En cada temporada navideña se repite la escena: niños que sueñan con un cachorro bajo el árbol, adultos que imaginan la sorpresa perfecta y refugios que, unas semanas después, ven aumentar las devoluciones y abandonos. Regalar una mascota sigue siendo una práctica frecuente, pero expertos en bienestar animal advierten: pocas decisiones aparentemente tan tiernas tienen consecuencias tan duraderas.

A diferencia de un juguete o un dispositivo tecnológico, un animal no se “cambia” si no encaja. Es un compromiso de años —y, en muchos casos, de más de una década— que implica tiempo, dinero y responsabilidad emocional.
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A continuación, cinco razones de peso para pensarse dos veces si estas fiestas estás considerando regalar una mascota.
1. Un regalo que decide por otra persona… durante años
Las mascotas no son accesorios ni sorpresas inocuas. Quien las recibe debe reorganizar su vida en torno a ellas: horarios, viajes, gastos y, en muchos casos, incluso vivienda.
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Regalar un perro a alguien que trabaja 10 horas fuera de casa, un gato a una persona con alergias o un animal a un niño cuyos padres no están convencidos, es comprometer a otros con una responsabilidad que no eligieron plenamente.
Organizaciones de protección animal insisten en un principio básico: la decisión debe partir de quien será responsable directo del animal, no de un tercero bienintencionado.
2. El pico de adopciones… y el pico de abandonos
Refugios y protectoras reportan cada año un patrón que se repite: aumento de adopciones y compras en diciembre, seguido de un incremento de devoluciones y abandonos entre febrero y marzo, cuando la rutina regresa y la “novedad” se acaba.
Muchas familias descubren tarde que el cachorro rompe cosas, que el gato no se adapta cuanto pensaban o que los gastos veterinarios son más altos de lo previsto. Cuando la realidad se impone, algunos optan por devolver al animal o, peor, dejarlo en la calle.
Estas idas y vueltas dejan huella: el estrés de pasar por una familia, un refugio y, a veces, otra familia, impacta el comportamiento y el bienestar emocional del animal.
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3. Tiempo, dinero y energía: la cara B de la ternura
La imagen del cachorro dormido bajo las luces de Navidad no incluye madrugadas sacándolo a la calle, vacunas obligatorias, piensos específicos, castración/esterilización, urgencias veterinarias, cursos de educación canina o rascadores, areneros y enriquecimiento ambiental en el caso de los gatos.
Entre los costos habituales se encuentran:
- Alimentación de calidad
- Vacunas, desparasitaciones y revisiones periódicas
- Microchip, esterilización y posibles tratamientos médicos
- Cuidadores, residencias o servicios de paseo en vacaciones o jornadas largas
A esto se suma el tiempo: paseos diarios, limpieza, juego, socialización, educación. Para muchas personas, la realidad de su jornada laboral o familiar no es compatible con las necesidades de un animal, por más ganas que tengan.
4. Animales como “objeto de consumo” en la temporada alta
Las semanas previas a Navidad son uno de los momentos de mayor venta de animales de compañía. La demanda impulsa la actividad de criaderos poco regulados e incluso de verdaderas “fábricas de cachorros”, donde la prioridad es la cantidad, no el bienestar.
La compra impulsiva puede alimentar este circuito: camadas separadas demasiado pronto de la madre, animales enfermos o con problemas de comportamiento derivados de una mala socialización temprana.
Frente a esto, las protectoras recuerdan que la adopción responsable —planificada, informada y sin prisas— es una alternativa más ética. Pero recalcan la palabra clave: responsable. Adoptar también exige reflexión, recursos y compromiso.
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5. El bienestar del animal por encima del impulso navideño
La pregunta que suele quedar al final, pero debería ir primero, es sencilla: ¿qué es mejor para el animal?
Un perro que pasará horas solo, un gato que se verá sometido a ruido constante y manipulación de niños que no respetan sus límites, un conejo que se tratará como peluche… pueden desarrollar miedo, estrés, agresividad o problemas de salud.
Considerar el bienestar animal implica pensar:
- ¿Tendrá un entorno adecuado?
- ¿Su carácter encaja con el estilo de vida de la familia?
- ¿Hay plan para vacaciones, cambios de casa o de trabajo?
- ¿La familia está de acuerdo y entiende las necesidades del animal?
Si la respuesta a alguna de estas preguntas es “no” o “no lo sé”, lo más prudente es posponer la llegada de una mascota.
Alternativas: regalar la idea, no el animal
Para quienes desean incluir a los animales en la Navidad sin precipitar decisiones, algunas opciones intermedias pueden ser:
- Regalar libros o guías sobre cuidados y bienestar animal
- Ofrecer un “vale simbólico” que exprese la intención de incorporar una mascota, dejando la decisión final, el momento y la especie/raza en manos de la persona responsable
- Apadrinar un animal en una protectora en nombre de alguien
- Donar a refugios y organizaciones de protección animal
Son formas de canalizar la empatía hacia los animales sin convertirlos en un objeto más en la lista de regalos.
Una decisión para después de las fiestas
Más que negar la posibilidad de compartir la vida con un animal, los expertos proponen algo simple: cambiar el calendario. En lugar de decidir en pleno bombardeo consumista, hacerlo con calma, fuera de la urgencia navideña, comparando opciones, conociendo especies, razas y refugios, y siendo honestos sobre el estilo de vida propio.
Regalar una mascota puede parecer un gesto de amor, pero el verdadero acto de responsabilidad —y de cariño— es preguntarse si ese animal será querido, atendido y respetado todos los días del año, mucho después de que se apaguen las luces de Navidad.
