Líderes

Está más que demostrado que los paraguayos, cuando nos proponemos, somos capaces de alcanzar logros extraordinarios, en las disciplinas más variadas y en cualquier parte del mundo. Esos éxitos, si bien en algunos casos se debieron exclusivamente a la capacidad, el coraje y el esfuerzo individual de algunos compatriotas ejemplares, en otros no hubieran sido posibles si no fuera por la visión, la pasión y el liderazgo de otros compatriotas, igualmente ejemplares, que encabezaron esos procesos.

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A lo largo de nuestra historia hemos tenido testimonios de liderazgo verdaderamente sorprendentes de paraguayas y paraguayos que marcaron nuestra historia, salvando a nuestro país en situaciones que parecían imposibles. Muchos compatriotas siguen esa senda, y de vez en cuando nos sorprenden llevándonos a alcanzar logros deportivos sin precedentes; a posicionarnos en sitios envidiables en los mercados internacionales; a convertir la basura en música de exportación; a alcanzar récords Guinness; y a superar todos los días retos espectaculares en instituciones, empresas y organizaciones sociales.

Necesitamos a esos líderes que están convencidos de que llegar más lejos es posible; que son capaces de convertir sueños en proyectos concretos de nuevas realidades, que contagian su entusiasmo por ellos, que coordinan el esfuerzo colectivo para llevarlos a cabo, y que no claudican hasta convertirlos en realidad. ¡Sí que los necesitamos!

Pero el mundo de hoy requiere también, y más que nunca, un nuevo tipo de liderazgo social: aquel encarnado por quien el filósofo colombiano José Bernardo Toro define como “persona capaz de convocar a otros y cooperar con ellos para encontrar soluciones estables a problemas colectivos, contribuyendo de ese modo a lograr que la gente pueda vivir más dignamente”.

Lo que tenemos hoy como realidad social no es consecuencia del destino, de la mala suerte o de que el infortunio sigue enamorado del Paraguay, parafraseando al gran Roa Bastos. La sociedad que tenemos es nada más que el producto de lo que nosotros mismos hemos venido construyendo con nuestras actitudes.

Afortunadamente, el orden social no es natural ni preestablecido, sino construido por la ciudadanía y por lo tanto pasible de cambio de la mano de la misma ciudadanía que lo creó. Corresponde a los líderes promover y ayudar a viabilizar ese proceso de evolución hacia una nueva realidad; un cambio que solo tendrá sentido si está destinado a lograr mejores condiciones de vida para todos.

Esto requiere del líder social una clara conciencia de que hoy su misión ya no es la de imponer un rumbo y arrastrar a la colectividad hacia él, sino la de generar un proceso que permita que el orden social sea definido y construido por los propios actores sociales que vivirán dentro de él y serán afectados por él; proceso que, para su legitimidad, indispensablemente requerirá que todos los miembros de la sociedad participen de él, por acción directa o por medio de la representación democrática.

Uno de los roles más importantes y desafiantes que debe cumplir un líder hoy es el de enseñar y ayudar a la sociedad a dialogar, buscando la unidad, pero no la uniformidad; asumiendo y administrando los conflictos que inevitablemente se producirán como consecuencia de la diversidad que existe entre sus miembros y la consecuente diferencia de intereses entre los mismos, priorizando, por encima de las diferencias, la búsqueda de acuerdos que beneficien el interés general.

Es posible convertir el crecimiento económico en desarrollo con rostro humano, y cambiar la inequidad por equidad. Son los nuevos líderes quienes pueden y deben promover el protagonismo de los actores sociales, para lograr que el crecimiento adquiera una nueva dimensión y se traduzca en un verdadero desarrollo humano: aquel que permita evolucionar progresivamente a nuestra sociedad hacia una nueva realidad en la que todos, sin excepción, podamos vivir con dignidad.

(*) Miembro del Equipo Nacional de Estrategia País (ENEP).

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