Las voces de nuestra historia

«–Tengo una pena de amor, amigo Camacho –le confesé a bocajarro, sorprendiéndome a mí mismo por la fórmula radioteatral». (Mario Vargas Llosa, La tía Julia y el escribidor, Barcelona, Seix Barral, 1977)

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El silencio alimenta expectativas y suspenso, el gotear de la lluvia habla de un día oscuro y causa melancolía y la voz, las pausas, los efectos y la música dicen más que las palabras: la limitación de la radio es su mayor ventaja, esa falta de imágenes por la que llena el espacio de paisajes invisibles. Como, seguramente, más de un lector, yo nací demasiado tarde para poder conocer su época de oro, pero sospecho que esta es «la magia de la radio».

En La tía Julia y el escribidor (Barcelona, Seix Barral, 1977), Mario Vargas Llosa presenta la tragedia del estrafalario libretista boliviano de radioteatro Pedro Camacho, que, por no guardar sus guiones por escrito (los guardaba mejor, creía él, la memoria de la audiencia), con el avance del tiempo y la locura empezó a confundir y mezclar los personajes y las situaciones de las diversas radionovelas que escribía, para desesperación de los actores y furia de los patrones. La tía Julia y el escribidor describe la era de gloria de la radio, cuando era el gran vehículo de la fantasía popular: sus días de «magia».

La emisora paraguaya más antigua acaba de cumplir el viernes 78 años de transmisión. Pensada para difundir asuntos de interés de la Iglesia y la feligresía católicas, se involucró más ampliamente con la colectividad hasta ser parte de la historia de varias generaciones de paraguayos más allá de sus credos. Influyó en la vida cultural, narró hitos y procesos políticos y pasó el micrófono a los actores sociales de cada etapa. Guarda en su archivo –patrimonio de todos los paraguayos, católicos o no– la memoria de casi ocho vibrantes y duras décadas de vida nacional. Y en los momentos importantes de nuestro pasado próximo y de nuestra actualidad, están presentes las voces de los sucesivos locutores de Radio Cáritas. Voces que ya son parte de nuestra historia y del vasto relato colectivo de esa historia.

Fundada el 21 de noviembre de 1936 por la congregación franciscana, que la cedió en 1986 al Arzobispado de Asunción (pasó entonces de Cháritas a Cáritas, sin h), es administrada por la Universidad Católica «Nuestra Señora de la Asunción» desde el año 2000 (se llama ahora Radio Cáritas-Universidad Católica), empezó sus transmisiones bajo el gobierno de Rafael Franco, cuando acababa de terminar la Guerra del Chaco (1932-1935), y este viernes se convirtió en la radio más antigua del país y en la segunda radio católica más antigua del mundo –después de Radio Vaticano, fundada cinco años antes– que todavía sigue en funcionamiento.

Su fundador, el padre Luis Lavorel, le imprimió el ethos franciscano: no solo sería un espacio de reflexión y oración, sino también de denuncia. De un modo u otro, esa línea se mantuvo: el Primer Congreso sobre Derechos Humanos en Paraguay fue en la Fonoplatea de Cáritas, y Nuestro Tiempo, revista opositora, funcionó en el local de Cáritas, entonces frente a la iglesia de San Francisco. Los setenta fueron años de represión –fueron los años del Operativo Cóndor–; los ochenta, de cierre de medios (El Pueblo, ABC Color, Radio Ñandutí, etcétera), y Radio Cáritas estuvo en la mira todo el tiempo. La noche del 2 al 3 de febrero de 1989, la única radio que transmitió los enfrentamientos entre los insurgentes y el gobierno de Stroessner fue Cáritas.

