartphone y es capaz de comparar realidades propias con las ajenas.
Una generación capaz de detectar mentiras y sin miedo a los cambios. Una que contrasta el vértigo de Youtube, Facebook, Snapchat, Twitter e Instagram, con la desconexión del contenido que reciben en las aulas, con métodos pedagógicos alejados de su realidad.
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O dicho en otras palabras, mientras en el mundo virtual son capaces de conducir individualmente en autopistas de alta velocidad, en el aula se encuentran dentro de un colectivo antiguo que transita además un camino lleno de baches y lomadas.
Una estudiante de Ciudad del Este lo resumía muy bien esta semana en una frase en la 730AM: “Queremos un sistema educativo que nos enseñe a pensar y no solamente a obedecer, que no forme cascarones vacíos sino personas pensantes”.
Y claro que molesta a parte de una sociedad esencialmente conservadora, que estos chiquilines de 16, 17 y 18 años puedan marcar la agenda nacional con un reclamo sostenido, cuando que en generaciones anteriores si no hemos crecido con el miedo del silencio de la dictadura, lo hemos hecho en el de la excesiva tolerancia de la transición en la que la dirigencia política hizo lo que quiso del país.
Es fácil entender así el descontento de estos chiquilines. Y si bien es cierto que la ministra Lafuente se va sin denuncias de corrupción y habiendo impulsado medidas como el combate a los docentes planilleros, también es cierto que fue cerrando vías de comunicación con una escasa capacidad de autocrítica, como lo documentan sus tres páginas de discurso de despedida del cargo, en los que se citaron logros y repartieron denuncias genéricas, pero no hubo una sola línea de reconocimiento de las propias limitaciones.
También es cierto que pescadores de río revuelto no faltaron a la cita esta semana, pero que esos árboles no nos impidan ver el bosque del descontento estudiantil de frustración por la calidad de educación que reciben.
El primer paso es asumir que la promocionada reforma ha sido la deforma.
Quizás estos chicos no tengan muy bien definido qué es lo que quieren, pero con seguridad saben perfectamente lo que ya no quieren, seguir siendo mal educados en un mundo que les exige mucho más que a sus padres y abuelos.
guille@abc.com.py