Sobreviviente de tragedia aérea se aferra a milagro de beata Chiquitunga

Con su sueño a cuestas, el de ser ingeniero agrónomo, José Zaván Vaccari (19) tomó el avión en Fuerte Olimpo, Alto Paraguay, rumbo a Asunción. Antes de subir a la aeronave de la FAP recibió la bendición de su madre Blanca Vaccari. Ella quiso llorar, pero se contuvo para no arruinar el momento; luego, envió dos mensajes de texto a su retoño. Del segundo jamás tuvo respuesta. El avión se había estrellado minutos antes de aterrizar. De los ocho ocupantes, José fue el único sobreviviente. Ambos atribuyen el milagro a la beata Chiquitunga.

Blanca Vaccari, licenciada en enfermería, acompaña el proceso de recuperación de su hijo José Daniel. La estimulación sensorial y física es crucial en dicha instancia, dice.
Blanca Vaccari, licenciada en enfermería, acompaña el proceso de recuperación de su hijo José Daniel. La estimulación sensorial y física es crucial en dicha instancia, dice.Archivo, ABC Color

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Sala de UTI, Hospital de Trauma. Momento de visita. Blanca Vaccari (45) canta con la voz quebraba una alabanza que evoca a la beata Chiquitunga. José Daniel Zaván (19), su hijo, tal vez la escucha, tal vez no, pero se aferra a la vida y los signos vitales son alentadores.

La última vez que madre e hijo se hablaron “de verdad” fue cuando se enviaron mensajes de despedida aquel 9 de febrero, fecha en que Zaván tomó un vuelo de la Fuerza Aérea Paraguaya desde Fuerte Olimpo, Alto Paraguay, y ahorrarse los 800 kilómetros que separan su terruño de la capital. En dicho vuelo iban en total ocho personas, seis militares y dos civiles.

Él se “coló” a última hora cuando encontró la oportunidad de llegar a la capital para matricularse al segundo año de Ingeniería Agronómica. Horas después, el avión se estrelló cuando casi ya alcanzaba la pista de aterrizaje en el predio de la Fuerza Aérea Paraguaya en Ñu Guasu. El humo se veía desde kilómetros y en las primeras imágenes, la confusión hacía pensar que nadie había sobrevivido. Pero no fue así. A José Daniel, militares de la FAP habían logrado estirarlo antes de que la bola de fuego hiciera añicos la aeronave.

En su memoria solo quedan fragmentos, “solo me acuerdo de que yo estaba nervioso ese día, antes de subir al avión” dice desde la casa en el barrio San Agustín de la ciudad de Capiatá. Es la casa de unos parientes que lo alojan en lo que dura su recuperación.

En dicho hogar, el joven intensifica su tratamiento con sesiones de fisioterapia que ya había iniciado en el Hospital de Trauma donde estuvo internado un par de meses.

Su madre relata que dentro de ese trabajo de ejercicios, los miembros superiores son los que le cuestan un poco más todavía normalizar.

Por eso una de las operaciones debe ser en el brazo derecho. En tanto que las otras dos son en la rodilla izquierda y en el cráneo.

Actualmente se está analizando la posibilidad que estas cirugías sean en el Hospital de Clínicas. Sin embargo, admitió que aguarda hablar con su médico de cabecera y que aparentemente su operación no es calificada de urgencia. Blanca revela que seis meses es el tiempo límite en el cual se pueden realizar este tipo de operaciones para obtener resultados positivos.

Chiquitunga

Durante este largo proceso de recuperación fueron claves las plegarias de la ciudadanía, la donación de sangre y los ánimos de amigos y familiares. El caso fue sorprendente desde un principio porque fue el único sobreviviente.

Justamente esa esperanza que la familia siempre tuvo, fue reforzada por muchos que pedían por la salvación de su vida cuando la situación estaba más crítica. A ellos y más a los jóvenes, el estudiante dio unas palabras de agradecimiento y los instó a que luchen con fe para salir de los problemas que puedan tener.

“Desde que subió al avión, hasta que salió de alta y aún ahora yo le encomiendo la vida de mi hijo, a nuestra beata Chiquitunga”, dice Blanca.

José, un joven que hacía misiones en su comunidad, asiente y dice que cuando la compatriota iba a ser beatificada, él viajó 17 horas desde Fuerte Olimpo en la carrocería de una camioneta. “Soportamos el frío y la lluvia pero queríamos llegar para estar presentes”, agrega el joven.

Desde ese día de febrero, el sueño de Zaván era seguir con sus estudios y convertirse en un especialista en apicultura y producción ganadera. Ese sueño sigue firme y por ello en medio de tantas terapias y consultas encuentra tiempo para sus clases en la universidad. Además del usufructo de una beca para estudiar el idioma inglés.

Sus vivaces ojos marrones se encienden cuando recuerda a la gente que lo ayudó y lo sigue ayudando. Este cerrista de alma dice que hay un propósito en el hecho de haber sobrevivido y alienta a quienes están pasando por una situación adversa a tener fe, la misma que él profesa a la beata Chiquitunga.

mescurra@abc.com.py

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