El 1 de agosto, el senador Hernán Rivas (ANR, cartista), sobre quien pesan fuertes indicios de haberse valido de un diploma académico de contenido falso, renunció a la presidencia del Jurado de Enjuiciamiento de Magistrados (JEM), a causa de una “cuestión estrictamente familiar y particular”, que le habría impedido dedicarse plenamente al ejercicio del cargo. En esa ocasión, no tuvo la decencia de dimitir de su calidad de miembro de dicho organismo, pero el último miércoles, cada vez más asediado por las sospechas que pesan sobre él y probablemente sin argumentos para rebatir las críticas, pidió permiso al Senado para dejar de representarlo ante el órgano extrapoder citado, alegando unos misteriosos “motivos particulares”. En vista de esta bochornosa situación, y si le restara algún decoro, además tendría que abandonar el escaño que tanto deshonra, pues mal podría seguir integrando un cuerpo colegiado que se dice “honorable”. Se trata del mismo legislador que dijo “adorar” al presidente del Partido Colorado, en el que milita, Horacio Cartes.
Todo indica que Hernán Rivas carece de los atributos morales e intelectuales que debería reunir un representante del pueblo, aunque la Constitución no los exija explícitamente. Son condiciones mínimas que deberían exhibir quienes tienen como misión principal legislar sobre cuestiones de todo tipo que atañan a la sociedad. En otras palabras, el bochornoso legislador hará bien en seguir los pasos de Óscar González Daher y de Jorge Oviedo Matto, que en 2018 renunciaron a su condición de senadores, forzados por la opinión pública, debido a la filtración de audios relativos al JEM, donde representaban a la Cámara Alta. Conste que, al menos, nunca se dudó de que fueran abogados, es decir, no engañaron a sus colegas, como lo habría hecho el desacreditado personaje de marras.
En efecto, considerando los antecedentes que van saliendo a la luz, los veintiséis senadores que, pese a su notoria ineptitud, lo eligieron en julio como miembro del JEM, tendrían que sentirse burlados, salvo que el art. 253 de la ley suprema les importe un bledo: los miembros de ese cuerpo colegiado tienen que ser juristas, obviamente en virtud de un título auténtico. Como lo mismo habría ocurrido en la anterior legislatura, cuando Hernán Rivas representó a la Cámara de Diputados, cabe preguntarse por qué goza de tanta confianza en el Palacio Legislativo; el hecho de que sea cartista no es una condición necesaria ni suficiente para juzgar a defensores públicos, agentes fiscales, jueces o camaristas: hace falta mucho más, como haber culminado la carrera de Derecho, no soportar demandas judiciales por cobro de guaraníes y saber leer en voz alta, entre otras cosas.
Este señor da vergüenza ajena a quien tenga cierto sentido del pundonor, pero sigue ocupando una banca, como si los “motivos particulares” que le obligaron a salir del JEM no le afectaran en el Senado. Si tuviera una pizca de decencia, Hernán Rivas debería renunciar a su investidura cuanto antes. Los miembros de la Cámara Alta que lo eligieron como representante harían un gran favor al país si le sugirieran que dimita, pero, evidentemente, les causa gran risa como si lo que está pasando fuera algo anecdótico, propio de nuestro devaluado Congreso. La presencia del citado senador en el Congreso agravia la conciencia ciudadana. Su autoridad personal, si alguna vez la tuvo, está muy deteriorada: no le permite juzgar ni legislar.
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Los mismos “motivos particulares” que lo indujeron a retirarse del JEM –primero como su presidente y después como miembro– deben llevarlo a hacer lo propio en el Senado. Si bien aquí no necesitan ser profesionales del Derecho, sí deben exhibir una conducta acorde con la dignidad del cargo, esto es, que esté más allá de toda sospecha. Si no puede levantar las graves dudas que surgieron sobre su persona, no tiene derecho a obligar a los paraguayos a seguir soportando tanta ignominia.