El Estado debe dejar de ser el gran empleador

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El presidente Santiago Peña y el ministro de Hacienda, Carlos Fernández Valdovinos, expusieron sobre la situación económica y el camino que se proponen para que el país siga en los años venideros. Es de destacar que lo hayan hecho al inicio del nuevo Gobierno, para que la población tenga cierta idea de lo que puede esperar de su gestión, suponiendo, desde luego, que sus manifestaciones han sido sinceras y que tienen la voluntad de cumplir con lo anunciado. En tal sentido, el jefe de Estado subrayó la importancia de transmitir confianza y credibilidad para que el sector privado sea el “motor del desarrollo”, de lo que se desprende que –afortunadamente– el Estado no buscará impulsarlo mediante el gasto público y el intervencionismo económico.

El presidente de la República, Santiago Peña; y el ministro de Hacienda, Carlos Fernández Valdovinos –próximo ministro de Economía y Finanzas–, expusieron sobre la situación económica y el camino que se proponen para que el país siga en los años venideros. Desde ya, es de destacar que lo hayan hecho al inicio mismo del nuevo Gobierno, para que la población tenga cierta idea de lo que puede esperar de su gestión, suponiendo, desde luego, que sus manifestaciones han sido sinceras y que tienen la firme voluntad de cumplir con lo anunciado. En tal sentido, el jefe del Poder Ejecutivo subrayó la importancia de transmitir confianza y credibilidad para que el sector privado sea el “motor del desarrollo”, de lo que se desprende que –afortunadamente– el Estado no buscará impulsarlo mediante el gasto público y el intervencionismo económico.

Tras reseñar la historia patria, dijo que “el Paraguay ha progresado muchísimo en el último siglo” y que debe cuidar ese avance para evitar “un quiebre para abajo”; la ocasión que hoy tiene sería “única”: estaría por dar “uno de los mayores saltos” de su historia. A lo largo de los años, el valor del guaraní y las finanzas públicas habrían sido preservados, lo que supone una sólida base para el desarrollo. Según el primer mandatario, existe “un problema de bonanza: somos demasiado ricos, en aquello que el mundo necesita”, tenemos una población joven, una tierra fértil y unos ríos que nos permiten ser una “potencia mundial en energía limpia y renovable”. Afirmó que nuestra ubicación estratégica sería “clave” y que la hidrovía puede convertirse en “el mayor polo de desarrollo de todo el continente”. Eso, suponiendo que nuestra vecina Argentina dejará de poner trabas a la libre navegación.

Luego de esta fuerte inyección de optimismo –sobre datos en parte sobradamente conocidos– en la que poco o nada se dijo sobre cómo dar el gran salto, el ministro de Hacienda bajó a tierra y se ocupó de cuestiones de política fiscal, de suma relevancia para la economía. Fue más cauto y realista que el jefe de Estado, aunque coincidió con él en que el país tiene ciertas ventajas. Aparte de sostener que hay que reducir la desigualdad, que hay problemas en la matriz productiva, que el crecimiento de los últimos años fue decepcionante y que se debe recuperar y mantener la estabilidad macroeconómica, asumió un doble compromiso, digno de ser aplaudido: no aumentar la carga tributaria y hacer una reingeniería del gasto público, absorbido en un 80% por los salarios, mientras se destinan 200 millones de dólares anuales a la deficitaria Caja Fiscal.

La cuestión sería recaudar mejor y gastar mejor. En efecto, el hecho de que el Paraguay sea el segundo país latinoamericano con la menor carga tributaria, es una ventaja competitiva en cuanto a la captación de inversiones, lo que favorece la creación de empleos. Si a ello se suman los pésimos servicios prestados por un aparato estatal superpoblado, corrupto, manirroto e ineficiente, no hay razón alguna para exigir más dinero de los contribuyentes. Lo que corresponde, en todo caso, es combatir decididamente la considerable evasión fiscal, que oscila entre el 20% y el 30% del producto interno bruto (PIB) y que mucho tiene que ver con los vicios de la administración tributaria. Se puede y se debe reducir los gastos corrientes y acrecer los de capital, combatiendo la malversación, el derroche y el prebendarismo, siempre que haya la consabida voluntad política. Es justo y necesario achicar el Estado, anulando los nombramientos y las contrataciones que violaron la Ley de la Función Pública y absteniéndose de seguir engrosando el personal, como lo hacen todos los gobiernos que suben.

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Tal como están las cosas, el déficit fiscal llegará este año al 5% del PIB, razón por la que el Poder Ejecutivo presentará un proyecto de ley para elevar el tope actual del 2,3%; así de fácil resulta corregir hacia arriba el objetivo fijado, cuando se gasta y se recauda mal, pero se malversa con ganas y de paso se endeuda al erario. Con toda razón, al ministro Fernández Valdovinos le parece bien que el país haya dejado de ser básicamente agropecuario, debido al mayor peso de los servicios y de la maquila, gracias al Mercosur. Por cierto, el Paraguay puede convertirse en un centro regional para biocombustibles y producir el “hidrógeno verde”, la energía del futuro. El país tiene leyes para atraer inversiones, pero hace falta algo más: desburocratizar, simplificando trámites. Con todo, según agencias internacionales, sería muy competitivo para generar negocios. El nuevo Gobierno prepararía el campo para que el sector privado haga el juego, convirtiéndose en el motor económico: se reafirma así la sensata apuesta por la economía de mercado y contra el estatismo.

El Estado no debe ser un obstáculo para el desarrollo ni un gran empleador, como lo es el paraguayo. Es de desear que las palabras del Presidente de la República y del ministro de Hacienda no hayan sido meras expresiones de deseo, sino el reflejo fiel de la voluntad gubernativa de limpiar la casa, creando las condiciones propicias para que aumente la riqueza y disminuya la desigualdad.