¿Son diez o uno los mandamientos?

SALAMANCA. Me crié en un colegio religioso, de curas muy rigurosos y severos. No nos perdonaban una. Los sábados a la mañana nos llevaban a la iglesia para darnos un sermón y prepararnos a confesarnos para comulgar el domingo. El tema podía ser cualquiera pero a los pocos minutos, indefectiblemente, se desembocaba en el tema del sexo, el gran pecado, el que nos llevaría al infierno o, si teníamos un poco más de suerte, nos volveríamos locos; corríamos el peligro de convertirnos en aquellos caballeros medievales que por pensar siempre en su amada, se les cristalizaba la idea con todas sus funestas consecuencias.

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En más de una oportunidad me pregunté si los mandamientos de la religión católica eran diez o simplemente uno. Me acordaba de lo de honrar padre y madre, no matar, no mentir, no robar, no desear la mujer de tu prójimo, no levantar falsos testimonios, etcétera. El único vigente era el sexto, el de no fornicar y sus secuelas.

En estos días, la Iglesia Católica no está pasando por sus mejores momentos. Centenares de denuncias contra sacerdotes que han abusado de niños y niñas alrededor del mundo, se amontonan en las mesas de los obispados. Algunas de ellas son atendidas. Otras, la mayoría, van a parar a algún cajón de un escritorio polvoriento de esos que nadie se atreve a abrir por temor a las cucarachas, las arañas y, posiblemente, alguna que otra rata. Pero los hechos allí están.

Quizá el dramatismo de los relatos de quienes sufrieron estos ultrajes haga que muchos otros hechos, igualmente deplorables, pasen desapercibido, como una “pecata minuta” que se puede perdonar al paso. Pero, a mi parecer, que no soy teólogo, son igualmente de graves y también pueden servir de visado para entrar en el infierno. Me refiero a los 150.000 millones (ciento cincuenta mil millones) de guaraníes que en los dos últimos años distribuyó graciosamente la empresa binacional Yacyretá bajo el manto de “gastos sociales” sin que ningún documento justifique tamaño despilfarro. Días atrás, en el editorial de nuestro diario se hacía una lista de las cosas que se podrían haber hecho con tanto dinero en tema de hospitales, de escuelas y otras obras que beneficiarían de manera real y directa a la población. A toda la población. No solo a un sector.

Una investigación realizada por este periódico puso al descubierto todo el dinero que recibió la Iglesia de la binacional Yacyretá: el Movimiento de Cursillos de Cristiandad recibió 33 millones para los gastos de la llamada “Ultreya Diocesana”. La diócesis de San Juan Bautista de las Misiones recibió 20 millones para un campamento católico juvenil a los que hay que sumar 300 millones que recibió esta diócesis en los últimos dos años. La diócesis de Encarnación recibió 51 millones para las fiestas patronales y el padre Aldo Trento, para su fundación, recibió 230 millones, favor que el sacerdote devolvió atacando a todos los políticos y periodistas que criticaron a Horacio Cartes –al que Trento era muy cercano– por sus atropellos a la Constitución Nacional.

Es inútil insistir en lo del Estado laico y la separación que existe con la Iglesia porque tanto el uno como la otra se utilizan siempre que pueden y sacan su buena tajada. De todos modos, sería provechoso que se saquen conclusiones de situaciones como esta, ya que el dinero tiene color; su origen lo tiñe de tal o cual manera y nadie se puede amparar en el hecho de que tal “donación” es para favorecer a una obra de carácter religioso. El propio papa Francisco vive en una austera habitación de un humilde albergue porque cree en la “iglesia de los pobres”, cosa de la que se han olvidado nuestros curas locales. Ese dinero de Yacyretá no es dinero limpio. Y si lo es, no parece serlo. Que se enseñen de nuevo los mandamientos que son diez y no solo uno.

jesus.ruiznestosa@gmail.com

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