Entre los primeros locutores de Cáritas estuvieron el (después) historiador Luis G. Benítez y el (después) actor de teatro y cine Jacinto Herrera; en los sesenta fueron muy escuchados el padre Josu Arketa, expulsado del país en 1976, con «De corazón a corazón» (solidaridad con las necesidades de la gente, indignación por los abusos del poder) y Alejandro Ortiz Aquino, «Chicle», con sus «Cinco centavos de ilusión»; Sergio Araújo, fallecido el pasado año y cuyo programa «Karai Pyhare» se emitía de la medianoche al alba, fue de los que trabajaron aquella decisiva y violenta madrugada del golpe de 1989 en Cáritas; y dos de las voces más famosas en la historia de Radio Cáritas fueron las de Víctor Barrios y Lionel Enrique Lara, astros radiales de su época.

Radio Cáritas fue muy importante desde sus inicios en la música y las artes de Paraguay. El maestro Luis Szarán, por ejemplo, empezó su carrera de director de orquesta en los conciertos de la Fonoplatea de Cáritas. Cáritas organizó premios teatrales y festivales musicales y hasta formó su propia orquesta de cámara en 1969, dirigida por el maestro Florentín Giménez, la Orquesta de Cámara de Radio Cáritas, que en 1974 se convirtió en la Camerata Asuncena, y en 1978, en la Orquesta Sinfónica de la Ciudad de Asunción, la OSCA. Cáritas llevó la cultura y sus nombres, la política y sus debates, al gran público y les dio un sitio en la opinión popular. En «Una noche en el teatro», Luis Urbieta emitía la grabación de las obras presentadas en el Teatro Municipal. Zarzuelas de Moreno González y Frutos Pane, radioteatros dirigidos por Roque Centurión Miranda, Graciela Pastor, Roque Sánchez, entre otros, y comedias como «La fonda de Ña Filomena» y «La pensión de Ña Juanita», fueron transmitidos por Cáritas.

Las décadas de 1940, 1950 y 1960 fueron en Paraguay las del apogeo del radioteatro, con voces como las de Nelly Prono, Arnaldo André, Mercedes Jané, etcétera, y obras como «El luisón de Pago Largo» o «Gastón Gadin, el parricida de Villa Morra». Si alguna se representaba en un teatro, exaltadas muchedumbres acudían a ver a aquellos cuyas voces escuchaban con emoción cada día, a aplaudir a los buenos y a abuchear a los malos, fuente de mortales odios justicieros. Los radioteatros se solían emitir de siesta, pero «El conde Drácula», en la voz de Ricardo Turia, merecía las noches.

La radio poblaba de prodigiosas fábulas la intimidad de la cocina donde lavaba platos la empleada solitaria. En los barrios, a la tardecita, los vecinos compartían el tereré o el cocido en silencio, atento el oído a esas historias eternas que hacían suyas para aprender a vivir a través de ellas, como se ha hecho desde siempre con los mitos contados en medio del bosque, alrededor de una hoguera, en la vasta noche arcaica. Con el radioteatro, heredero de la ancestral tradición del relato oral, lloraban las mujeres sin recato, y tragaban los hombres virilmente sus lágrimas con heroico disimulo en la pieza contigua. Con ardientes universos sonoros agitando sus oscilantes y vibrátiles ondas, la radio para muchos fue la puerta a la fascinación inicial por las grandes pasiones humanas, e incontables habrán sido los que al amor entraron por la radio.

Feliz cumpleaños, Radio Cáritas. Y, por más que sería aventurado atribuir aquí y ahora el invento de la radio a una sola mente, felicidades también, de paso, a un espectro tan luminoso, trágico y loco como el Camacho de La tía Julia y aún más ligado a la radio, al poeta que no publicó sus obras, al científico que no se licenció en la universidad, al solitario que hace ciento treinta años llegó a Nueva York con el equivalente de unos dos mil guaraníes en los bolsillos y murió aún más pobre: Nikola Tesla, el hombre que iluminó las ciudades modernas y que diseñó el siglo XXI.

 «Los asombros del ayer son los hábitos del hoy». (Nikola Tesla, My Inventions, Nueva York, Cosimo Classics Biography, 2007)

montserrat.alvarez@abc.com.py

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