A lo largo del novenario los obispos dejaron mensajes, en muchos casos, incómodos. Unos denunciaron la corrupción, ese mal que sigue devorando instituciones y oportunidades. Otros hablaron de la “casa común”, señalando la urgencia de cuidar el ambiente.
También hubo llamados sobre la crisis en educación, la falta de formación y el abandono de los jóvenes. Y quizás los más claros fueron justamente los jóvenes con su manifiesto, expresando el hartazgo de una generación que sueña con un país diferente, más oportunidades y menos desigualdad.
En la misa del séptimo día del novenario se pudo observar que el presidente Santiago Peña llegó unos 10 minutos tarde al templo. Al término de la celebración, al salir de la Basílica, el mandatario se refirió a los duros cuestionamientos por el mal servicio en el sistema público de salud y por la corrupción. Peña admitió ambos problemas, aunque intentó justificar su gestión.
Sin embargo, evitó pronunciarse sobre los casos como los “sobres del poder” y tampoco habló de los múltiples cuestionamientos sobre sus vínculos empresariales en procesos de licitación del Estado.
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En medio de todo esto surgió la discusión de siempre: “la Iglesia no debe meterse en política”. Pero esa afirmación pierde fuerza cuando se entiende que la Iglesia no está haciendo partidismo, sino señalando realidades que nos afectan.
Callar ante la pobreza, la injusticia o la desigualdad sería, más bien, una forma de complicidad. Mejorar la salud, fortalecer la educación, generar trabajo digno y garantizar seguridad no son banderas partidarias; son derechos básicos que hoy siguen sin estar asegurados para miles de paraguayos.
Y si en Caacupé no se habla de estas cosas, donde el país entero se encuentra sin colores ni banderías, ¿dónde más vamos a mirarnos de frente?
Mañana, día litúrgico de la Virgen, se espera la postura del ordinario del lugar, Mons. Ricardo Valenzuela, cuya homilía marcará la lectura oficial de la Iglesia sobre la realidad nacional. Habrá que ver si profundiza estas denuncias y si interpela, como se espera, tanto al poder político como al ciudadano común. Porque, finalmente, todo esto tiene sentido solo si provoca cambios en la conducta de cada uno. De lo contrario, tanto mensaje, tanta advertencia y tanto clamor quedarán en la nada, como tantas veces ha sucedido.
faustina.aguero@abc.com.py