Que no se apaguen ni la pasión ni los recuerdos

A veces leo esa pregunta tan recurrente en diversos ámbitos: para qué sirve la poesía. Y creo que la poesía sirve, sobre todo, para vivir la vida atravesando el espanto.

María Eugenia Garay, escritora.
María Eugenia Garay, escritora.GENTILEZA

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La vida de hoy está en la búsqueda arrogante de funcionalidades, de aplicaciones prácticas de todo y para todo, hasta de los sentimientos, de los miedos, de las nostalgias, de las esperanzas, de las rebeldías, de las alegrías. Para el catecismo utilitario de nuestro tiempo actual, todo debe servir para algo.

Pero los seres humanos tenemos el derecho de hacer las cosas por hacer, de sentir por el simple hecho de sentir, de querer por el sencillo acto de querer. Sin buscar ulterioridades a eso que se nos anida dentro, en un lugar inespecífico de nuestra propia humanidad.

La poesía es la libertad absoluta del ser humano para crearse a sí mismo cuantas veces quisiera hacerlo sin ninguna exigencia de funcionalidad a nada. Sin que deba someterse al férreo sistema de códigos que le exige una etiqueta en la frente. La poesía es la libertad. Ni más ni menos. La poesía es libre hasta del propio poeta, pero al mismo tiempo lo hace libre al propio poeta.

La poesía no debe explicar nada, no debe justificarse ante nadie desde el momento mismo en que es libertad pura. Esto lo interpreta a cabalidad María Eugenia Garay, poeta que ha fatigado libertades y que ha hallado en la poesía su voz expresiva más firme y más convencida. Ella misma lo afirma: “Yo sólo me limito a ser una cronista de ese mundo interior que emerge empecinado azuzado por los acontecimientos que circunscriben mi vida”.

María Eugenia nos expone hoy su poesía que ha transitado caminos dispersos en diferentes épocas y que se convocaron en este libro con el sugestivo título de La superstición del tiempo. María Eugenia nos congrega ante estas páginas para hablarnos “De todo lo humano que bulle y se agita aquí en la tierra…”.

A través de sus obras, tanto en narrativa como en poesía, María Eugenia ha sido una cronista de sí misma, de sus orígenes, de sus ancestros, de sus raíces que sabiamente ha sabido hundir en lo místico y en lo mítico. Y a través de esas crónicas en las que ella se cuenta de sí a sí misma, nos narra la historia larga de nuestra nación, que nace en los tiempos precolombinos y hoy se adentra en esta era de veleidades digitales.

María Eugenia tiene el don de congeniar lo épico con lo íntimo. Eso hace que se sienta cómoda en el papel de “depositaria de los recuerdos” y de la simbología de su mundo propio que expone en un contexto total para contar más historias. Así en su narrativa como en su poesía.

En el primer poema de este libro, titulado Mariposas púrpuras, dice María Eugenia:

Yo ahora sé que aún persiste aquel jaguar traslúcido

que velaba en secreto al borde de mi lecho,

agazapado esquivo entre niebla y recuerdos.

Este pasaje nos remite a su novela La pantera de onix, componente de su monumental trilogía novelística Adagio contra el olvido, en la que en el relato de sus lejanos orígenes familiares aparece Úrsula, la hija de Domingo Martínez de Irala, que a lo largo de esa trilogía literaria surge recurrentemente con una simbólica pantera negra que velaba por el legado familiar. Una forma épica de envolver el trance íntimo del recuerdo propio.

El pasado es un componente empedernido de la poesía de María Eugenia:

A veces se me antoja que el pasado

es un espejo roto en mil pedazos.

Y en ese transitar en las sandalias de Cronos emerge el aderezo dichoso de la existencia humana: el erotismo, como un clamor en la comarca mágica de la poesía de María Eugenia:

Mi desnudez de nácar, tus manos de alfarero.

Mis senos que anidaban calandrias en enero.

En ese tránsito de espacios y momentos, la narración poética de María Eugenia se toma sus pausas para acomodar las prisas por detrás de las urgencias:

Sé que estuvimos juntos

Para amarnos sin prisas

En un resquicio ingrávido hurtado del destiempo.

El erotismo es un carácter trasversal en el libro. Pero no se trata de un erotismo puramente extático, un simple requiebro de los sentidos. Se trata, ni más ni menos, que de un clamor de vida, de humanidad, de integridad de persona arraigada en el mundo. Esto emerge con suave solidez de uno de los mejores poemas de este libro, el titulado La hoguera que me habita:

Persiste en mí la sed irreverente

de buscar utopías nunca dichas.

De pronunciar el nombre de la luna

y conjurar recuerdos y partidas.

La poesía de María Eugenia Garay, como toda poesía que se precie, es una acendrada expresión de vida. Es solo eso y es nada menos que eso. Se les puede hallar a los poemas que integran La superstición del tiempo tantas connotaciones como interpretaciones se le pueda dar a la vida misma.

La poesía de María Eugenia Garay, como toda poesía que se precie, sirve para atravesar el espanto y surcar las aprensiones que nos crea ese espanto: el temor al olvido, la fragilidad del recuerdo, el miedo a que los fuegos se apaguen y las pasiones se petrifiquen.

La poesía de María Eugenia Garay, expuesta con toda lucidez en este libro, es una poesía exquisita, noble. Funcional únicamente a sí misma. A la poesía. A la poesía que vive para y por el arte vivir. Nada más y nada menos.

nerifarina@gmail.com

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