En algunos casos, el trayecto, el clima o las condiciones del destino pueden resultar más estresantes —e incluso peligrosas— que quedarse bajo el cuidado de un tercero. Pero, ¿cómo saber qué es lo mejor para el perro?
Más allá del apego: el bienestar del animal en el centro
La decisión no debe basarse solo en el deseo humano de tener al perro cerca. Hay animales que se adaptan con relativa facilidad a cambios de entorno, y otros para los que una alteración en su rutina puede ser altamente estresante.

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“Hay perros que disfrutan del coche, de la novedad, de conocer lugares nuevos, y otros que sufren cada minuto del viaje”, explica una veterinaria especialista en comportamiento canino. “El criterio no es cuánto lo vamos a extrañar, sino qué opción es menos estresante y más segura para él”.
La personalidad del perro —miedoso, sociable, muy dependiente, territorial, activo o tranquilo— puede marcar la diferencia entre unas vacaciones placenteras en familia o un viaje traumático.
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Salud, edad y condición física: el primer filtro
Antes de reservar pasajes o alojamiento, los expertos recomiendan una revisión veterinaria específica para valorar si el animal está en condiciones de emprender un viaje largo.

- Edad: cachorros muy jóvenes y perros muy mayores suelen ser más vulnerables al estrés, a los cambios de clima y a las alteraciones en la rutina de alimentación y sueño.
- Enfermedades crónicas: patologías cardíacas, respiratorias, renales, articulares o endocrinas (como la diabetes) pueden complicarse durante un trayecto prolongado o en entornos muy calurosos o fríos.
- Estado emocional: perros con ansiedad por separación, fobias (a ruidos, a entornos nuevos, a coches o transportines), o con reactividad elevada pueden sufrir especialmente durante un viaje.
En muchos casos, el veterinario no solo evaluará la aptitud del perro, sino que también podrá proponer medidas concretas: medicación para el mareo, pautas para reducir el estrés, o, llegado el caso, desaconsejar directamente el viaje.
El tipo de viaje importa: auto o avión
No es lo mismo un trayecto en coche de unas horas con paradas frecuentes que un vuelo intercontinental con escalas. Cada medio de transporte plantea riesgos y desafíos distintos.

En el automóvil, el perro puede ir acompañado y bajo supervisión constante, siempre que viaje con sistemas de sujeción adecuados (arnés con cinturón de seguridad, transportín bien anclado o barrera homologada). Aun así, los mareos, el calor y la ansiedad pueden convertir el desplazamiento en una experiencia desagradable si no se planifica con paradas y medidas de confort.
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En el avión, la situación es más delicada. Los animales que superan cierto peso o tamaño suelen viajar en la bodega, un entorno ruidoso y desconocido, con cambios de temperatura y sin la presencia de sus cuidadores. Diversas asociaciones de bienestar animal recomiendan reservar esta opción solo para situaciones imprescindibles —como mudanzas definitivas— y no para viajes turísticos si existen alternativas menos estresantes.
Temperamento y experiencias previas: señales que no conviene ignorar
No todos los perros responden igual a la novedad. La historia del animal con respecto a los viajes y los cambios de entorno ofrece pistas valiosas.
Un perro que se sube al coche sin miedo, que se muestra curioso en lugares nuevos y que mantiene su apetito y su comportamiento habitual suele ser un mejor candidato para un viaje largo.

En cambio, aquellos que tiemblan al ver el transportín, se marean con frecuencia, jadean de forma exagerada o intentan escapar pueden estar mostrando un nivel de estrés que debería tomarse muy en serio.
La etología clínica subraya que, forzar al animal a enfrentarse a una situación que le aterra “para que se acostumbre”, no solo no siempre funciona, sino que puede empeorar el problema y asociar el viaje con un sufrimiento intenso.
El destino: un paraíso para vos, ¿pero para él?
Que un lugar sea idílico para las personas no lo convierte automáticamente en un entorno adecuado para un perro.

A la hora de decidir, los expertos sugieren hacerse algunas preguntas clave:
- ¿El alojamiento admite perros y ofrece condiciones reales de confort para ellos (espacio, sombra, ventilación, zonas de paseo)?
- ¿El clima será extremo para el animal, en especial si es de hocico chato (braquicéfalo), muy peludo o de cierta edad?
- ¿Habrá actividades diarias incompatibles con tener al perro presente (visitas a museos, excursiones largas, restaurantes donde no se permiten animales)?
- ¿El entorno es seguro o abundan riesgos como rutas muy transitadas, fauna peligrosa, parásitos no habituales o normas locales restrictivas?
En algunos destinos, los perros pasan demasiadas horas solos en alojamientos desconocidos, con paseos limitados y pocas opciones de descanso tranquilo. En esos casos, quedarse en una residencia canina bien gestionada o con un cuidador de confianza puede ser, paradójicamente, una experiencia más positiva que acompañar a la familia “a toda costa”.
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Documentación, vacunas y normas: el factor burocrático
Más allá del confort y la salud, los requisitos legales pueden condicionar la viabilidad del viaje. Para desplazamientos internacionales, muchas veces se exige:
- Pasaporte para animales de compañía.
- Microchip registrado.
- Vacunación antirrábica vigente.
- Desparasitaciones concretas en fechas determinadas.
- En algunos países, periodos de cuarentena o prohibiciones de entrada para determinadas razas.
Intentar improvisar estos trámites a última hora rara vez funciona. Si la burocracia obliga al perro a pasar largas esperas, controles o cuarentenas, la idea del viaje puede dejar de tener sentido desde el punto de vista del bienestar animal.
¿Y si se queda? Residencias, cuidadores y alternativas
Para muchos tutores, dejar al perro atrás genera sentimientos de culpa. Sin embargo, cuando se elige bien la alternativa, el animal puede llevar una vida tranquila, con rutinas claras y atención específica, mientras la familia viaja.
Las opciones más habituales incluyen:
- Residencias caninas con espacio suficiente, supervisión profesional y protocolos claros de socialización, descanso y manejo del estrés.
- Cuidadores a domicilio, que permiten al perro permanecer en su entorno habitual y mantener buena parte de su rutina.
- Familiares o amigos de confianza, siempre que comprendan las necesidades concretas del animal.
La clave, según profesionales del sector, está en evitar improvisaciones: visitas previas a la residencia, encuentros con el cuidador antes del viaje y una comunicación detallada (horarios, alimentación, medicación, miedos, hábitos) pueden marcar la diferencia.
Decidir si un perro es apto para un viaje largo implica, en definitiva, equilibrar el deseo humano de compartir las vacaciones con el animal y la responsabilidad de velar por su bienestar.
