La serpiente y su naturaleza

La mbói chiní (víbora de cascabel) atravesaba el camino de tierra, y se la podía apreciar de esta forma en toda su extensión, de poco más de un metro. Rápidamente, el baqueano buscó un palo largo para darle un certero golpe en el medio mismo, dejándola así casi inmovilizada. Al acercarnos más, pudimos ver cómo, aún en esta situación, escondía la cabeza para defenderse y, apenas tuviese la oportunidad, clavar los dientes en cualquier imprudente que se pusiera a tiro.

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Al matarla, el lugareño había actuado de una forma comprensible, ya que esta variedad de serpientes en particular es sumamente agresiva, siendo incontables los casos en que mordieron a personas y animales, con saldos trágicos en muchos de ellos. En cuanto a la víbora, además de su tamaño y anillos en el extremo de la cola, nos llamó a todos la atención su naturaleza siniestra: A pesar de estar herida de muerte, estuvo preparada y dispuesta a llevarse a alguien más consigo, incluso sabiéndose irremediablemente perdida.

Esta forma de actuar es propia del instinto de muchos animales, más en algunos y menos en otros. En ciertos casos, las bestias optan por escapar a la menor oportunidad, y en otras como la presente intentarán atacar por cualquier medio posible. Está y es propio de ellos. Por nuestro lado, creeríamos que los seres humanos, dada nuestra esencia mamífera y racional, deberíamos actuar de modo diferente. Así, ante una fuerza a claras luces superior, evitar la confrontación estéril y optar por otro camino más apropiado. Misma cosa ante la derrota, asumirla con gallardía e inteligencia y aprender de los errores para no repetirlos en el futuro.

Pero, por increíble que parezca, encontramos todo el tiempo muchas similitudes con el caso mencionado. No son pocas las veces que fuerzas totalmente asimétricas se confrontan; en donde se entiende la posición de ventaja del lado más pesado de la balanza, siendo difícil analizar el espíritu descabellado de la parte más débil, sobre todo cuando percibimos que incluso está dispuesta a sacrificar peones para satisfacer su enorme ego. Y tampoco nos sorprende demasiado cuando los perdedores, lejos de asumir su condición de tales se limitan a objetar la validez de la victoria al ganador, muchas veces arrastrando detrás suyo hacia el fracaso a otros que muy poco o nada tienen que ver en la rencilla.

El ímpetu con que algunos Davises encaran a otros tantos Goliases hasta se podría llegar a entender bajo ciertas circunstancias. Así como el humilde pastor israelita sintió el llamado de Dios y enfrentó al gigante filisteo, es válido el espíritu de aquél que, llevado por altos ideales, enfrenta al enemigo a sabiendas de que sus posibilidades son muy escasas. Ahora, esta actitud hasta admirable inicialmente, se convierte en otra totalmente distinta cuando, habiendo mordido el polvo de la derrota, igual que la serpiente de cascabel pretende arrastrar a quien sea a su miseria.

Estamos llenos de ejemplos similares. En un país con tremendas oportunidades a través del fútbol, a pesar de reiterados fracasos una cúpula de este deporte se aferra al poder e impide o rechaza cambios necesarios para hacer exitosa a la Selección Nacional, tan urgida de victorias. Con esto, no solamente perjudican a los jugadores actuales sino también a decenas de otros profesionales deportistas a quienes no se da la oportunidad de surgir.

Otro ejemplo es la principal fuerza opositora, que se presentó en las últimas elecciones tan mal asesorada que hasta parecerían haber buscado la derrota catastrófica que sufrieron. Derrota que empezó por las personas que pusieron como candidatos, personajes que no aprendieron NADA de errores pasados. Y estas mismas personas se encargaron, una vez consumada la victoria del partido oficialista, solamente de morder a cuantos pudieron -mayormente adherentes a su movimiento- en una especie de recurso consistente en trasladar sus derrotas y contagiarlas a otras personas y estamentos.

La naturaleza de la serpiente no se puede cambiar, está moldeada de esa forma por fuerzas que están mucho más allá de nuestra voluntad o entendimiento. Lo que sí podemos cambiar individualmente y como sociedad son nuestra conducta y la actitud con que enfrentamos estos actos cuando ocurren a nuestro alrededor.

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